5 de enero de 2025 

 

 

 

 

 

Hermógenes Pérez de Arce


Ganamos la guerra y perdimos la posguerra, la "batalla cultural", dicen. Pero el problema no fue cultural: se llama Aylwin. El 19 de octubre de 1973 en La Prensa de Santiago, él declaraba que Allende y la Unidad Popular "se aprestaban, a través de la organización de milicias armadas muy fuertemente equipadas y que constituían un verdadero ejército paralelo, para dar un autogolpe y asumir por la violencia la totalidad del poder. En esas circunstancias, pensamos que la acción de las Fuerzas Armadas simplemente se anticipó a ese riesgo para salvar al país de caer en una guerra civil o en una tiranía comunista."

Pero veinte años después el mismo Aylwin decía ante las cámaras nacionales y extranjeras: "Yo nunca pensé que la Unidad Popular como tal, ni menos Salvador Allende, estuvieran interesados en dar un golpe y establecer una dictadura. Yo supe de eso cuando salió el libro ése o el documento (sonrisa irónica) que publicó el Gobierno Militar denunciando ese plan".

Esa mísera "vuelta de chaqueta" es lo que ahora llaman "derrota en la batalla cultural". Fue un individuo que, como presidente de la República, se pasaba de un bando al otro. Tal vez la campaña propagandística de años le había lavado el cerebro y hecho olvidar todo lo que él mismo atestiguaba veinte años antes. Pero en vez de ser menospreciado, fue elevado a los altares y se ganó un monumento el año antepasado en la Plaza de la Constitución. 

Aylwin 1993 simplemente fue lo que vivió Milán Kundera en su Checoslovaquia natal cuando llegó el comunismo: "Para liquidar a las naciones lo primero que se hace es quitarles la memoria", escribió. Aquí se hizo a vista y paciencia de todos, salvo una minoría que recordábamos todo y por eso fuimos "cancelados", nos aplicaron "censura previa" y  expulsaron de la televisión cuando quisimos decir algo. Tal vez al primero que le quitaron la memoria fue a Aylwin. Lo malo fue que llegó a presidente y entonces desató con todo su poder una razzia contra los militares que él mismo se negaba a criticar en los precisos días en que caía el 60 por ciento de todos los muertos en 17 años de lucha del régimen militar contra el terrorismo marxista.

Aylwin II inició la "caza de brujas" en 1990, mediante una Comisión Rettig marcadamente parcial y declarada inconstitucional por el pleno de la Corte Suprema. Él había virado y con él viraron la prensa y la opinión pública. Esa "vuelta de chaqueta" ya no se revirtió más. Era una "nueva memoria" falsa, ante la cual el país se inclinó respetuoso y hasta las Fuerzas Armadas dijeron "mea culpa, mea culpa, mea máximas culpa", menos el Ejército, porque Pinochet ordenó que me citaran a mí a la reunión y yo les di los argumentos para rechazar el vil libelo. Fueron los únicos. Como según la Ley de Murphy todo podía ser peor, en el propio Ejército  después vino otro comandante en jefe que lo declaró responsable de "todos los hechos punibles y moralmente reprochables del pasado".  

Los partidos que habían votado Sí a Pinochet en 1988, ante el giro de Aylwin entraron en pánico y RN y la UDI apresuradamente citaron a sendos Consejos Generales para suprimir de sus Declaraciones de Principios el reconocimiento al Gobierno Militar y su legado. El de la UDI lo había escrito de puño y letra Jaime Guzmán, que no pudo oponerse por haber sido asesinado por los mismos comunistas a quienes, en premio, Aylwin siguió llenando de plata (eso sigue hasta hoy).  

Con gobernantes como él jamás podría haber habido reconciliación. Al contrario, cuando llegó Piñera intensificó la persecución contra militares, triplicando las querellas y el odio marxista se exacerbó tanto que culminó en 2019 cuando devastaron todo sin que nadie se lo impidiera. Y entonces una mayoría eligió presidente a un cabecilla de la insurrección y así estamos hoy, estancados, asustados y de mal en peor, como rigurosamente nos lo merecemos.

Llamarlo "derrota en la batalla cultural" es demasiado elegante. Fue simplemente una dada vuelta de chaqueta general. Y la estamos pagando, con el dólar a luca, un millón de funcionarios que ganan un 50 % más que los privados, la economía estancada, una deuda creciente y miedo de salir a la calle. La corrupción no hay quien la detenga. Y levantándole a Aylwin un monumento en la Plaza de la Constitución. Porque todos somos Aylwin.

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

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