José Díaz Nieva
Cientista Político. Historiador.
Profesor de Historia del Derecho y Derecho Político
El pasado 5 de noviembre unos 245 millones de estadounidenses estaban convocados a una cita con las urnas para elegir, entre otros cargos, al futuro presidente de su país. El republicano Donald Trump y la demócrata Kamala Harris eran las principales cartas. En esta ocasión las terceras candidaturas no solo carecían de una real proyección electoral, sino que, además, se podían calificar simplemente de irrelevantes; en ocasiones anteriores los candidatos del Libertarian Party, por ejemplo, lograron votaciones expresivas, como ese 3,3% de Gary Johnson en el 2016.
Una cosa que puede llamar la atención es el hecho de que los comicios en Estados Unidos se celebren, cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre. Ello ocurre desde 1845, hasta entonces dichos procesos no tenían una fecha fijada de antemano y se celebraban durante varios días entre los meses de septiembre y diciembre. Noviembre fue el mes escogido, en un país fundamentalmente agrícola, debido a que era una época en la que ya habían acabado las cosechas. En cuanto al día, en una sociedad profundamente religiosa, al menos en aquel momento, se buscó uno que no interfiriese con las obligaciones religiosas dominicales o del sábado (en algunas iglesias protestantes, principalmente calvinistas).
Pero volvamos al tema que nos ocupa, observar el arrollador triunfo de Trump y analizar los números y causas de este. En los momentos en los que se están escribiendo estas líneas (dos semanas después de celebradas dichas elecciones) el proceso aun no estaría culminado completamente, faltando cerrar el recuento en algunos estados, entre ellos California, Colorado u Oregón, aunque ello no alteraría el resultado final que en estos momentos se dispone.
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Habría que partir precisando que, en esta ocasión, el proceso electoral sufrió una gran alteración cuando a cuatro meses de las elecciones, a mediados del mes de julio, el presidente Joe Biden anunciase su retiro de la carrera por la reelección. El mandatario daba un paso al costado tras presiones recibidas al interior de su partido; varios equívocos y situaciones ponían en duda sus condiciones de salud. Para ese momento, y a pesar del reguero de citas judiciales que Trump debía afrontar, las encuestas no castigaban al magnate, y por el contrario las encabezaba con cierta holgura. La candidata demócrata, Kamala Harris, lograría, aparentemente, dar la vuelta a la tendencia y se alzaba como la probable triunfadora de la contienda.
Pero la larga noche electoral prometía sorpresas. Desde el mismo momento del cierre de las urnas Trump encabezaba el recuento de votos; antes de la media noche todo indicaba que cuatro años después de salir de la Casa Blanca, y sin haber reconocido nunca su derrota, el expresidente republicano se convertiría en el nuevo presidente de Estados Unidos. Era, además, la segunda vez -tras Grover Cleveland, allá por 1893- que un presidente lograba un segundo mandato no consecutivo.
Pero como ya se ha apuntado no basta con alcanzar un mayor número de votos o ganar en un mayor número de estados, hay que alcanzar la mayoría de los compromisarios en el Colegio Electoral que elige al presidente. En este caso Trump se terminaría imponiendo por 312 contra 226 de Harris, y pese a que aún queda por cerrar el recuento de votos, en la práctica totalidad de los estados, el resultado final no sufrirá alteraciones.
La noche electoral fue larga y no exenta de incertidumbre. A altas horas de la madrugada la adjudicación de electores asignaba a Trump 248 frente a los 214 de Harris, con ese resultado todo era posible; pero Trump aventajaba en estados como Wisconsin, Michigan o Pensilvania, mayoritariamente demócratas desde 1992. Entre ellos se encontraba, además, alguno de los considerados estados clave; este es el caso de Pensilvania. Sus 19 votos electorales asegurarían una victoria más que segura para Trump, sobre todo teniendo presente que de los 8 estados que aún no habían entregado sus resultados aventajaba a su oponente en 5, entre ellos Alaska, bastión tradicionalmente republicano. Días antes Trump había manifestado: “Si ganamos Pensilvania, ganamos todo”, y añadía: “si ganamos Pensilvania, si ganamos el buen y viejo Commonwealth, ganamos todo. Lo ganamos todo”, sin duda proféticas palabras.
