Columnistas
Miércoles 29 de agosto de 2018
"Solo puede ser fecunda la memoria cuando entrega todo lo que es capaz de recordar, no solo aquello que cree conveniente".
La subsecretaria de Derechos Humanos nos dice que un Museo de la Memoria no tiene que tener contexto; uno de los miembros de la comisión designada para estudiar el Museo de la Democracia repite la consigna, afirmando que los Museos de la Memoria no son objeto de contextualizaciones.
Ambos tienen razón, pero no en el sentido en que se expresan.
Ambos tienen razón, porque lo que se le pide al Museo de la Memoria es que sea fiel al texto, no al contexto.
El contexto es un conjunto de circunstancias menores y lejanas, algo así como la temperatura ambiente o la estación del año en la que tuvo lugar un acontecimiento. Contexto es también tener en cuenta lo que pasaba en un país vecino o darle importancia mayor a aquella lucha sorda denominada Guerra Fría.
No se le pide nada de eso al Museo de la Memoria. No. Lo que la historia y la justicia le piden es simplemente... "el texto".
El texto es lo dicho y hecho por todos y cada uno de los actores políticos en el Chile de 1964 en adelante. Todos, todos. Por eso, suprimir a algunos del texto, eliminar sus palabras y su actuación, es engañar, distorsionar, pervertir.
Si no forman parte del texto los continuos atentados del MIR, si no forma parte del texto la infiltración del PS a las Fuerzas Armadas, si no forma parte del texto la organización comunista de la resistencia armada al gobierno militar, el texto es una mentira burda, porque no por decir tres verdades queda justificado el omitir otras cuatro.
El texto de la historia reciente de Chile fue una relación en que una de las partes respondió a la violencia de la otra, y lo hizo también con violencia. Pero sin la trama completa del diálogo, del texto íntegro, no se entiende nada. Es un diálogo con un mudo que no quiere hablar.
Y, en paralelo, la memoria.
Corresponde pedirle a la memoria que sea completa, que no se niegue al recuerdo total. Se sabe que no podemos anular nuestra memoria, que el dato está siempre ahí, molestando. Pero también está comprobado que existe la capacidad de cercenar de la memoria ciertas partes incómodas, aquello que menos agrada.
Por eso, el torturador puede afanarse por bloquear todo recuerdo desde el momento mismo en que recibió a su víctima y comenzó a aplicarle el tormento. Por eso, el terrorista -o su defensor- puede intentar olvidar todo lo que preparaba en los quince días previos a su detención por parte de los servicios de seguridad.
Pero hay una diferencia: mientras la memoria de los torturadores ha sido recreada casi solo unilateralmente por sus víctimas -las reales y las supuestas-, la memoria de los terroristas nunca ha sido estrujada para que cuenten la verdad de sus acciones.
Corvalán habló con claridad del aparato militar del PC; Altamirano develó la magnitud de la fuerza armada socialista; Pascal Allende ha sincerado la acabada formación militar de los miristas. Esa memoria de los líderes de la izquierda está fija en los textos. Da cuenta de cómo se organizaron esas fuerzas para violar sistemáticamente los derechos humanos de quienes ellos consideraban sus enemigos. No lo niegan, pero nadie, en concreto, confiesa: "Sí, yo formaba parte de ese proyecto criminal, yo me preparaba para matar, yo asesiné uniformados a mansalva".
Esa dimensión de la memoria ha sido castrada. Castración, porque solo puede ser fecunda la memoria cuando entrega todo lo que es capaz de recordar, no solo aquello que cree conveniente.
¿O es que resulta creíble que alguien solo tenga memoria desde el momento en que fue detenido y quizás brutalmente torturado? Y, por eso, ¿es aceptable que todo un sector de la derecha no sea capaz de hacerse este mismo razonamiento y descubrir así su propio complejo, su propia rendición ante la verdad?
Ambos tienen razón, pero no en el sentido en que se expresan.
Ambos tienen razón, porque lo que se le pide al Museo de la Memoria es que sea fiel al texto, no al contexto.
El contexto es un conjunto de circunstancias menores y lejanas, algo así como la temperatura ambiente o la estación del año en la que tuvo lugar un acontecimiento. Contexto es también tener en cuenta lo que pasaba en un país vecino o darle importancia mayor a aquella lucha sorda denominada Guerra Fría.
No se le pide nada de eso al Museo de la Memoria. No. Lo que la historia y la justicia le piden es simplemente... "el texto".
El texto es lo dicho y hecho por todos y cada uno de los actores políticos en el Chile de 1964 en adelante. Todos, todos. Por eso, suprimir a algunos del texto, eliminar sus palabras y su actuación, es engañar, distorsionar, pervertir.
Si no forman parte del texto los continuos atentados del MIR, si no forma parte del texto la infiltración del PS a las Fuerzas Armadas, si no forma parte del texto la organización comunista de la resistencia armada al gobierno militar, el texto es una mentira burda, porque no por decir tres verdades queda justificado el omitir otras cuatro.
El texto de la historia reciente de Chile fue una relación en que una de las partes respondió a la violencia de la otra, y lo hizo también con violencia. Pero sin la trama completa del diálogo, del texto íntegro, no se entiende nada. Es un diálogo con un mudo que no quiere hablar.
Y, en paralelo, la memoria.
Corresponde pedirle a la memoria que sea completa, que no se niegue al recuerdo total. Se sabe que no podemos anular nuestra memoria, que el dato está siempre ahí, molestando. Pero también está comprobado que existe la capacidad de cercenar de la memoria ciertas partes incómodas, aquello que menos agrada.
Por eso, el torturador puede afanarse por bloquear todo recuerdo desde el momento mismo en que recibió a su víctima y comenzó a aplicarle el tormento. Por eso, el terrorista -o su defensor- puede intentar olvidar todo lo que preparaba en los quince días previos a su detención por parte de los servicios de seguridad.
Pero hay una diferencia: mientras la memoria de los torturadores ha sido recreada casi solo unilateralmente por sus víctimas -las reales y las supuestas-, la memoria de los terroristas nunca ha sido estrujada para que cuenten la verdad de sus acciones.
Corvalán habló con claridad del aparato militar del PC; Altamirano develó la magnitud de la fuerza armada socialista; Pascal Allende ha sincerado la acabada formación militar de los miristas. Esa memoria de los líderes de la izquierda está fija en los textos. Da cuenta de cómo se organizaron esas fuerzas para violar sistemáticamente los derechos humanos de quienes ellos consideraban sus enemigos. No lo niegan, pero nadie, en concreto, confiesa: "Sí, yo formaba parte de ese proyecto criminal, yo me preparaba para matar, yo asesiné uniformados a mansalva".
Esa dimensión de la memoria ha sido castrada. Castración, porque solo puede ser fecunda la memoria cuando entrega todo lo que es capaz de recordar, no solo aquello que cree conveniente.
¿O es que resulta creíble que alguien solo tenga memoria desde el momento en que fue detenido y quizás brutalmente torturado? Y, por eso, ¿es aceptable que todo un sector de la derecha no sea capaz de hacerse este mismo razonamiento y descubrir así su propio complejo, su propia rendición ante la verdad?
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