Feb 10, 2020
Por Mamela Fiallo Flor
"Mientras Chile exista, jamás será marxista", gritaron los manifestantes
Miles de chilenos marcharon pacíficamente en rechazo a la nueva constitución que se votará en plebiscito en abril. (La Otra Cara Chile)
Más de 309 000 chilenos se quedaron desempleados como consecuencia de las protestas que empezaron destruyendo estaciones del metro en octubre y continuaron con el saqueo e incendio de locales comerciales e incluso iglesias. Para frenar la violencia, el gobierno accedió a un plebiscito para cambiar la Constitución en abril del 2020.
En rechazo, miles de chilenos se congregaron en las calles el fin de semana del 8 y 9 de febrero para repudiar el cambio de Constitución.
PanAm Post se comunicó con Cecilia Fernández, una de las integrantes de la agrupación civil Entrada Liberada no partidista creada por Luis Hernán Tolosa como una iniciativa activa al rechazo de la nueva Constitución.
¿Por qué considera importante que surja desde la sociedad civil el rechazo al plebiscito?
Porque de no ser así, difícilmente el ejecutivo (con un exiguo 9 % de apoyo) tendrá piso político para contrarrestar la rebelión que se inició el 18 de octubre. Porque será necesario, con independencia del resultado del plebiscito, reprimir (o derrotar) a la minoría violenta.
Rechazar, por otra parte, no implica no reformar. Reformar supone una puja de intereses y visiones, que se da en un marco previo y en un clima de paz. La participación de la sociedad civil es vital para recuperar la legitimidad del sistema de representación, pero sin dejar fuera a nadie.
La hoja en blanco que supone una asamblea constituyente, sin una propuesta previa y en un contexto de total rechazo a todos los partidos políticos y sus representantes (quienes cuentan con apenas un 2 % de aprobación ciudadana), parece mas bien una revolución en que una minoría puede silenciar a determinadas élites políticas y económicas. La sociedad civil busca (y con buenos motivos) poner límite a los privilegios de los políticos y grupos económicos, pero ese límite no puede asfixiar a los mismos, ya que son clave para retomar la senda de desarrollo del país. Nadie puede quedar afuera, todos son vitales para reeditar los mejores años de la República.
¿Cuál es el temor de un cambio de Constitución?
El temor, en definitiva, no es a efectuar reformas a la Constitución, sino a operar en un vacío donde la negociación se hace innecesaria. Cuando las partes modifican un contrato, su piso es lo que ya está pactado. Ignorar la historia y el delicado proceso por el cual se ha arribado a determinados arreglos constitucionales (muchos de ellos como resultado de situaciones históricas traumáticas tal como la guerra civil de 1891), es exponer a una sociedad a sufrir altos grados de violencia.
¿Qué mensaje dio la clase política al ceder a los reclamos violentos?
La clase política no revolucionaria (ejecutivo, legislativo y partidos políticos) necesita, desesperadamente, volver a meter el genio de la indignación ciudadana dentro de la botella. Por otra parte, su desprestigio es tal que (a ojos de la opinión pública) son parte importante del problema y no de la solución. En estas circunstancias el sistema de representación se vuelve algo así como un oráculo de Delfos: la (supuesta) ira ciudadana se expresaría en la destrucción diaria de negocios, iglesias, universidades, hospitales públicos, museos (también el de Violeta Parra, emblema del partido comunista), transporte público, entre otros, y en el vejamen del «si baila pasa» (con su automóvil), donde los manifestantes coartan el libre tránsito de los ciudadanos, al igual que hacían los nazis con los judíos.
Cualquier interpretación causal es válida, pero los políticos argumentan que subyacen injusticias (no son 30 pesos, son 30 años, dice el eslogan) que alimentarían la ira ciudadana. Las encuestas de opinión, por otra parte, señalan algo muy difícil de interpretar: las personas demandan que vuelva el orden y la seguridad a su vida diaria; pero también dicen «simpatizar» con las demandas sociales, lo que constituye algo así como un atenuante de la violencia.
