Carlos Peña


"La enfermedad no es solo un acontecimiento biológico. Es sobre todo una vivencia que inunda al enfermo y altera el futuro que imaginaba para sí. Toda enfermedad acarrea, por eso, una muerte biográfica. ¿Le pasará lo mismo a las sociedades acosadas por el miedo a una enfermedad?"


 El coronavirus que aqueja hoy a todos —sea como realidad, sea como amenaza— permite recordar el lugar que la enfermedad posee en la vida humana.

La enfermedad es, por supuesto, un acontecimiento biológico, una afección, por decirlo así, del cuerpo y sus órganos. Pero junto con ello, la enfermedad es ante todo una experiencia, un transcurrir, una vivencia que inunda al yo del enfermo. La manera en que se experimenta el mundo en derredor cambia cuando se cae enfermo o cuando se teme enfermar. Lo que era firme, se muestra frágil; lo que era una promesa, parece ahora una quimera; la regularidad de la vida se torna incertidumbre; lo que ayer se creía redondo y sin fisuras aparece vulnerable.

La enfermedad patentiza a la vez la fragilidad y el valor de la vida.

En suma, la enfermedad ni es un fenómeno puramente físico ni su tratamiento es puramente técnico.

La antropología médica sugiere que luego de la enfermedad —especialmente si es muy amenazante—, la vida ya nunca será la misma. Por eso la enfermedad siempre supone —además del peligro de la muerte biológica— una muerte biográfica.

La muerte biográfica es el trastorno del plan de vida que existía antes de contraerse la enfermedad. El dibujo del futuro que cada uno trazó para sí se altera. Lo que era posible ya no lo es, lo que era seguro es incierto, lo que estaba al alcance del propio esfuerzo mostró su lejanía.

¿Habrá algo así como una muerte biográfica cuando, como ocurre hoy, es la colectividad la que siente la amenaza de la enfermedad?

En el caso de Chile, y poco antes que el coronavirus tocara a la puerta, el problema que a todos ocupaba era la cuestión política, el cambio constitucional, las nuevas bases de la convivencia. Había en todo eso una confianza en la propia voluntad, la convicción de que la voluntad, colectiva en este caso, podía modelar a su antojo la vida en común. No es muy difícil trazar la analogía con la forma en que experimenta la vida un individuo sano: todo en él suele ser confianza en las propias fuerzas, anhelo exuberante de diseñar su vida, de imponer su voluntad, hasta que la enfermedad sobreviene y, con ella, la experiencia de los límites.

Algo de eso ha ocurrido de pronto en Chile.

Todo el proyecto político y social que se formuló como consecuencia del 18 de octubre, desde el cambio constitucional a las mejoras sociales, de pronto se ha visto alterado.

Lo que parecía posible y al alcance de la voluntad (el incremento del bienestar) ahora, como consecuencia de la crisis económica sobreviniente, ya no lo será; una Constitución concluida durante este período presidencial, tampoco (si se aprueba el cambio, su confección se extenderá más allá del actual); nuevos representantes electos bajo la nueva Carta Fundamental, menos (los próximos, incluido quien desempeñe la presidencia, serán elegidos bajo las actuales reglas).

Ha sobrevenido una suerte de muerte biográfica. Una alteración del plan de vida colectivo.

De pronto se descubre que la figura presidencial, a la que se había convertido en la fuente de todos los males y de todas las torpezas —y de la que se creía posible carecer—, es imprescindible; que la sociedad se parece en estos momentos a un barco en medio de una tormenta que depende, la figura es de Platón, de la habilidad del piloto que lo conduce (les guste o no a los pasajeros); de la rapidez para tomar decisiones, de la firmeza para mantenerlas. Y es que cuando la naturaleza se desordena, el anhelo de orden social se incrementa. Los seres humanos no pueden vivir en medio de la incertidumbre natural y social a la vez. Por eso, cuando hay confianza en la naturaleza (la confianza que provee la técnica) se descree del orden social, y cuando la naturaleza se desordena, se vuelve la vista al orden social, al poder político, como la única fuente posible de estabilidad.

Y es que la condición humana no soporta los vaivenes, a un tiempo, de la política y de la naturaleza.

Por supuesto, ninguno de los objetivos planteados en medio de la crisis de octubre serán, por este hecho, abandonados; pero si ayer estaban al alcance de la mano, hoy solo puede vérselos a la lejanía. Y la manera de plantearlos y perseguirlos —la intransigencia, el oportunismo, la falta de diálogo, el infantilismo que hasta ahora prevalece— mañana habrá cambiado y un estilo más cooperativo lo sucederá.

Le pasará a Chile como al enfermo que una vez liberado de la enfermedad que lo acosaba, y habiendo percibido la amenaza de la propia fragilidad, se vuelve más escéptico respecto de las propias fuerzas.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/03/22/77324/Muerte-biografica.aspx

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