Gonzalo Rojas
"O sea, no nos habíamos dado cuenta de que no es solo una extrema derecha, sino que, además, es neofascista".
Por supuesto, si un objeto está en el extremo de la mesa, las posibilidades de que se caiga y se rompa son muy altas. Mientras más al centro, más seguridad: tremenda novedad.
Por eso, el lenguaje para descalificar a la auténtica derecha sigue una regla básica: repetir y repetir el conocido mantra: "es la ultraderecha". A veces se utilizan etiquetas de mayor densidad conceptual y, por eso mismo, menos eficaces ante las grandes masas, consumidoras de imágenes: "integristas" y "fundamentalistas" han sido palabrejas útiles para descalificar a ciertas élites ante otras élites, pero no producen un efecto masivo. Ciertamente, "racistas" y "homofóbicos" son términos mucho más eficientes para denigrar a los tales o a los cuales, pero por su carácter acotado a una sola cuestión, sirven poco con vistas al objetivo de generar un rechazo global.
Aparece, entonces, el dichoso apelativo: "ultraderecha o extrema derecha". Y el coro de comunicadores de izquierda (no de "ultraizquierda") repite el término de modo rítmico, y lo aplica al rival que vaya pasando, y lo subtitula en reportajes, y lo recuerda al introducir una entrevista; y se lo cree.
Pero como esa monserga también se gasta, entonces hay que echarle a la olla alguna dosis nueva de picante.
Para eso está disponible el analista que descubre que, en realidad, estamos en presencia de una "derecha neofascista". O sea, que no nos habíamos dado cuenta de que no es solo una extrema derecha, sino que, además, es neofascista. Y, de verdad, qué importa el "neo": lo que deja sentado el analista es que la derecha es fascista. Es más corto y directo, ¿no? Nada nuevo bajo el sol, desde Hemingway, Dos Passos, Gidé, Malraux y tantos otros compañeros de ruta del comunismo, algunos de ellos con un camino propio eso sí, después de que descubrieran cómo se comportaban en realidad las izquierdas en el poder. Y por eso mismo, el uso de una expresión tan pobre y falsa -¡fascistas!- parecía ya desterrado de las mentes lúcidas y radicado solo en gritones de patio y calle.
Ahora, gracias al aporte del analista, el coro de los comunicadores de izquierda cantará su nueva melodía y venderán millones de copias: "¡neofascistas, neofascistas, neofascistas!".
Lo notable es que, por una desviación mental perfectamente perceptible, cuando se refieren a las izquierdas, califican a sus integrantes históricos como "jóvenes idealistas" o "jóvenes combatientes", y a los de ahora los llaman "rebeldes asistémicos" o "anarquistas que reivindican derechos conculcados". No ha llegado ni se divisa aún el día en que ciertos comunicadores se refieran a ellos como "ultraizquierdistas neoleninistas".
Pero resulta que esos izquierdistas pretenden, en temas de soberanía, la disolución de las fronteras para el ingreso de inmigrantes y para la cesión de territorios al vecino aquel. Pero no, eso no le parece nada de extremo ni al fulano del micrófono ni a la zutana de la cámara.
Y vociferan a favor del aborto sin restricciones, lo que por supuesto, para aquellos comunicadores es un derecho femenino, jamás una medida que elimina a los niños por el extremo.
Y abogan con fuerza por la retirada de Carabineros de La Araucanía -y algunos, hasta de todos los "blancos"-, pero no, para comunicadores y analistas, ciertamente, en eso no hay nada de ultra.
Y quisieran disolver todas las identidades sexuales en los 112 supuestos géneros, pero sus entrevistadores los contemplarán embelesados. Al que defienda los caracteres del varón y de la mujer lo llamarán fascista; al que los disuelva, progresista. De ultra, obvio, nada.
Verdadera derecha: tranquila. Lo dijo Octavio Paz: "Un día u otro, la realidad desgarra los velos y reaparece".
Por eso, el lenguaje para descalificar a la auténtica derecha sigue una regla básica: repetir y repetir el conocido mantra: "es la ultraderecha". A veces se utilizan etiquetas de mayor densidad conceptual y, por eso mismo, menos eficaces ante las grandes masas, consumidoras de imágenes: "integristas" y "fundamentalistas" han sido palabrejas útiles para descalificar a ciertas élites ante otras élites, pero no producen un efecto masivo. Ciertamente, "racistas" y "homofóbicos" son términos mucho más eficientes para denigrar a los tales o a los cuales, pero por su carácter acotado a una sola cuestión, sirven poco con vistas al objetivo de generar un rechazo global.
Aparece, entonces, el dichoso apelativo: "ultraderecha o extrema derecha". Y el coro de comunicadores de izquierda (no de "ultraizquierda") repite el término de modo rítmico, y lo aplica al rival que vaya pasando, y lo subtitula en reportajes, y lo recuerda al introducir una entrevista; y se lo cree.
Pero como esa monserga también se gasta, entonces hay que echarle a la olla alguna dosis nueva de picante.
Para eso está disponible el analista que descubre que, en realidad, estamos en presencia de una "derecha neofascista". O sea, que no nos habíamos dado cuenta de que no es solo una extrema derecha, sino que, además, es neofascista. Y, de verdad, qué importa el "neo": lo que deja sentado el analista es que la derecha es fascista. Es más corto y directo, ¿no? Nada nuevo bajo el sol, desde Hemingway, Dos Passos, Gidé, Malraux y tantos otros compañeros de ruta del comunismo, algunos de ellos con un camino propio eso sí, después de que descubrieran cómo se comportaban en realidad las izquierdas en el poder. Y por eso mismo, el uso de una expresión tan pobre y falsa -¡fascistas!- parecía ya desterrado de las mentes lúcidas y radicado solo en gritones de patio y calle.
Ahora, gracias al aporte del analista, el coro de los comunicadores de izquierda cantará su nueva melodía y venderán millones de copias: "¡neofascistas, neofascistas, neofascistas!".
Lo notable es que, por una desviación mental perfectamente perceptible, cuando se refieren a las izquierdas, califican a sus integrantes históricos como "jóvenes idealistas" o "jóvenes combatientes", y a los de ahora los llaman "rebeldes asistémicos" o "anarquistas que reivindican derechos conculcados". No ha llegado ni se divisa aún el día en que ciertos comunicadores se refieran a ellos como "ultraizquierdistas neoleninistas".
Pero resulta que esos izquierdistas pretenden, en temas de soberanía, la disolución de las fronteras para el ingreso de inmigrantes y para la cesión de territorios al vecino aquel. Pero no, eso no le parece nada de extremo ni al fulano del micrófono ni a la zutana de la cámara.
Y vociferan a favor del aborto sin restricciones, lo que por supuesto, para aquellos comunicadores es un derecho femenino, jamás una medida que elimina a los niños por el extremo.
Y abogan con fuerza por la retirada de Carabineros de La Araucanía -y algunos, hasta de todos los "blancos"-, pero no, para comunicadores y analistas, ciertamente, en eso no hay nada de ultra.
Y quisieran disolver todas las identidades sexuales en los 112 supuestos géneros, pero sus entrevistadores los contemplarán embelesados. Al que defienda los caracteres del varón y de la mujer lo llamarán fascista; al que los disuelva, progresista. De ultra, obvio, nada.
Verdadera derecha: tranquila. Lo dijo Octavio Paz: "Un día u otro, la realidad desgarra los velos y reaparece".
.