Gonzalo Ibáñez Santamaría


Acuerdo por Chile, así llamaron al texto en el que convinieron los partidos políticos que durante tres meses se dedicaron a elucubrar un mecanismo para organizar una nueva Convención que produzca un nuevo proyecto constitucional. Conscientes de la magnitud de la derrota del anterior proyecto y de su forjadora, la Convención Constitucional de entonces, esta vez se han dedicado a tomar una serie de medidas de resguardo para evitar los “excesos” y “desbordamientos”. Es así como elaboraron un catálogo de lo que denominan los “bordes” como fundamentos del futuro texto, y dan lugar a una comisión de expertos destinados a proveer de una competente asesoría a esta nueva convención compuesta por 50 miembros elegidos en listas de los partidos de acuerdo al criterio con el que se eligen los senadores.

¿Será todo ello garantía de que el proyecto resultante pueda efectivamente servir de base a nuestra convivencia futura y asegurar un orden de paz, de justicia y de prosperidad? ¿Será efectivo que, para el cumplimiento de esta misión, será al menos tan práctico como la constitucional actual? Mi parecer es negativo.

En primer lugar, porque sigue siendo cierto que el origen de todo este movimiento destinado a cambiar la constitución encuentra sus raíces en la violencia de octubre de 2019. Sin esa violencia y la cobardía de la presidencia de la República de entonces seguiríamos tan tranquilos con la constitución anterior como lo estábamos antes de esa fecha. En segundo lugar, porque este intento de cambio de constitución no sólo está basado en la violencia sino también en la mentira, esto es, en que la constitución que se pretende cambiar es la “constitución de Pinochet”. El año 2005, las modificaciones que se le hicieron, y que ya habían sido precedidas por muchas otras, fueron de tal envergadura que se entendió que la constitución dejaba de ser la de Pinochet y pasaba a ser la de Ricardo Lagos, cuya firma reemplazó definitivamente a la de aquel. Y así lo aprobó el Congreso Nacional depositario de la soberanía constitucional.

En tercer lugar, porque la constitución actualmente vigente ha demostrado con creces su idoneidad sirviendo de base al crecimiento del país y al mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. No hay para qué cambiarla. Así lo determinó el resultado del último plebiscito al rechazar masivamente el proyecto que fue presentado a los chilenos y al afirmar, por el contrario, que siguiera vigente la actual constitución.

En cuarto lugar, porque a pesar de las precauciones que se han tomado, la lectura de este acuerdo nos dice que todavía seguimos en la lógica de la página en blanco presta a ser llenada por cualquier contenido. Es lo que, por lo demás, ha afirmado el diputado Vlado Mirosevic, presidente de la Cámara de Diputados y uno de los más firmes sostenedores de este acuerdo. Tanto como lo fue del indigno proyecto rechazado en septiembre pasado. Y lo han afirmado también los comunistas que concurrieron a este acuerdo.

En definitiva, lo que este Acuerdo construye es un verdadero Caballo de Troya en cuyo interior van de contrabando todas las herramientas para terminar de destruir al país. La prudencia aconseja no abrirle las puertas de nuestra ciudad.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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