Miércoles 18 de julio de 2018
"En el debate público, la izquierda siempre usa el pasado, intenta acorralar a la derecha y esta suele huir despavorida".
Sí, hay personas que buscan y logran cambiar uno de sus dos primeros apellidos.
Las razones son atendibles: han sido maltratadas por alguno de sus progenitores y no quieren exhibir el recuerdo de ese drama. El pasado los dañó y quieren olvidarlo. Quizás haya, a veces, también algún propósito de venganza en esa aniquilación.
Pero, ¿podría la UDI sostener que sus integrantes fueron dañados por el 11 de septiembre de 1973, que el gobierno militar maltrató al movimiento y posterior partido, habiendo nacido ambos durante la Presidencia Pinochet? ¿Podría eso explicar el actual empeño de la UDI por borrar de su declaración de principios toda referencia a su propio e íntimo pasado?
Se dice con frecuencia en ciertos círculos ilustrados de la derecha -en fin, llamémoslos así para darles cierta relevancia- que, por una parte, hay que estructurar un relato, y que, por otra, lo importante es el futuro y no el pasado. Habitualmente no son los mismos los que sostienen una cosa y la otra, pero tampoco es frecuente que se ponga a ambas afirmaciones en contradicción. O sea, los que claman por un relato solo quieren que contemple el futuro: el pasado debe quedar fuera de toda mirada derechista moderna, piensan.
Absurdo.
¿No tiene la derecha de qué alegrarse en la historia de Chile? ¿No defendió habitualmente la acción civilizadora de España y de la Iglesia Católica en nuestro país? ¿No fue, con Portales y Manuel Montt, la constructora de nuestra institucionalidad? ¿No fue quien enfrentó al marxismo desde los cuerpos intermedios y la política, hasta derrotarlo en todo el cuerpo social? ¿No son los conceptos de experiencia y tradición parte de su acervo?
Pero no, por cobardía, por comodidad, por falta de formación, por lo que sea, tantos en la derecha reniegan del pasado (es lo mismo que les pasa a algunos gremialistas de la PUC, que aunque no sean estrictamente "la derecha", actúan como ella: no quieren ni de lejos recordar el pasado de los años 60 y 70, por temor a quedar mal con la sensibilidad del minuto actual).
La crítica a estas claudicaciones se debe plantear en términos tanto más exigentes cuando se ve el modo en que las izquierdas se comportan en Chile.
¿Se imagina usted a Michelle Bachelet calificando de cómplices pasivos a los miristas, comunistas y socialistas que llevaron a Chile a la debacle con Allende? ¿Cree que algún día reconocerán las izquierdas haber intentado subvertir todo el orden moral, social, político y económico, como lo muestran miles de documentos y testimonios? ¿Espera que sus fuerzas paramilitares pidan perdón por los asesinatos de los escoltas del Presidente Pinochet y de Jaime Guzmán? ¿Aseguraría que van a renegar de la trayectoria del marxismo en el siglo XX? No: las izquierdas no niegan su pasado, lo afirman con orgullo, sacan pecho, quieren repetirlo.
Las consecuencias de esta evidente asimetría son lamentables.
En el debate público, la izquierda siempre usa el pasado, intenta acorralar a la derecha y esta suele huir despavorida, deshaciéndose en ridículas explicaciones. En ese clima, los historiadores declaradamente izquierdistas -y por cierto, los liberales también- encuentran la cancha despejada para excluir las aportaciones historiográficas que no les resulten aceptables. ¿Un ejemplo? El tomo I de la reciente Historia política de Chile, de la UAI, una universidad fundada por un político... de derecha. Súmele la pasividad con que desde ciertas derechas se permite el maltrato al pasado reciente que divulgan el Presidente y ciertos ministros, y tenemos "el escenario ideal".
Y está en discusión el proyecto de ley sobre restricciones y castigos a la investigación y divulgación históricas.
Prepárese.
Las razones son atendibles: han sido maltratadas por alguno de sus progenitores y no quieren exhibir el recuerdo de ese drama. El pasado los dañó y quieren olvidarlo. Quizás haya, a veces, también algún propósito de venganza en esa aniquilación.
Pero, ¿podría la UDI sostener que sus integrantes fueron dañados por el 11 de septiembre de 1973, que el gobierno militar maltrató al movimiento y posterior partido, habiendo nacido ambos durante la Presidencia Pinochet? ¿Podría eso explicar el actual empeño de la UDI por borrar de su declaración de principios toda referencia a su propio e íntimo pasado?
Se dice con frecuencia en ciertos círculos ilustrados de la derecha -en fin, llamémoslos así para darles cierta relevancia- que, por una parte, hay que estructurar un relato, y que, por otra, lo importante es el futuro y no el pasado. Habitualmente no son los mismos los que sostienen una cosa y la otra, pero tampoco es frecuente que se ponga a ambas afirmaciones en contradicción. O sea, los que claman por un relato solo quieren que contemple el futuro: el pasado debe quedar fuera de toda mirada derechista moderna, piensan.
Absurdo.
¿No tiene la derecha de qué alegrarse en la historia de Chile? ¿No defendió habitualmente la acción civilizadora de España y de la Iglesia Católica en nuestro país? ¿No fue, con Portales y Manuel Montt, la constructora de nuestra institucionalidad? ¿No fue quien enfrentó al marxismo desde los cuerpos intermedios y la política, hasta derrotarlo en todo el cuerpo social? ¿No son los conceptos de experiencia y tradición parte de su acervo?
Pero no, por cobardía, por comodidad, por falta de formación, por lo que sea, tantos en la derecha reniegan del pasado (es lo mismo que les pasa a algunos gremialistas de la PUC, que aunque no sean estrictamente "la derecha", actúan como ella: no quieren ni de lejos recordar el pasado de los años 60 y 70, por temor a quedar mal con la sensibilidad del minuto actual).
La crítica a estas claudicaciones se debe plantear en términos tanto más exigentes cuando se ve el modo en que las izquierdas se comportan en Chile.
¿Se imagina usted a Michelle Bachelet calificando de cómplices pasivos a los miristas, comunistas y socialistas que llevaron a Chile a la debacle con Allende? ¿Cree que algún día reconocerán las izquierdas haber intentado subvertir todo el orden moral, social, político y económico, como lo muestran miles de documentos y testimonios? ¿Espera que sus fuerzas paramilitares pidan perdón por los asesinatos de los escoltas del Presidente Pinochet y de Jaime Guzmán? ¿Aseguraría que van a renegar de la trayectoria del marxismo en el siglo XX? No: las izquierdas no niegan su pasado, lo afirman con orgullo, sacan pecho, quieren repetirlo.
Las consecuencias de esta evidente asimetría son lamentables.
En el debate público, la izquierda siempre usa el pasado, intenta acorralar a la derecha y esta suele huir despavorida, deshaciéndose en ridículas explicaciones. En ese clima, los historiadores declaradamente izquierdistas -y por cierto, los liberales también- encuentran la cancha despejada para excluir las aportaciones historiográficas que no les resulten aceptables. ¿Un ejemplo? El tomo I de la reciente Historia política de Chile, de la UAI, una universidad fundada por un político... de derecha. Súmele la pasividad con que desde ciertas derechas se permite el maltrato al pasado reciente que divulgan el Presidente y ciertos ministros, y tenemos "el escenario ideal".
Y está en discusión el proyecto de ley sobre restricciones y castigos a la investigación y divulgación históricas.
Prepárese.
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