Julio 2020 

 

 

 

 

 

Por José Pedro Undurraga


El índice Global de Pensiones Melbourne Mercer publicado periódicamente por el Centro Monash de Estudios, en conjunto con la empresa consultora internacional Mercer, examina los sistemas de pensiones en el mundo y los ordena según el puntaje alcanzado en tres dimensiones: suficiencia (40%), sustentabilidad (35%) e integridad (25%). Cada dimensión es medida con un puntaje de 1 a 100, siendo el promedio mundial de los 37 países analizados, 59.3 puntos.

En ese ranking para 2019, Holanda, Dinamarca y Australia ocuparon los primeros lugares con 81, 80.3 y 75.3 puntos respectivamente, ocupando Chile el lugar número 10 con 68.7 puntos, delante de Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, España, e Italia, y en Latino América, mejor que todos los países partícipes en el estudio (Perú 19, Colombia 20, Brasil 23 y Argentina 36).

Según este estudio, los principales desafíos que enfrentan los sistemas de pensiones en el mundo serían tres; elevar las edades de jubilación, fomentar el ahorro y limitar el acceso a fondos antes de cumplir la edad de jubilación.

En otros documentos, la OECD agrega como desafío futuro enfrentar los cambios en los patrones del trabajo o empleo (GIG labor). El World Economic Forum de 2017 sugirió también, que los países tomaran medidas orientadas al establecimiento de: una red de seguridad universal; mejoras al acceso a sistemas de retiro mejor administrados; y apoyo a las iniciativas tendientes a mejorar las tasas de contribución y el ahorro.

Respecto de Chile, el informe Monash-Mercer hace tres recomendaciones básicas para mejorar el ranking; mejorar la red de soporte para los más pobres (pilar solidario), incrementar las edades de jubilación tanto para hombres como para mujeres, y mejorar la difusión de planes de pensión para todos los partícipes. Pocas recomendaciones, pero ello no significa que no debamos mejorar. En todo caso las mejoras no van en la dirección de permitir sacar los fondos para otros fines, sino todo lo contrario.

De las tres dimensiones y más de 40 indicadores del estudio, Holanda ocupa uno de los tres primeros lugares en todas ellas, mientras que el sistema chileno aparece 5° en sustentabilidad, pero relativamente más atrás en las otras dimensiones. La dimensión que el estudio muestra más débil para el sistema chileno es la dimensión de suficiencia (adequacy). Esta dimensión mide variables tales como: beneficios, diseño del sistema, ahorros, soporte de impuestos, propiedad de vivienda, y activos de crecimiento.

Si observamos el diseño del sistema chileno, éste cuenta desde su origen con un pilar solidario financiado con impuestos generales, con un sistema de seguros de invalidez y sobrevivencia y un sistema de capitalización individual para financiar la vejez pasiva. Sin embargo, algunos de los parámetros de diseño del sistema no fueron modificados para ajustarse a la nueva realidad del país en los siguientes cuarenta años, sin que la autoridad competente tomara las medidas correctivas necesarias. Una de esas medidas no tomadas se refiere al retraso de años en el mejoramiento del pilar solidario diseñado para un país sustancialmente más pobre que aquél de cuarenta años después. Por otro lado, si se considera que los pensionados en octubre de 2019 presentan un cuadro grave de baja densidad de cotizaciones, ese fenómeno debemos abordarlo con independencia de nuestras preferencias por un sistema de reparto o por uno de capitalización, pues no hay sistema que soporte la falta de cotizaciones. (90% de esos pensionados cotizaron menos de 30 años, 74% cotizaron menos de 20 años) La estructura del trabajo ha cambiado fuertemente hacia lo que se ha dado llamar en el mundo el trabajo “GIG”, trabajo temporal o por cuenta propia o por proyectos. No solo ha cambiado la estructura del trabajo, sino que además una parte de la población se demora sustancialmente más en incorporarse a la fuerza de trabajo estable y lo hace a mayor edad. La segunda variable de diseño que ha cambiado de manera significativa en el tiempo ha sido la expectativa de vida. Un cambio en las expectativas de vida genera en el acto una insuficiencia de ahorro para financiar pensiones por un período más largo, si no se retrasa la edad de jubilación. La mayor expectativa de vida se suma a la carencia de ahorro como causa de insuficientes capitales para financiar las pensiones esperadas en el modelo de diseño. Una tercera variable que ha sufrido un cambio fundamental es la expectativa de tasa de interés futura para al menos el mediano plazo. Sin perjuicio que respecto del promedio de los saldos actuales el 70% está compuesto por intereses acumulados, una menor tasa esperada para el futuro se viene a agregar a los otros dos fenómenos para pronosticar insuficientes pensiones en el futuro si no se toman las medidas adecuadas.

Por tanto, o bajamos las expectativas de tasa de reemplazo o advertimos a la población la necesidad de ahorrar más y/o jubilarse más tarde. Lo que no puede ocurrir es que nos sentemos a esperar un milagro o una mayor participación del Estado en el financiamiento de las pensiones, en circunstancias que éste ya se encuentra fuertemente endeudado y los impuestos tanto corporativos como individuales son altos, en un país que luego del vandalismo del último trimestre del 2019 y la pandemia del primer semestre, sino todo el 2020, habrán dejado un país sustancialmente más pobre, pobreza de la cual sólo podremos salir recuperando altos niveles de crecimiento.

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