Gonzalo Rojas S.

 

"Una vez más, lamentablemente, habrá que concluir: ¡qué importa la verdad!"


 ¿Y si fuera cierto que la campaña que permitió la elección de Michelle Bachelet para un segundo período hubiese recibido platas extranjeras mal avenidas? (El modo en que la exmandataria se expresa deja en claro que ella no sabía, pero existe la posibilidad de que otros sí supieran… y actuaran.)

Si fuera cierto, no pasaría nada. Nada.

No pasaría nada porque las instituciones jurídicas —caben bajo esa denominación todos aquellos en los que usted está pensando— harían lo imposible por inhibirse para no perjudicar dos bienes que consideran superiores: por una parte, la imagen de Bachelet, vinculada a su tan mentado legado; y, por otra, la posibilidad de que haya que recurrir de nuevo al hada madrina para que haga ¡clic! y las izquierdas puedan recuperar el poder por su mágica intervención.

No pasaría nada, además, porque tantos comunicadores desplegarían sus mejores estrategias para ocultar la falta, e intentarían convertir la denuncia en contra de la exmandataria en una maniobra, ya se sabe, de los dueños de esos mismos medios, aliados de la pérfida derecha.

No pasaría nada, finalmente, porque los partidos políticos que gozaron de sus favores durante dos administraciones saldrían a exculparla, insistiendo en su inmaculada trayectoria. Hay muchos políticos de izquierda que podrían caer por la denuncia, por lo que el instinto de supervivencia operaría de modo pavloviano.

(Por supuesto, los anteriores comentarios no tienen nada de proféticos, porque es justamente lo que ya viene sucediendo.)

Y, además, vivimos un caso paralelo; curiosamente paralelo.

¿Y si fuera falso que la ministra Cubillos hubiese cometido las infracciones por las que se la acusa constitucionalmente? (La forma en que la secretaria de Estado se expresa logra desvirtuar todo fundamento para encausarla y, por eso mismo, su posición concita apoyo en muy variados sectores.)

Si fuera falso, no pasaría nada. Nada.

No pasaría nada, porque las instituciones involucradas —sus mayorías, más bien— van a hacer todo lo posible por condenarla. Serían demasiado evidentes los motivos rastreros (Allende conocía el sentido de esa palabra, aunque no supo aplicarlo adecuadamente) que podrían mover a esas tiránicas mayorías para votar en contra de Cubillos, pero a pesar del riesgo que implica desacreditar otro poco al Congreso, quizás estén dispuestas a hacerlo.

No pasaría nada, además, porque en muchos medios se levantarían voces para justificar su condena, ya que hace tiempo que la verdad y la justicia dejaron de ser los móviles de ciertos comunicadores. ¿Qué puede importarle la inocencia de una mujer honrada, inteligente y trabajadora a una persona que participa en la vida pública solo para denigrar a quienes no comparten su fracasada utopía?

Finalmente, no pasaría nada, porque los partidos políticos de las izquierdas son completamente ajenos al sentido de bien común, lo que los lleva a una lucha continua con sus adversarios —enemigos, los llaman—, y la ministra Cubillos ha tenido el honor de quedar muy alto en la lista de quienes “merecen” esa agresión. Serán inmisericordes con ella, más aún considerando que desacreditar y proscribir a una mujer puede ayudar a tapar las culpas de otra mujer.

Así, en los casos Bachelet y Cubillos, las nociones de culpabilidad e inocencia pueden quedar completamente desvirtuadas e invertidas. El resultado puede ser 2-0, 1-1 o 0-2. De antemano, no es difícil predecir que será 0-2, y usted ya sabe en qué sentido.

Una vez más, lamentablemente, habrá que concluir: ¡qué importa la verdad! Parece que lo único que interesa es el sucio juego del sucio poder, la triste pugna por recuperarlo, la torpe ilusión de volver a poseerlo.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/09/25/72756/Y-si-fuera-cierto.aspx

 

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