Pero Donald Trump, no solo ganaba en el voto popular, sino que se imponía en 31 de los estados, y pese a perder algunos votos populares el hecho de que la participación bajase cerca de 2,5 % hacía que su votación porcentual creciese en todos ellos. Se imponía, además, en cerca de 2.367 de los 3.243 condados en los que se divide la nación (se recuerda que el recuento de votos aún no está concluido); entre ellos el condado fronterizo de Starr County (Texas), con un 97% de población hispana y en el cual venían ganado los demócratas desde hace 132 años.
La inflación y la inmigración ilegal son dos temas para tener presente en el triunfo republicano en amplias zonas del Valle del Río Grande. Trump se imponía, además, en zonas emblemáticas como el Bible Belt (Cinturón Bíblico), el Sun Belt (Costa del Sol) y Rust Belt (Cinturón del Óxido). En ciudades como New York, tradicionalmente demócrata, Trump alcanzaba la nada despreciable votación del 30.4% de los votos. Las razones de este inesperado apoyo pueden explicarse en las razones dada por Paul Meza, hijo de madre puertorriqueña y padre colombiano, de 43 años, un simple ciudadano de a pie que manifestaba a la prensa la necesidad de “un presidente que tenga mano dura”, que haga frente a la inmigración “desordenada”, y a la economía, pues la inflación “ya no le permite ahorrar nada”.
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En relación con el voto latino (el 15% del electorado) Donald Trump lograba atraer al 45 % de ese electorado. Según encuestas a pie de urna de NBC, la candidata demócrata obtuvo un 53 % del voto hispano, muy por debajo del 65 % de Joe Biden en 2020, del 66 % de Hillary Clinton en 2016, o del 71 % de apoyo hispano a Barack Obama. Es evidente que Trump, por el contrario, había ido subiendo en esas preferencias desde ese 28% de 2016, o del 36% en 2020.
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Pero ¿quién ha votado por Trump? Se debía partir diciendo que Trump amplió su base electoral en prácticamente todos los perfiles de votantes, incluso en aquellos que se venían considerando tradicionalmente como más proclives a los demócratas.
Habría que precisar en primer lugar que ha logrado más apoyo entre los varones que entre las mujeres, pero también se podría apuntar que su oponente, pese a su condición de mujer, ha tenido dificultades en imponerse en dicho sector; es más Kamala Harris ha sido votada por este el sector femenino en menor medida que el apoyo prestado por el mismo a Joe Biden en 2020. Según algunos sondeos Trump, que se había quedado a 12 puntos de distancia de Biden en el apoyo femenino, reducía la brecha ahora a tan solo ocho puntos.
Un importante sector femenino que apostó por Kamala Harris fue el de las mujeres jóvenes, con estudios y que viven en las grandes zonas urbanas. J.D. Vance, candidato a la vicepresidencia con Trump, las califico de “Cat ladies”, acusándolas de formar “una panda de señoras sin hijos y con gato, que viven amargadas”, decidiendo “amargarnos la vida al resto del país”.
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No cabe duda de que Harris se impuso en el voto afroamericano: el 86% depositó su confianza en la candidata demócrata frente al 12% que se decantó por el magnate republicano. Igual se podría decir de otras minorías raciales como el voto asiático, el cual fue un 55% fue para Harris frente al 39% que eligió Trump. Diversas encuestas incluyen otro apartado para otros, señalando que el 41% habría votado a Harris frente al 55% que se habría decantado por Trump.
Está claro en este orden de cosas Donald Trump se habría impuesto en el voto blanco con el 69% de las mujeres y el 74% de los hombres; consiguiendo, en este último caso, el mejor resultado de un candidato republicano en los últimos 20 años.
