Gonzalo Rojas

 

Que a una oposición terca y torpe se le presten pocos oídos, parece razonable. Pero que a los propios partidarios se los rechace públicamente, revela escasa sabiduría.


"No me diga lo que tengo que hacer".

¿Es efectivo que el Presidente Piñera le contestó de esa manera a un diputado de la UDI que le planteaba un determinado modo de proceder?

Si así fuera, si la frase presidencial viniera a sumarse a una idéntica de su ministro del Interior dirigida tiempo atrás a un intendente, desde el mismo jefe de gabinete hasta el más sencillo funcionario público -pasando por los senadores y diputados gobiernistas- habrían recibido la peor de las señales que puede emitir un líder: "Yo lo sé todo".

Quienes tienen la posibilidad habitual o circunstancial de trabajar con el Presidente cuentan, muy admirados, el altísimo grado de preparación con que acude a las reuniones. Y la materia en discusión puede referirse al tratamiento de residuos como al poder de fuego de una fragata... y a casi todo lo demás que figure en la agenda. Piñera estudia, y a fondo: de eso no cabe duda, eso es indiscutible.

Pero, ¿eso hace que el Presidente "lo sepa todo"? ¿O que él crea que "lo sabe todo" y que por eso nadie debe decirle "lo que tiene que hacer"?

Por ridículas que puedan parecer estas preguntas, hay personalidades que, aunque jamás las contestarían con un sí exterior, han llegado a creer en su interior que efectivamente sus conocimientos son casi ilimitados. Recuerdo claramente lo que me contestó un buen amigo, años atrás, cuando le pregunté por la calidad humana de una autoridad que acababa de asumir un importante cargo. "Es muy capaz", me dijo, "y por eso mismo, no admite que nadie le lleve la contra", agregó con resignación.

Con independencia de la amplitud y calidad efectiva de sus conocimientos, lo más grave es que una persona pueda confundir la vasta información que posee con algo tan alto y magnífico como la sabiduría. Y esa confusión es la que lleva a un líder a proferir el lamentable "no me diga lo que tengo que hacer", señal clara de que, precisamente, carece de sabiduría.

Décadas atrás, en este mismo espacio, un sabio historiador, de quien aprendí mucho en pocos contactos, publicó aquella magnífica columna referida "a la frase más importante de la historia de Chile". Recordaba el columnista cómo un ministro del Presidente Prieto había acudido al mandatario con un problema de difícil solución. Prieto, con la mayor sensatez -¡sabiduría!-, le dijo, simplemente, "pregúntenle a Bello": No dijo "que Bello decida", sino... "que Bello nos dé su consejo".

Esa publicación tuvo lugar en los años en que Jorge Swett gobernaba con mano firme la P. Universidad Católica de Chile y lograba sacarla del marasmo en que la ideologizada rectoría Castillo Velasco la había sumido. Mano firme, porque era mano sabia, mano de petición constante de consejo. Incluso uno, un cabro chico muy chico, tenía la posibilidad de informar al rector sobre el propio trabajo, porque don Jorge quería saber siempre más, porque era consciente de que sabía poco, de que necesitaba que le dijeran qué había que hacer, para tomar él después la decisión. Consejo, prudencia, sabiduría, energía.

Cuando comienza recién el segundo año de la presidencia Piñera, no es buena señal la que hemos comentado. No es buena señal ese distanciamiento respecto de las restantes opiniones, del consejo y de la crítica. Que a una oposición terca y torpe se le presten pocos oídos, parece razonable (y hasta por ahí no más, dada su mayoría parlamentaria, por desarticulada que esté). Pero que a los propios partidarios se los rechace públicamente, revela escasa sabiduría.

¿Y qué habría pedido el parlamentario de la UDI? Que el Gobierno no presentara proyectos en temas morales y culturales que pudieran dividir a Chile Vamos.

En ese contexto, la respuesta presidencial se hace aún más delicada.

Fuente: http://www.elmercurio.com/blogs/2019/03/20/67965/Un-Presidente-sabelotodo.aspx

 

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