viernes, 18 de enero de 2019

 

 

Durante un intervalo lúcido, Sebastián Piñera envió al Congreso un proyecto que promueve mayor libertad “en la industria de la educación”, según dijo en el respectivo anuncio, para que algunos establecimientos escolares pudieran tener criterios propios de admisión de alumnos.

                Todo ello es absolutamente correcto y bien pensado, pues la libertad de enseñanza es una garantía constitucional, por una parte, y quienquiera lea cualquier texto de Introducción a la Economía se enterará de que la provisión de bienes y servicios en una sociedad libre se materializa a través de ofrecerlos y demandarlos en los respectivos mercados. Todo manual de ese ramo enseña que en el del pan intervienen como oferentes las firmas, es decir, individuos o sociedades que producen pan; y que el conjunto de firmas constituye la “industria del pan”. Del mismo modo, en el mercado de la educación participan como oferentes individuos o sociedades que son firmas y enseñan en escuelas y universidades; y que el conjunto de firmas proveedoras de ese servicio constituye la “industria de la educación”. "Industria" es un vocablo perteneciente al lenguaje “de la respectiva ciencia o arte”, como dice el Código Civil, en este caso la economía.

Pero éste es un país de mayoría izquierdista y manejado por eslóganes que consagran o demonizan personas, gobiernos, sistemas y palabras al antojo de aquella, y está absolutamente proscrito y desterrado el término “industria”, que en la simpleza de los cerebros lavados criollos evoca los recintos donde se domicilian sujetos de prominente barriga, vestidos de negro y con un puro en la boca, dedicados a lucrar sin freno, esquilmar a los oprimidos y conspirar con el imperialismo norteamericano.

Como no hay nada que provoque mayor pánico a Piñera que las críticas de la izquierda, en este caso culminadas por una columna ad hoc del rector Peña, en “El Mercurio”, donde martilló el último clavo del ataúd de la idea de Piñera subrayando lo más horroroso de ella: haber hablado de “industria de la educación”. 

Por supuesto, Sebastián retrocedió a toda máquina (ya Peña le cambió a suficientes ministros en su anterior administración), pidió perdón, eso sí que lamentando la falta de compasión de sus críticos con él y, acudiendo a su bagaje de populismo DC, concedió que habría sido más apropiado, en vez de "industria", decir “comunidad escolar”.

Pero en una sociedad realmente libre habría una gran industria educacional, como se gestó a partir de 1981 en la enseña universitaria, hasta que los izquierdistas llegaron al poder y están arruinándola. Si Chile pudiera deshacerse del Ministerio de Educación, poniéndole, por ejemplo, una bomba (esta idea se la oí a un rector) el gobierno dispondría de 14 BILLONES de pesos para que los siete deciles más pobres enviaran a sus hijos a los colegios privados de excelencia y a las universidades libres de su elección, pues la plata está, pero se la lleva la burocracia politizada. Como toda la educación sería particular pagada --que es la que en Chile se acerca a los niveles de países desarrollados-- habría un gran salto en la calidad de la enseñanza de los niños y jóvenes chilenos. Se registraría un progreso tan grande como el que significó la gestión del Gobierno Militar a nivel país. Pero "estamos en otra". La izquierda hace lo quiere e impone sus términos y hasta su idioma. La derecha izquierdiza sus principios y renuncia a su versión de la historia. Si la izquierda "le hace un guapo", la derecha se muere de miedo, sobre todo cuando le gritan, más encima, "y bien muerto está el perro". Luego, "industria" ya es una mala palabra que nadie se atreve a repetir. 

Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/

 

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