Gonzalo Ibáñez Santamaría
El debate suscitado en torno a la proposición: “Todo ser humano es persona” dejó un sabor extremadamente amargo. Como se sabe, el Consejo Constitucional rechazó incorporar esta proposición en el texto del proyecto constitucional. Así quedó claro que, para quienes votaron contra, los consejeros pro-gobierno y cuatro de oposición, no todo ser humano es persona. Es decir, que los atributos propios de la personalidad, los “derechos humanos”, serían sólo de algunos seres humanos y no de todos.
Esto quedó al descubierto con la confesión expresa de que se rechazaba esa indicación para evitar que pudiera ponerse en cuestión la legalidad de que goza entre nosotros el aborto en tres causales o que pudiera gozar, más adelante, un aborto sin restricciones. Si no hubiera sido así, según el doctor Fernando Zegers, “la mujer hubiera dejado de ser la titular del derecho sobre el embrión que en el embarazo forma parte indisoluble de su cuerpo”. ¿Titular de qué derecho? Pues, del derecho a matarlo.
En definitiva, para esta tesis, la condición de persona no va atada necesariamente al hecho de ser humano, sino que es una condición que unos seres humanos se atribuyen a ellos mismos y que conceden a otros seres humanos según sus personales decisiones. Así como los padres fundadores de USA se atribuían la condición de ser hombres que nacen libres e iguales en dignidad y derechos, pero que la negaban a otros seres humanos como eran los esclavos llevados desde África.
Días después, intentando reemplazar la indicación que fue rechazada, se aprobó esta otra: “La ley protege la vida de quien está por nacer”. Todos los concejales pro-gobierno la rechazaron porque empleaba la expresión “quien” en vez de “los que”. La primera expresaría claramente que los protegidos eran personas, por lo cual entraba en riesgo la legalidad del aborto; en cambio, la segunda, los sacaría de esa categoría y haría posible mantener esa legalidad.
Lo cual, siendo muy grave en el caso de los que están por nacer, lo es más por cuanto la condición de persona no queda atada a ninguna identidad humana sino al capricho de quienes disponen del poder. Son ellos los que conferirán una condición u otra enteramente al arbitrio de su voluntad.
No puede haber en una sociedad una mujer que pueda sentirse desgraciada o abrumada por un embarazo que no reciba de inmediato el apoyo y la ayuda de toda la comunidad de la que forma parte. Es la suerte de la comunidad la que se pone en juego con el nacimiento o con la muerte de alguna criatura humana. Por eso, lo que esa comunidad no puede hacer es esconder el problema ultimando la criatura en la etapa de su vida intrauterina.
Con este debate ha quedado así en evidencia cómo se ha ido formando entre nosotros una verdadera cultura de la muerte. Ella hoy apunta a un conjunto de seres humanos, pero, mañana, apuntará a otros. De eso, no nos quepa la menor duda.
Fuente: https://web.facebook.com/gonzaloibanezsm
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