Gonzalo Rojas
"Le corresponderá marcar una gran diferencia y decirles que sí a todas las políticas a favor de la mujer, mientras les dice que no a todos los intentos espurios del generismo".
Coincido. Pero justamente por eso, ahora y para el futuro, se espera aún más de la ministra.
Se espera que entienda que el problema político no es la mujer, como una categoría pura, sino la utilización que hacen de la condición femenina quienes la usan hoy como pantalla, mientras paradojalmente argumentan que en el pasado otros la han instrumentalizado. La mujer no es el problema fundamental de hoy, entiéndalo bien la ministra: el problema es el Género. No estamos frente a cuestiones de feminismo, sino de generismo. Y por eso, mucho cuidado al hablar de "agenda de Género".
Disfrazado de feminismo y protegido por esa aura, el generismo todo lo invade. Ya sabemos que el tailandés Vitit Muntarbhorn, el nuevo defensor global de LGTB de Naciones Unidas, promueve la existencia de 112 géneros distintos. Hasta hace poco tiempo eran solo 35, pero se ha producido en escaso lapso la misteriosa expansión a los tres dígitos. Y esto no se detendrá, todo lo querrá copar. Ese es el dogma, perfectamente descrito por Bèrénice Levet en su "Teoría de Género": "La filosofía que inspira el Género, esta rebelión contra todo dato de la existencia, tanto natural como cultural, nos gobierna: gobierna implícitamente -y este es el peligro- todos los ámbitos de la existencia".
Esa presencia atosigante del generismo -no del feminismo, que le sirve solo de pantalla- se ha hecho especialmente visible en las universidades este año. Se han multiplicado las tomas, los petitorios, las comisiones para discutir la introducción del Género en los currículos, las agresiones y los procesos contra profesores y alumnos que se han resistido a la grosería generista. Todo, con la complicidad de ciertas autoridades, que no han querido enfrentar esta marea porque carecen de la más elemental formación antropológica para entender el fenómeno y, además, se mueren de miedo. Han claudicado en el ejercicio del principio de autoridad; no les temen a las mujeres: les temen a los géneros, a esos zombis morales que avanzan para devorarlos. Y al menos en eso tienen razón: si no los enfrentan, se los comerán vivos.
Por supuesto, los partidos que congregan a las diversas izquierdas respaldan el generismo. Cuando les ha convenido, su causa ha sido el indigenismo o el animalismo o el ecologismo; y como ahora rinde más, como está de moda, utilizan el generismo disfrazado de feminismo. Como instrumento para disolver las estructuras cristianas de la sociedad, óptimo. Toda una señal para la ministra: del enemigo, ¿el consejo?
Y la pena es que los amigos no la ayudarán mucho. Evópoli tiene un gran cacao mental en este tema; en Renovación las fuerzas están divididas, y cada vez que los valientes diputados evangélicos se pronuncian, los pusilánimes de siempre rasgan vestiduras. Para la UDI sí es tema, pero su actitud frente al generismo dependerá mucho de si es Van Rysselberghe o Macaya quien conduce el partido a futuro.
La ministra Pascual, militante del PC, sabía bien qué hacía con su cargo: el generismo disfrazado de feminismo era un instrumento más de la acción comunista. Eso era muy lineal, se notaba demasiado.
A la ministra Plá le corresponderá marcar una gran diferencia y decirles que sí a todas las políticas a favor de la mujer, mientras les dice que no a todos los intentos espurios del generismo. No va a ser fácil.
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