Gonzalo Rojas Sánchez
En el Frente Amplio está el correlato de todas las fuerzas de izquierda que, a lo largo de más de cien años, han creído necesario converger en algún momento con el PC.
Antes y después de los 80 años que han pasado desde ese triste 23 de agosto de 1939, los comunistas han pactado a diestra y siniestra. O sea, lo han hecho siempre, a lo largo de toda su historia, ya más que centenaria.
Aunque el acuerdo que esta semana conmemoramos haya tenido una relevancia extraordinaria —porque, entre otras cosas, condenó a Polonia y a los países bálticos—, eso no puede ocultar la tendencia permanente que ha caracterizado a todos los PC del mundo, desde aquel Hermano Mayor soviético, hasta los más pequeños del planeta.
Los comunistas siempre han necesitado pactar, y lo han sabido hacer muy bien.
Han necesitado pactar porque, dentro de la contienda democrática, habitualmente han sido minoría, y minoría exigua. Pero, a diferencia de otras minúsculas minorías que han logrado legitimarse políticamente, los comunistas han sido habitualmente una pequeña porción aislada: hay en ese partido algo de repelente que el resto de los actores cívicos siempre ha detectado; es una mala presencia que produce rechazo, es un mal olor perceptible por todo el restante espectro democrático.
Y, aun así, los comunistas han logrado pactar. Pactaron brevemente con el ala izquierda de los social revolucionarios desde el primer momento del golpe de Estado bolchevique en 1917; pactaron con partidos burgueses y con partidos de inspiración cristiana en diversas naciones de la Europa central desde 1945 a 1948, pactaron con ¡Batista! en Cuba; y en Chile, han pactado con los socialistas, con los radicales, y con cuanto grupo les ha resultado funcional. Y que nunca se nos olvide, pactaron también con la Democracia Cristiana entre 2014 y 2018.
A diferencia de lo que sucede muchas veces —cuando la gravedad o la urgencia nubla a quien busca aliados—, los que se han vinculado con los comunistas lo han hecho siempre en pleno uso de sus facultades, ponderando con libertad esas alianzas y, por lo tanto, han tenido que responder de los desastrosos efectos que han producido esos acuerdos, ya que esos pactos terminaron siempre con la derrota de quienes, por un tiempo breve y de vana ilusión, se creyeron aliados paritarios de los comunistas.
¿Cómo se explica, entonces, que siga habiendo quienes estén dispuestos a sacar de su aislamiento al PC, en concreto, en Chile?
Es innegable que, en conjunto con la repugnancia que provocan, los comunistas también son portadores de un magnetismo cautivante: está presente en ellos esa fuerza mística, ese mesianismo que atrae a los menos fuertes, a los menos organizados, a los pusilánimes y a los indecisos. Todos estos pueden percibir con facilidad el riesgo de aliarse con el PC, pero difícilmente pueden resistir la tentación de pensar que, tomados de su mano, avanzarán juntos por la senda del éxito. Siempre creen que habrá una primera vez en que el pacto los favorecerá a ellos, a las fuerzas aliadas del comunismo, y no al partido de Lenin.
Compañeros de ruta, los han llamado desde el comunismo, con cínica benevolencia.
¿A qué pactos apunta el PC chileno para el futuro de mediano plazo?
Qué duda cabe, al Frente Amplio. Ahí está el correlato de todas las fuerzas de izquierda que, a lo largo de más de cien años, han creído necesario converger en algún momento con los comunistas, convencidas de que podrían nutrirse de esos vasos comunicantes, fuerzas que han terminado inevitablemente convertidas en pellejos deshidratados a los que el PC fue capaz de extraerles toda su savia.
No ahora, no muy rápido, no para las próximas elecciones, pero sí a mediano plazo, ese es el destino de buena parte de las fuerzas del Frente Amplio. El PC conoce bien la fórmula, y por eso, cuando lo estime oportuno, pactará.
Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/08/21/71860/Por-que-pactan-los-comunistas.aspx
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