Gonzalo Rojas


"Allende hizo vista gorda, muy gorda, a la instrucción militar y al despliegue de los aparatos armados del PS, del PC y del MIR."


El papel no aguanta todo. Aguanta solo lo que la evidencia histórica no contradice.

José Antonio Viera-Gallo ha afirmado, pocos días atrás, que no fue una actitud de Salvador Allende alardear con la violencia revolucionaria. Y agregó que ese tampoco fue el comportamiento de la mayoría de su gobierno.

Alardear. ¿Allende nunca hizo alarde, o sea, nunca manifestó adhesión pública o, al menos, aceptación de la violencia?

Al hacer estas afirmaciones, las izquierdas parten de dos bases: que no contamos con la información para desvirtuarlas y que, si eventualmente la tuviéramos, no nos atreveríamos a divulgarla, porque, ya se sabe, decir la verdad sobre Allende y la Unidad Popular puede ser fácilmente calificado como discurso del odio.

Se equivocan en ambas dimensiones. Yerra, en concreto, José Antonio Viera-Gallo con su audaz afirmación, porque Salvador Allende hizo detallado y sostenido alarde de la violencia.

Alabó el asalto castrista al Cuartel Moncada con su discurso en el Senado del 28 de julio de 1965; apoyó a los movimientos guerrilleros impulsados por Cuba en toda América, al aceptar la presidencia de OLAS; mostró su adhesión concreta a la guerrilla del Che en Bolivia, al acompañar —siendo presidente del Senado— a cinco sobrevivientes de esa grotesca aventura, en parte de su vuelo de retorno a Cuba.

Aceptó ser candidato presidencial de un partido que en 1965 y 1967 había declarado su opción por la vía armada; validó la escuela guerrillera del PS, en Chaihuín, cerca de Valdivia, cuando en 1970 visitó a los detenidos; declaró al New York Times en octubre de ese año que a la violencia reaccionaria respondería con la violencia revolucionaria (no con las fuerzas policiales destinadas al efecto), palabras que ratificó textualmente más adelante en un discurso público; indultó, pocos días después de asumir, a 43 miristas y miembros de la VOP, todos implicados en acciones violentas; aceptó y validó dos regalos muy significativos: el libro del Che sobre la Guerra de Guerrillas y el fusil de Fidel que usaría el 11 de septiembre; no vaciló en afirmar que “armas tendrá el pueblo”, el 29 de junio de 1973, en la plaza de la Constitución, de lo que fui testigo presencial in situ.

Y más allá de todo lo anterior, Allende hizo vista gorda, muy gorda, a la instrucción militar y al despliegue de los aparatos armados del PS, del PC y del MIR, develados después con toda sinceridad por Altamirano, Corvalán y Pascal Allende. Era perfectamente consciente, además, de la internación de armas por vía cubana, de su distribución en el GAP —esos sujetos vivían en su misma casa— y de la reserva de contingente y de armamento que había en la embajada castrista. Lo sabía todo y todo lo validaba.

¿Y qué decir de sus colaboradores?

Algunos se salvaron ciertamente del frenesí de la violencia, pero ¿está excluido Clodomiro Almeyda, a quien Allende nombró ministro de Relaciones Exteriores y ministro de Defensa, y quien sostenía que el camino armado, en Chile, se materializaría probablemente por una “guerra civil revolucionaria, a la manera española”, y que adulaba a la revolución cubana, porque “demostró la viabilidad de la violencia revolucionaria para alcanzar el poder”?

¿No alardeaban unos intendentes de Santiago cuando afirmaban, respectivamente, que “hubo un momento en el que pudimos haber tenido marchando en el centro de Santiago entre 40 y 50 mil obreros… listos para poner orden en la ‘chacra'. (…) ¿qué pasa si nosotros lanzamos las masas nuestras a las calles?” (Joignant), y que “si se cierran los cauces democráticos, el pueblo tiene el legítimo derecho de buscar otras vías de acceso al poder”? (Faivovich).

Alardeaban, muchos alardeaban.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2023/04/05/106371/allende-y-la-violencia.aspx

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