Lunes 16 de marzo de 2020

 

 

 

 

 

 

 Karin Ebensperger


"Hay dolores que no tienen ya que ver con pobreza extrema, sino con precariedad"


Chile, dentro de Latinoamérica, era considerado un país ordenado, confiable, con reglas claras. Esas características, que han permitido conmemorar 30 años de democracia, quiero creer que están latentes y urge recuperarlas, cuando enfrentamos coronavirus, violencia y gran rechazo al Gobierno y al Congreso.

Reconozcamos primero que ha faltado sofisticación en la clase política para adaptar un modelo —concebido hace décadas para enfrentar la extrema pobreza— a las nuevas necesidades de una clase media extendida y aún precaria. Es mucha la gente que se ha sentido defraudada por un Estado ineficiente, por abusos de grandes grupos, y en general, por promesas de que vía esfuerzo podría lograr una estabilidad. Hay dolores que no tienen ya que ver con pobreza extrema, sino con precariedad, con inseguridad y falta de empatía de dirigentes de todos los colores políticos que, apenas llegan a puestos de poder, pasan a formar parte de los nuevos ricos, desvinculados de la sociedad. Y así se olvida que hubo también un proceso exitoso para sacar a muchos de la pobreza extrema, pero poco sofisticado a la hora de renovarse y cambiar prácticas reñidas con el respeto y la igualdad de oportunidades.

Lo principal es que valoremos la polis, la vida en comunidad, la civilidad. Majaderamente he repetido en mis columnas que la educación cívica o ciudadana es fundamental en la formación de los niños y se debe reforzar, porque es ahí donde se aprenden las virtudes que nos permiten tener una vida civilizada. Son las normas de convivencia como el respeto, la gentileza, el relacionarnos bien, aunque estemos en posiciones opuestas.

Quisiera referirme al desprecio de la élite política por la educación cívica. A regañadientes ha sido repuesto ese ramo en el plan de educación escolar, tras haber sido eliminado en 1998. Me ha tocado oír a connotadas personas decir que el ramo no debería ni existir, porque se presta para el adoctrinamiento político. Y me pregunto: ¿Por qué entonces no hubo preocupación de esa élite por preparar buenos contenidos? ¿Acaso es preferible eliminar una enseñanza clave para la democracia en lugar de preocuparse de su calidad? Estoy convencida de que, en buena parte, el actual desencuentro entre chilenos y el ánimo destructivo tienen relación con que no ha existido una educación sistemática para solucionar diferencias en forma civilizada. Y tampoco ha existido en los mejores colegios una educación contundente sobre ética cívica. Muchos abusos fueron urdidos por personas que llegaron a los más altos niveles de educación, pero que no consideraron la ética cívica. La ética es un asunto personal, pero indisolublemente unido a un comportamiento cívico respetuoso.

Con esto no estoy diciendo nada nuevo. Ya lo decía Aristóteles, y así lo entienden las democracias más estables, donde a los niños se les imparten conceptos de derechos y deberes, de respeto, acatamiento de normas y se les enseña a discutir con argumentos y sin ataques personales. En Chile, junto con la preocupación por el plebiscito y las demandas sociales, debemos empezar a ocuparnos de valorar las virtudes cívicas, sin las cuales —hemos comprobado— la vida en comunidad se vuelve un caos.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/03/16/77172/Nuestra-civilidad-perdida.aspx

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