Por cierto, el conjunto de demandas es tan variopinto que algunas son contradictorias. En síntesis, comenzando por el gobierno, a pocos días del estallido comenzó un festival de ofertones y perdonazos (donde la gratuidad universitaria promovida por Bachelet palidece en comparación), pero sin una contraparte visible que se pudiera declarar satisfecha. Para financiarlo, Chile incrementará su endeudamiento externo a un porcentaje inédito de su PIB. Nada es suficiente, ya que el legislativo compite subiendo la puja: «tu as y dos más», a cada proyecto de ley del ejecutivo (redoblando la apuesta, como en un partido de naipes/barajas).
De esta manera, la respuesta de los políticos, lejos de aplacar la violencia, le ha dado legitimidad como medio para obtener lo que el sistema de representación democrática jamás entregó en el pasado. No puede sorprender entonces que el ciudadano de a pie manifieste ambigüedad. En este escenario la autoridad (sin respaldo ciudadano) se ve impotente para restaurar el orden. Una verdadera espiral del caos.
¿Qué mensaje darías a los chilenos y cuál a los lectores internacionales sobre el accionar civil y el futuro inmediato del país?
A los chilenos: que el país se juega su libertad. Más allá de las naturales quejas e insatisfacciones económicas y sociales, es evidente que sin libertad el milagro de los últimos 30 años sería completamente imposible. ¿Qué de bueno puede traer una victoria que agote la fuente del dinamismo de la sociedad civil? Si se obtuviera «todo lo que se demanda» (cosa que incluso los más radicalizados saben que es imposible), en el mejor de los casos devendríamos en un país resignado y descreído, como la Argentina. No apaguen sus sueños (tantos jóvenes que no tienen nada que perder y por eso están en las barricadas con un inédito sentimiento de pertenencia y de estar haciendo historia). Chile ya conoce la mediocridad, y es tarea de todos intentar salvar a ese segmento de la juventud (entre 18 y 35 años) que, día a día, nos muestran que ya no tienen nada que perder.
A los amigos que nos miran con incredulidad desde afuera. Para nosotros también es muy inesperado y desconcertante lo ocurrido, y no tenemos todas las respuestas. La historia nos enseña que las revoluciones son muy escasas y su interpretación es una tarea que elude un punto final. Lo ocurrido en Chile es una rebelión, algo así como un terremoto menos destructivo que la revolución, aunque no la excluye como posibilidad. Un Estado fuerte y una institucionalidad que es ejemplo en la región, se encuentra de rodillas ante un puñado de vándalos. Viviremos meses (tal vez años) de alta incertidumbre; la violencia llegó para quedarse, y con renovada fuerza después del verano.
El plebiscito de abril no calmará las aguas. Si triunfa el rechazo veremos un estallido y la posibilidad de retorno a la normalidad. Si (como señalan las encuestas) triunfa el apruebo, se abre un largo camino donde todo es posible y no hay hoja de ruta. No existe un canal institucional para escribir una constitución con participación popular (escrita por el pueblo, como les gusta decir a sus partidarios). En este largo intervalo algo es seguro: Ya nadie está preocupado por retomar el camino del crecimiento económico, la productividad y la inversión, que muestran retrocesos. En los 90, cuando Chile creció a una tasa promedio superior al 6% anual, siendo mucho más pobre y desigual que en la actualidad, prevaleció la paz.
Una economía abierta y con pocos subsidios como la chilena castiga fuerte a la clase media cuando no crece, y dejó de crecer con la llegada de Bachelet al poder. Si además le sumamos una inmigración acelerada, que ya representa algo cercano a 20 % de la fuerza de trabajo, no puede sorprender que la resiliencia de la clase media se haya resquebrajado. Hace no mucho tiempo se agotó el sueño chileno de una vida mejor. No son 30 años, son apenas seis.
Fuente: https://es.panampost.com/mamela-fiallo/2020/02/10/chilenos-rechazo-constitucion/
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