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Pero ¿qué ha ocurrido si tenemos presente factores etarios, educacionales o laborales?
Con relación al voto, observado este por diversas franjas de edad, diversas encuestas reparan que Trump se habría impuesto entre aquellos norteamericanos que se encuentran entre los 45 y los 64 años, en este sector habría logrado atraerse al 53% de los votantes; empatando, prácticamente, con la candidata demócrata entre aquellos norteamericanos cuya edad supera los 65 años. Pero lo que ha llamado la atención es la movilización de los sectores más jóvenes a favor del candidato republicano, para ello se considera a aquellas personas comprendidas entre los 18 y los 30 años. En este caso Trump habría recibido el respaldo del 42% de los jóvenes.
Se consideraba que este segmento poblacional era el menos interesado por este tipo de contiendas políticas y que su participación electoral era más bien baja. En el 2016 tan solo el 47% habría acudido a su cita con las urnas, 15 puntos más abajo que el total de la participación global. Cuatro años más tarde la participación de los jóvenes se podría fijar entorno al 55%; de ellos el 63% se habría inclinado por el candidato demócrata, mientras que solo el 25% lo habría hecho por el Donald Trump, según un sondeo del Harvard Youth. Está claro que pasar del 25% al 42% es todo un éxito, más aún si se tiene presente datos parciales en algunos estados: por ejemplo, en Michigan el voto a favor de Trump habría sido del 51%, o Carolina del Norte, donde el 49% de los jóvenes se decantaron por el candidato republicano.
Muchos han tratado de ver este fenómeno por el apoyo de destacados influencers, como los Nelk Boys, Adin Ross o el conocido Theo Von, cuyos seguidores en plataformas como Tik Tok superan los siete millones. El apoyo de Elon Musk, ahora dueño de X facilitó una mayor visibilidad de los mensajes conservadores en este sector poblacional.
Se atribuye a Churchill el haber afirmado aquello de que “quien no es de izquierda de joven no tiene corazón. Quien no es de derecha de adulto no tiene cerebro”. Hoy el Bulldog (sin ánimo de ofender) británico debería replantear su afirmación; en diversas partes los jóvenes votan cada vez más a agrupaciones de derecha, incluso de derecha radical (o como quiera calificarse). Baste recordar, por ejemplo, que en Francia un 33% de sus jóvenes apoyan a la Rassemblement National de Marine Le Pen, siendo el primer partido en voto juvenil.
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En otro orden de cosas Trump aventaja por mucho a sus rivales entre aquellos que poseen un nivel de estudios no universitarios (54%) y recibe un apoyo menor entre los graduados y postgraduados universitarios (41%); este dato se relaciona directamente con el nivel de renta, entre aquellos que ganan menos de 50.000 dólares anuales. En este caso el apoyo a Trump aumentó considerablemente, se calcula que el 57% se habría decantado por Trump. Las razones pueden ser múltiples, aunque casi todos los observadores y encuestas hacen referencia al descontento, frustración y la esperanza por mejores condiciones laborales y de vida.
Aunque no guarda, necesariamente, una relación directa con lo manifestado también se podría hacer referencia al apoyo de determinados sindicatos. Una investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México, Estefanía Cruz, observa que los trabajadores escolares y de hospitales habrían apoyado a Kamala Harris, pero que los sindicatos de bomberos y los policías se habrían decantado por Trump. Ello tendría que ver, tal vez, más con la percepción que determinados sectores tienen sobre la inseguridad, la criminalidad y o la inmigración.
En este caso llama la atención el respaldo de la International Brotherhood of Teamsters (Hermandad Internacional de Camioneros), una de las principales organizaciones de trabajadores del país, profundamente arraigada en el Rust Belt, y tradicionalmente vinculada a los demócratas. En este caso la organización, mediante una encuesta interna entre sus afiliados, decidió por un 60% apoyar a Donald Trump. Se calcula que el 40% de los afiliados a las diferentes organizaciones sindicales se habría decantado por Trump. Nuevamente nos deberíamos preguntar la razón de este cambio, dado que la cifra de desempleo apenas alcanza 4,3%.
