10 de diciembre 2019
Gonzalo Ibáñez Santamaría
Acercándose la Navidad y el fin de año, Chile ha entrado en una etapa de aparente mayor tranquilidad en relación a las semanas precedentes. Pero, no nos hagamos ilusiones. Esa violencia va a intentar volver, a lo más tarde, una vez terminadas las vacaciones propias del verano. Nuestra tarea hoy es la de prepararnos para que, cuando llegue ese momento, sepamos resistirla digna y eficazmente. Es la suerte del país, la de todos nosotros y la de nuestras familias lo que entrará en juego, esta vez de manera definitiva.
Para eso se impone, antes que nada, reflexionar acerca de lo que ha sucedido. Chile ha sido objeto de un ataque feroz, preparado minuciosamente durante mucho tiempo y calculado con toda frialdad. Fue precedido por una campaña sistemática y machacona destinada a satanizar el programa de desarrollo sobre el cual el país ha sustentado su gran crecimiento durante los últimos cuarenta años. Se le ha querido presentar como muy injusto y promotor de desigualdades cada vez más acentuadas. Por cierto, no ha sido perfecto y queda mucha tarea por hacer, pero a la hora del balance, el resultado es muy positivo para el país y para los chilenos. Por eso, ha sido lamentable cómo mucha gente, aun beneficiada por ese programa, se compró el cuento y se prestó para servir de carne de cañón a la hora de provocar la violencia.
Detrás de esta no hay un afán de solucionar los problemas que aún aquejan a compatriotas, sino el de doblegar al país y convertirlo en una marioneta al modo de Cuba y Venezuela. Para eso, además, han contado con legiones de jóvenes ganados por una prédica anarquista que enseña como único camino de redención humana el de destrucción. Y de destrucción precisamente de todo aquello donde se refleje el éxito del “modelo” que tanto se ha vilipendiado. Por eso, la señal que marcó el comienzo de esta ofensiva fue el de la destrucción de una obra emblemática del Chile de hoy: el Metro de Santiago.
Poco y nada se va a sacar haciendo concesiones, elaborando a toda velocidad leyes que creen solucionar los problemas invocados como pretexto. Las exigencias se irán ampliando hasta el infinito. Es menester entonces desenmascarar esta estrategia de engaño y de destrucción. Y convencer a la gente de buena fe para que no se preste a un juego que terminará por destruirlos a ellos antes que a nadie.
Sobre todo, debe preocuparnos la suerte de los más pobres. Ellos son los más invocados a la hora de plantear peticiones, pero las destrucciones los han tenido como a sus primeras víctimas. Pensemos nada más que en los miles de empleos que se han perdido estas semanas; pensemos en la desprotección en que quedan sus barrios con la ausencia de una policía que debe concentrarse en el combate al violentismo. Pensemos en sus dificultades para trasladarse cuando el Metro funciona a la mitad de su capacidad.
Es precisamente la opción preferencial por los pobres la que debe presidir la decisión de proteger nuestra institucionalidad y de impedir que el país caiga en manos de la demagogia y de la mentira.
Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/posts/2505358249678088?__tn__=K-R
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