Gonzalo Rojas S.


Este borrador constitucional es una continuación por otros medios de la insurrección violenta de fines del 2019


La hoja en blanco ya está casi completamente escrita. Por supuesto, aún nos podemos encontrar con más sorpresas en los artículos transitorios.

Uno de los argumentos utilizados para obtener el 78% de Apruebo, un año y medio atrás, fue justamente que la hoja en blanco aseguraba a todos los sectores un igual punto de partida. Esa seductora posibilidad venía, por cierto, reforzada con un matiz: sería una hoja en blanco, pero obviamente no un año cero, no la creación desde la nada, no el big bang.

Quienes de buena fe insistían en que los convencionales se basarían en las grandes matrices del constitucionalismo chileno han quedado por completo defraudados. En paralelo, quienes con malicia afirmaban lo mismo, solo para otorgar una seguridad que muy pronto se encargarían ellos mismos de minar, pueden estar satisfechos.

Lo que los primeros ignoraban, lo que los segundos ocultaban, es que la Convención sería el primer gran campo de batalla de una guerra que parece no va a tener cuartel.

Y, justamente por eso, porque las mayorías izquierdistas de la asamblea asumieron su labor en términos de todo o nada, afirmando algo así como “nuestra Constitución o muerte: venceremos”, es que sus éxitos en el pleno se han convertido en fiestas, al modo en que se celebra la rendición de un enemigo después de un sangriento conflicto, y no de la manera en que se estrechan la mano quienes colaboran en un afán común: la democracia chilena.

La hoja ya escrita no es un proyecto de Constitución. Es una declaración de guerra.

Con el permiso de Von Clausewitz, puede afirmarse simplemente que este borrador constitucional es una continuación por otros medios de la insurrección violenta de fines del 2019. Que entre los convencionales electos haya quienes en ese entonces participaron activamente de movilizaciones a cuyo amparo se cometieron bárbaros actos de violencia, no hace más que ratificar que este no es el proyecto del 15 de noviembre, sino la escrituración de la declaración de guerra del 18 de octubre.

Por eso, el lenguaje descalificador, los adjetivos hirientes y los comportamientos destemplados de un grupo importante de convencionales, terminaron plasmándose en proyectos de normas. De su sola lectura se descubren trincheras en las que diversos grupos integrados por sus amigos se protegerán; se dispara artillería pesada para destrozar el modelo de desarrollo nacional, para que salte por los aires; se dispondrá de granadas de mano para dañar a sectores específicos de la actividad económica y social. Y todo eso y mucho más, mientras se le promete a la población que ya durante el transcurso de esta guerra gozarán de los beneficios de la victoria. “La vida es mucho mejor, la gente nunca ha sido más feliz”: algo así afirmaba Stalin en las vísperas del comienzo del Gran Terror, por allá por 1937.

Todo lo anterior podría ser una exagerada predicción si no tuviéramos, además, la desgraciada evidencia de la guerra irregular que ya se combate en el sur de Chile. Sucede, en efecto, que mientras se presenta un proyecto constitucional que querría poner en conflicto continuo a unos chilenos contra otros, esa realidad ya se practica en el trágico día a día de La Araucanía y Biobío.

Por supuesto, que el Gobierno no se anime a enfrentar ese conflicto del lado que le corresponde, es decir, poniendo todos los medios proporcionados para derrotar a la insurgencia, revela con qué ánimo mirarán desde La Moneda y desde los partidos oficialistas los otros escenarios de lucha que abriría el proyecto constitucional.

Si el Presidente Boric considera que cualquier Constitución será mejor que la actual, no cabe duda alguna de qué lado estará cuando el conflicto se generalice.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2022/05/18/98099/una-declaracion-de-guerra.aspx

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