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Otro de los sectores sociales (además del de afroamericanos) en los que Kamala Harris se impuso a Trump sin dudas algunas fue en el colectivo LGTB. En este caso Harris aventajó a Trump por 86% contra 12%. Ello implicaba para los republicanos una pérdida de 15 puntos respecto a 2020, cuando Trump habría obtenido el 27% del voto LGTB. En esta ocasión, además, Kamala Harris habría obtenido el más amplio apoyo que el de cualquier candidato demócrata habría conseguido en las últimas cinco elecciones presidenciales entre los votantes gays, bisexuales, lesbianas y trans. El hecho de que algunos sectores republicanos, fuertemente influidos por iglesias evangélicas, consideren como “anormales” los comportamientos sexuales del sector, y que perciban enfermedades como el VIH/SIDA como una consecuencia, casi como un “castigo divino”, de actos calificados de “inmorales” no ayuda mucho a conciliar las posturas republicanas con este segmento de votantes.
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Son varias las razones que podrían explicar el regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca, entre ellas estaría en primer lugar el problema económico y la inflación. Desde 2021, los precios de los alimentos, las viviendas, los automóviles y el combustible se habrían disparado, y pese al desaceleramiento de los últimos meses habría que recordar que la inflación habría alcanzado el 9,1% en junio de 2022, su nivel más alto desde principios de la década de 1980. Durante los cuatro años de Trump la inflación habría sido del 9% en tanto que ésta habría subido al 20% durante el período de Biden.
Otro de los temas que preocupa a los norteamericanos, incluida la población latina sería la inmigración ilegal. Según datos del Departamento de Seguridad Nacional 6.3 millones de migrantes habrían entrado al país a través de la frontera sur en los tres primeros años de gobierno de Joe Biden. A ello habría que sumarle la medida anunciada por éste para frenar la deportación a cientos de miles de indocumentados que sean cónyuges de ciudadanos estadounidenses. De acuerdo con la Casa Blanca, unas 500.000 personas se verían beneficiadas.
Un tercer tema guardaría relación con la percepción de la criminalidad y la inseguridad. El 58% de los votantes norteamericanos creen que reducir el crimen debería ser una de las prioridades del próximo gobierno y a ellos se dirigía Trump afirmando que las tasas de criminalidad habrían aumentado durante la gestión de Biden, retratando a su rival demócrata como débil a la hora de establecer propuestas en materia de delincuencia. Poco importaría en este caso que algunos estudios muestren un cierto descenso en la tasa de delincuencia considerada como grave.
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En estas elecciones se elegían además la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes y la mitad de los senadores. Además, en 41 de los 50 estados del país, los ciudadanos votan en 147 referendos, con asuntos cruciales sobre como el derecho al aborto y el consumo de la marihuana.
Sin tratar cada uno de estos asuntos, para no alargar este artículo, habría que decir que Trump contaría con mayorías republicanas en ambas cámaras, con 221 miembros en la primera de ellas y 53 senadores. Al controlar la totalidad del Poder Legislativo, Trump contará con un poder sin contrapesos. Asimismo, en la Suprema Corte, gracias a los nombramientos hechos cuando era presidente, el predominio de ministros conservadores también le podría favorecer.
De entrada, el principal problema que enfrentará el futuro presidente de los Estados Unidos es la política internacional: la Guerra de Ucrania, el conflicto en Oriente Próximo, la guerra comercial con China, la presencia del tigre asiático en Hispanoamérica, las relaciones con la Unión Europea, el problema fronterizo con México y el control de la inmigración ilegal. Estos son algunos de los temas claves en esta materia para la futura administración Trump; algunos de los cuales deberá afrontar con inmediatez.
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