Miércoles 12 de julio de 2017
"Piñera sabe que en ese magma de indefiniciones que es el centro está buena parte de su posibilidad de volver a La Moneda...".
Tres personalidades compitieron en las primarias de Chile Vamos, pero ¿había tres proyectos distintos?
No. Apenas hubo esbozos de proyectos.
Los comandos de las tres candidaturas sabían que no había que gastar esfuerzos en formular ideas, en precisar eventuales medidas de gobierno, porque si en las elecciones anteriores había sido evidente que los ciudadanos no conocían los programas de gobierno propuestos en la instancia decisiva -la segunda vuelta-, mucho menos se interesarían en averiguar qué proponen los candidatos dos pasos antes, en las simples primarias.
Las del 2 de julio pasado, por lo tanto, fueron unas elecciones entre personalidades y no una disputa por programas.
Y por eso, terminado el conteo de votos, efectivamente solo importarán las personalidades. Piñera, el candidato; Ossandón, el segundo en discordia; el abanderado de Evópoli, tercero a distancia. El panorama es complicado: es obvio que ahora sí viene el momento del proyecto y para eso hay que poner de acuerdo a tres personalidades bien disímiles. Nada de fácil.
Ossandón es quien tiene menos posibilidades de influir. Sus votos equivalen a menos del 2% del padrón electoral total, no tiene un partido que lo respalde y carece de postulantes al parlamento que pudieran ser electos para el próximo Congreso. Y, además, él mismo reconoce que no sabría cómo direccionar sus propios votos. Pero no está ahí su mayor debilidad para negociar: fue el durísimo debate televisivo con sus supuestos aliados lo que lo dejó en una débil posición. Todo acercamiento sensiblero a Piñera plantearía la duda sobre si en realidad no fue aquella discusión un tongo mayúsculo o si un acuerdo presente no sería puramente una burda falsedad. Simplemente, ante la opinión pública, Ossandón no tiene cómo abuenarse con Piñera. Y tampoco nadie les creería a los cariñitos de Piñera para acercarlo.
A su vez, Evópoli entra a la negociación con una baza de muy poco valor: su lista al parlamento. Antes de las primarias, Evópoli tenía la posibilidad de amenazar con romper a Chile Vamos, abriéndose a otras opciones liberales, Amplitud y Ciudadanos, para configurar con ellos un polo común. Ese escenario podría haber metido algo de cuco en los partidarios de Piñera, obligándolos a negociar políticas más liberales en el programa final. Pero desde el domingo 2 de julio, ya se sabe lo que pesa Evópoli: la nada y la cosa ninguna. Con esos 200 mil votos y poco más -repartidos por todo Chile-, a lo sumo podría elegir, de chiripazo, algún diputado por rebalse.
Por lo tanto, tampoco Evópoli tiene personalidad para plantear exigencias dentro del programa de Piñera.
Eso significa que todas las negociaciones que veremos en los próximos días serán solo cosméticas, se plantearán solo para dar una imagen de unidad en Chile Vamos.
Por supuesto -y como siempre-, Piñera tendrá la última palabra sobre el programa. No sería extraño, por lo tanto, que algunas de las ideas de Evópoli fueran a parar a su proyecto, no con el objetivo de sumar la escuálida votación de esos liberales, sino para correr lo más posible su programa hacia eso que llaman centro, con la ilusión de entrar en los dominios de Goic y Guillier.
Piñera sabe que en ese magma de indefiniciones que es el centro está buena parte de su posibilidad de volver a La Moneda; estima que temas como la aceptación progresiva de las uniones homosexuales, la eventual adopción de niños por esas parejas y su mantención del rechazo a todos los colaboradores del gobierno militar (menos Chadwick, claro está) lo validan en esa posición.
Como bien dijo la alcaldesa Matthei la misma tarde de la primaria: "Piñera no ha sido nunca de derecha, nunca jamás".
No. Apenas hubo esbozos de proyectos.
Los comandos de las tres candidaturas sabían que no había que gastar esfuerzos en formular ideas, en precisar eventuales medidas de gobierno, porque si en las elecciones anteriores había sido evidente que los ciudadanos no conocían los programas de gobierno propuestos en la instancia decisiva -la segunda vuelta-, mucho menos se interesarían en averiguar qué proponen los candidatos dos pasos antes, en las simples primarias.
Las del 2 de julio pasado, por lo tanto, fueron unas elecciones entre personalidades y no una disputa por programas.
Y por eso, terminado el conteo de votos, efectivamente solo importarán las personalidades. Piñera, el candidato; Ossandón, el segundo en discordia; el abanderado de Evópoli, tercero a distancia. El panorama es complicado: es obvio que ahora sí viene el momento del proyecto y para eso hay que poner de acuerdo a tres personalidades bien disímiles. Nada de fácil.
Ossandón es quien tiene menos posibilidades de influir. Sus votos equivalen a menos del 2% del padrón electoral total, no tiene un partido que lo respalde y carece de postulantes al parlamento que pudieran ser electos para el próximo Congreso. Y, además, él mismo reconoce que no sabría cómo direccionar sus propios votos. Pero no está ahí su mayor debilidad para negociar: fue el durísimo debate televisivo con sus supuestos aliados lo que lo dejó en una débil posición. Todo acercamiento sensiblero a Piñera plantearía la duda sobre si en realidad no fue aquella discusión un tongo mayúsculo o si un acuerdo presente no sería puramente una burda falsedad. Simplemente, ante la opinión pública, Ossandón no tiene cómo abuenarse con Piñera. Y tampoco nadie les creería a los cariñitos de Piñera para acercarlo.
A su vez, Evópoli entra a la negociación con una baza de muy poco valor: su lista al parlamento. Antes de las primarias, Evópoli tenía la posibilidad de amenazar con romper a Chile Vamos, abriéndose a otras opciones liberales, Amplitud y Ciudadanos, para configurar con ellos un polo común. Ese escenario podría haber metido algo de cuco en los partidarios de Piñera, obligándolos a negociar políticas más liberales en el programa final. Pero desde el domingo 2 de julio, ya se sabe lo que pesa Evópoli: la nada y la cosa ninguna. Con esos 200 mil votos y poco más -repartidos por todo Chile-, a lo sumo podría elegir, de chiripazo, algún diputado por rebalse.
Por lo tanto, tampoco Evópoli tiene personalidad para plantear exigencias dentro del programa de Piñera.
Eso significa que todas las negociaciones que veremos en los próximos días serán solo cosméticas, se plantearán solo para dar una imagen de unidad en Chile Vamos.
Por supuesto -y como siempre-, Piñera tendrá la última palabra sobre el programa. No sería extraño, por lo tanto, que algunas de las ideas de Evópoli fueran a parar a su proyecto, no con el objetivo de sumar la escuálida votación de esos liberales, sino para correr lo más posible su programa hacia eso que llaman centro, con la ilusión de entrar en los dominios de Goic y Guillier.
Piñera sabe que en ese magma de indefiniciones que es el centro está buena parte de su posibilidad de volver a La Moneda; estima que temas como la aceptación progresiva de las uniones homosexuales, la eventual adopción de niños por esas parejas y su mantención del rechazo a todos los colaboradores del gobierno militar (menos Chadwick, claro está) lo validan en esa posición.
Como bien dijo la alcaldesa Matthei la misma tarde de la primaria: "Piñera no ha sido nunca de derecha, nunca jamás".
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