07 de abril, 2020 

 

 

 

 

 

Vanessa Kaiser
Acádemica Universidad Autónoma


Es esta ensoñación disociada de la realidad la que vemos tras propuestas legislativas como impedir el despido por necesidades de la empresa o por fuerza mayor. Vemos la misma desconexión entre los anhelos y la realidad en la propuesta de pagar los salarios con las ganancias de las AFP; el sueño es que todos tengan ingresos. Pero ésta no es más que una vana ilusión nacida de la ignorancia.


En los últimos meses la búsqueda de un refugio ante la fragilidad constitutiva de la vida y el consecuente apoyo a fracasadas utopías por parte de varios representantes políticos han rebasado los confines del sentido común. Ciertamente, las preguntas por aquello que soñamos y el modo en que realizamos nuestros sueños son siempre necesarias. Como dice Thomas Hobbes, uno de los pensadores mejor situados en la cruda realidad, “en todas vuestras acciones, considerad frecuentemente aquello que queréis poseer, porque es la cosa que dirigirá todos vuestros pensamientos al camino para alcanzarlo”. El problema es que muchas veces se trata de afiebradas fantasías que superan con creces la realidad; de ahí que sea necesario evaluar nuestros anhelos en el marco de sus posibilidades de concreción. Ello, porque existe un alto el riesgo de quebrar los límites de lo posible y terminar sacrificando a muchos por el sueño de unos pocos, como nos recuerda Mauricio Rojas desde su propia experiencia: “Solo con el paso del tiempo fui entendiendo la profunda relación que existía entre ideales tan deslumbrantes y una realidad tan penosa. La dificultad fundamental estribaba en comprender cómo del idealismo más ardiente podía surgir tanta maldad y cómo la utopía podía transformarse en terror” (Lenin y el Totalitarismo).

Es esta ensoñación disociada de la realidad la que vemos tras propuestas legislativas como impedir el despido por necesidades de la empresa o por fuerza mayor. Evaluémosla en el marco de la clásica discusión de los autoflagelantes, que aún añoran la consumación de sus sueños, y los autocomplacientes que celebran los resultados logrados tras un arduo trabajo que transformó a Chile en el lugar con que muchos inmigrantes soñaron vivir. Bajo la mirada de los autoflagelantes la propuesta legislativa que comentamos responde al sueño de que en esta crisis nadie quede desempleado, mientras en la realidad dicho proyecto destruye las fuentes de trabajo. Vemos la misma desconexión entre los anhelos y la realidad en la propuesta de pagar los salarios con las ganancias de las AFP; el sueño es que todos tengan ingresos. Pero ésta no es más que una vana ilusión nacida de la ignorancia. Un estudio de Ciedess afirma que, si el año pasado se hubiesen repartido dichas ganancias -como lo plantea el edil que soñaba con poseer el remedio al coronavirus-, el monto recibido por cada afiliado hubiera sido de $34.416 anuales. Lo mismo corre para los llamados a un mayor endeudamiento fiscal que no consideran la fuerte contracción de los ingresos fiscales ni que los equilibrios macroeconómicos son el fundamento de la recuperación económica.

Además de los políticos populistas, en su lucha por evadir la realidad encontramos a muchos que se refugian de las inclemencias revolucionarias en el mea culpa tan propio del emotivismo político. En lugar de entender la crisis social como el resultado del debilitamiento de instituciones fundamentales para la vida en democracia –me refiero a las relacionadas con el resguardo del orden público-, los autoflagelantes sueñan con volver a ser parte de ese grupo de los buenos y bondadosos condecorados en todos los podios por sus intenciones, mientras se niegan a reconocer los tremendos avances logrados en treinta años de democracia. Durante ese tiempo el país fue dirigido por una élite con los pies en la tierra que no estuvo dispuesta a sacrificar a generaciones de chilenos sólo para pasar a la historia como los adalides de sentimientos humanitarios alimentados por ensoñaciones narcisas que traen un buen dormir al que gobierna a costa del sufrimiento de aquellos a los que dice beneficiar. Así, la máxima de los soñadores autoflagelantes podría resumirse en una breve frase muy usada por la primera línea en diversos formatos: <<sufre, es por tu bien>>. Lo peor es que un número importante de ciudadanos está dispuesto a sacrificarse, pues, como ya se dijera hace mucho: no solo de pan vive el hombre.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-maldita-realidad/

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