21 enero, 2024 

 

 

 

 

 

 

por Alejandro San Francisco


Chile no estuvo ajeno a ese escenario internacional, a ese culto a Lenin, a quien cantaron los poemas de Pablo Neruda y cuya doctrina siguió no sólo el Partido Comunista de Chile, sino que otras agrupaciones en la década de 1960: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista, entre otros.


Vladimir Ilich Ulianov -conocido mundialmente como Lenin- falleció el 21 de enero de 1924, hace exactamente un siglo. Había nacido en 1870: su muerte relativamente temprana se llevó al líder de la primera revolución comunista exitosa en la historia.

Lenin tuvo una doble capacidad bastante nítida y exitosa en ambos planos. Por una parte, fue un revolucionario auténtico, un articulador de proyectos políticos, un hombre capaz de llevar adelante la destrucción de un sistema y la construcción de uno nuevo. Por otra parte, fue un hombre de ideas, un intelectual -siempre orientado a la política práctica- que leía, pensaba, escribía y discutía con aliados y adversarios. En su libro ¿Qué hacer? (1902), quedaban bastante claras estas dos dimensiones, pues se trata de una reflexión profunda sobre un partido revolucionarios, pero con formulaciones específicas sobre la organización de dicho partido, con revolucionarios profesionales, pocos, pero comprometidos, con objetivos claros y medios adecuados, doctrina firme, trabajo permanente en la legalidad o en la clandestinidad.

En el plano teórico, Lenin era un marxista de cepa, que consideraba al marxismo omnipotente por ser verdadero, y que era capaz de levantarse a sí mismo como el gran intérprete de la doctrina del Manifiesto Comunista (1848) y otras tantas obras decisivas de esa corriente. Por eso Lenin, cuando fuera necesario, desacreditaría con virulencia a quienes consideraba oportunistas, renegados y traidores: entre ellos, como sostuvo en El Estado y la Revolución (1917-1918) a los que eran favorables a la “conciliación” y los que pensaban que la revolución podía realizarse por una vía “no violenta”. También instaló otros conceptos en el debate público, y que serían utilizados con insistencia por sus seguidores en todo el mundo, fue que el imperialismo era una fase superior del capitalismo y que el ultraizquierdismo era una enfermedad infantil del comunismo, como señaló en dos libros al respecto.

Sin embargo, Lenin fue ante todo un revolucionario, un hombre de acción, un político consagrado a la conquista del poder. Ese fue el sentido de la organización de una facción dentro del Partido Socialdemócrata Ruso: fueron los bolcheviques, la autodenominada mayoría, que se distinguía de los mencheviques (la minoría). No era sólo un tema de números: la diferencia fundamental era de carácter ideológico y también organizativo. Los bolcheviques serían el partido de la revolución y a ello dedicarían su inteligencia y energías en las primeras dos décadas del siglo XX. Para ello crearon prensa, penetraron los sindicatos y mantuvieron un grupo bastante cohesionado de dirigentes -muchos de ellos realmente brillantes- que percibían que en algún momento llegaría el cambio. El propio Lenin había advertido que primero caerían los Romanov, luego vendría un gobierno liberal parlamentario y finalmente emergería una revolución comunista. Eso fue precisamente lo que ocurrió en 1917.

No es el momento de detenerse en las circunstancias que llevaron al éxito de la Revolución Bolchevique, sobre lo cual se han derramado ríos de tinta, tema sobre el cual vale la pena leer. No obstante, es un hecho que Lenin logró liderar el primer triunfo comunista a nivel mundial. Adicionalmente, fue capaz de darle una dimensión más amplia a la victoria, cuando organizó la Internacional Comunista en 1919, al que adhirieron numerosas agrupaciones en diversos continentes. Más importante todavía, organizó el primer Estado comunista -o primera dictadura del proletariado- en el mundo. Por cierto, esta creación no estaba exenta de complejidades, problemas y crueldades. Como han destacado numerosos estudios, fue Lenin quien creó el Estado de partido único, suprimió los atisbos de democracia que hubo en 1917, dio vida al Gulag y a la policía secreta, persiguió a los opositores, realizó las expropiaciones: en definitiva, instaló el Estado totalitario que se extendería hasta la última década del siglo XX y que alcanzaría con Stalin su momento culminante.

La muerte de Lenin tuvo muchas implicancias y, sin duda, adquirió una dimensión internacional. El Testamento Político del líder bolchevique -de 24 de diciembre de 1922- es complejo y descalificatorio con sus posibles sucesores. De Stalin afirmó que “ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia” (el eufemismo está claro). En un suplemento a esa carta agregó: “Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General”, por lo que sugería que pasaran a Stalin a otro puesto. ¿Por qué no lo hizo él?, podríamos preguntarnos. Sobre Trotski señaló que “no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual CC, pero está demasiado ensoberbecido y demasiado atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos”. Finalmente advertía que estas eran cualidades que “pueden llevar sin quererlo a la escisión, y si nuestro Partido no toma medidas para impedirlo, la escisión puede venir sin que nadie lo espere”.

La muerte de Lenin desató el reclamo por su herencia política, lo que teóricamente -pero también desde una perspectiva práctica- pasaría a denominarse el leninismo. Stalin, determinado como pocos, reclamó de inmediato el concepto y la tradición leninista, además fue quien ocupó el poder y persiguió cualquier forma de faccionalismo, especialmente a Trotski y a sus seguidores (e incluso a quienes no lo fueran, pero que igualmente eran acusados de trotskismo). Desde entonces en adelante, la concepción política de la izquierda adoptó en muchos lugares del planeta la definición de marxismo-leninismo, al cual fueron adhiriendo personas, movimientos y partidos en diversos lugares.

Chile no estuvo ajeno a ese escenario internacional, a ese culto a Lenin, a quien cantaron los poemas de Pablo Neruda y cuya doctrina siguió no solo el Partido Comunista de Chile, sino que otras agrupaciones en la década de 1960: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Socialista, entre otros. Por eso Lenin ocupaba muchas veces las páginas iniciales de la revista Principios (del Comité Central del PC), el centenario de su nacimiento tuvo una celebración larga y publicitada en 1970 y de tiempo en tiempo vuelve a renacer su figura, su obra e imagen política.

Este 2024 habrá Jornadas Leninistas en diversos lugares del mundo, mezcla de comprensión histórica y de homenaje político. Me parece que la clave debe estar por otro lado: en el intento de entendimiento del dramático siglo XX, del cual Lenin representó en un principio una “ilusión”, pero terminó en una de las experiencias más trágicas y costosas desde el punto de vista humano.

Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/lenin-en-el-centenario-de-su-muerte/

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