sábado, 2 de febrero de 2019

 

   Es sabido desde hace años que una mayoría de chilenos no entiende lo que lee. Yo diría que tampoco entiende lo que no lee, como lo demuestra el hecho de que haya una mayoría izquierdista en el país, según lo prueba la composición del Congreso. Y si la izquierda no ganó también la Presidencia de la República la última vez fue porque, en un breve intervalo lúcido, parte de ella se horrorizó de los resultados del socialismo bolivariano y prefirió inclinar la balanza a favor de un candidato que, siendo suficientemente aceptable por la izquierda, fuera el menos inclinado a establecerlo, frente a un Guillier que había dejado muy en claro que sí iba para allá. 

   En los diarios de ayer y hoy tres Presidentes, uno actual y dos anteriores, han dejado en claro que, al igual que la mayoría (y tal vez por eso los tres resultaron electos) tampoco entienden lo que leen: tras enterarse del fallo en el caso Frei, tanto Piñera como Frei Ruiz-Tagle y Lagos han dicho públicamente que se trató de un “asesinato”, en circunstancias que el juez Madrid dijo explícitamente en su sentencia que condenaba a los supuestos autores de la muerte por simple homicidio. Como toda persona mínimamente letrada sabe, el “asesinato” es un homicidio calificado por cometerse con alevosía, por premio, con premeditación, ensañamiento o uso de veneno. El juez Madrid confiesa que no pudo probar ninguna de esas circunstancias y por lo tanto condenó por homicidio simple. Así se publicó en todos los medios que, suponemos, los Presidentes chilenos no entendieron al leerlos u oírlos.   

   En particular, Piñera aseveró que el crimen había sido cometido con “crueldad y vileza”, las cuales el juez no encontró por ninguna parte y que habrían transformado el homicidio en asesinato. Ningún rigor para decir la verdad o, simplemente, no entendió.  

   Y Frei-Ruiz Tagle y Lagos también equivocadamente aseguraron que tal "asesinato" fue cometido por instrucciones de las autoridades de la época, lo cual el juez Madrid estaba deseoso de acreditar, pero no pudo, como lo confesó. Incluso el editorial de “El Mercurio” sobre el fallo “lo pilló” diciendo en la sentencia que “lamentablemente” no logró acreditar una operación especial de inteligencia. Es que Madrid habría querido inculpar a Pinochet y entonces su inconsciente le jugó una mala pasada al llevarlo a escribir que “lamentablemente” no pudo encontrar una prueba. Lástima que quedó así confesa su parcialidad.

   No obstante, el grueso de los opinólogos y columnistas de nuestro medio no vacila en inculpar a Pinochet, porque para ellos la verdad de los hechos no tiene importancia. Así es como hacen un recuento de los atentados contra Prats, Leighton y Letelier, olvidando que, justamente, tras investigarse los mismos la Junta resolvió disolver la DINA y sustituirla por la CNI, por haber aquella actuado en esos casos por su cuenta y contrariando los principios que el gobierno sustentaba. Ni siquiera el atentado más inexplicable, el de Tucapel Jiménez, acaecido después de la muerte de Frei, puede ser vinculado al proceso, pues reconocidamente fue una desafortunada acción de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), entidad a la cual Madrid ni siquiera intenta relacionar con el fallecimiento del ex Presidente.

   El historiador Ernesto Medalla puso en mis manos las 811 páginas del fallo, gesto que le agradezco, pues allí “está todo” y cualquier lector objetivo se enterará de que el ex Presidente fue operado el 18 de noviembre de 1981 y volvió a su hogar dado de alta. Estando allí registró fiebre, vómitos y malestar grave, lo que indujo a llevarlo de vuelta a la clínica el 4 de diciembre. ¿Alguien podría pensar que fue envenenado en su casa, donde se empezó a sentir mal? En vista de ello su familia relevó al doctor Augusto Larraín, que lo había operado e insistía en que los malestares post operatorios eran normales, y puso a cargo de la emergencia al doctor Patricio Silva Garín. Éste inició una serie de desesperados esfuerzos por salvarle la vida al paciente, operándolo de una obstrucción intestinal que no podía esperar, pero, a la vez, se vio obligado a retardarla unos días por decisión familiar. ¡Estos esfuerzos suyos son los que el juez Madrid considera constitutivos de “homicidio simple”! 

   En seguida, el juez no puede menos que desechar la tesis del envenenamiento, pues el mismo debería haber tenido lugar en el propio hogar del paciente, que fue donde comenzó a sentirse tan mal. Y tampoco puede probar una conspiración oficial para matarlo, porque "lamentablemente" no halló ningún indicio.

   Lo que sí resultó lamentable fue que el ministro pasara por alto los cruciales testimonios de los doctores Juan Pablo Beca (yerno de Frei) y Eduardo Weisnstein, presentes en la reoperación de urgencia. Los recibió recién después de 16 años de investigación y, pese a ser decisivos, estando ambos médicos contestes en que la condición del intestino necrosado del paciente al reingresar a la clínica y no ser inmediatamente operado era irreversible y su muerte inminente, no los consideró.

   No tengo fe alguna en los tribunales superiores, que conocerán de apelaciones y casaciones de las partes, pues he visto cómo han burlado la ley y la Constitución en sus fallos en otras causas de connotación política, como las seguidas contra los Presos Políticos Militares. Esos tribunales van a conocer de los recursos durante la siguiente década. Desconfío de ellos, porque los he visto cambiar de jurisprudencia, contravenir el tenor literal de leyes expresas y vigentes y pasar por sobre normas básicas del debido proceso, como el principio de legalidad, la cosa juzgada, la irretroactividad de la ley penal, el principio pro-reo y la presunción de inocencia. Y, sobre todo, los he visto burlarse de la verdad de los hechos, estableciendo presunciones arbitrarias y hasta confesando basarse en “ficciones jurídicas”.

Lo único cierto es que transcurrirán una o más décadas en que otra generación de chilenos vivirá este juicio “por los diarios”, en un ambiente informativo nacional como el vivido ya por 29 años, en el cual han prevalecido dos lemas: “mentid, mentid, que algo queda” (Voltaire) y “una mentira mil veces repetida pasa a ser verdad” (Goebbels).

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

 

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