Por Gonzalo Ibáñez S.M.,
Abogado
Sin duda, uno de los hechos más importantes que explican el holgado triunfo de la opción Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre recién pasado, fue la irrupción en el escenario político de grupos y de personas que, habiendo militado o participado en partidos y gobiernos de la denominada Concertación, no quisieron seguir a éstos en su apoyo a la opción Apruebo; al contrario, manifestaron públicamente su adhesión al Rechazo. Incluso, procedieron a retirarse de esos partidos: PS, PPD, PRSD, DC. Su decisión se fundamentó entre otros motivos, como se sabe, en la repugnancia que les producía el profundo sectarismo del proyecto constitucional tanto como su contenido destructor de la unidad de Chile.
Un buen número de ellos, dando un paso más adelante, se agrupó originando una nueva entidad, Amarillos por Chile, la que ahora postula a convertirse en un nuevo partido político que sea la tienda destinada a cobijar a toda esa legión de desencantados con sus antiguos referentes políticos. Su objetivo es el de construir una opción que permita a chilenos encontrarse en el diálogo y así distanciarse de los extremos para coincidir en un centro en el que puedan confrontarse las diversas opiniones hasta llegar a acuerdos que aseguren la paz social y las condiciones para un progreso compartido por todos.
Que la ciudadanía entendió las razones de por qué correspondía votar Rechazo al proyecto oficial de nueva constitución quedó muy claro a la vista de la magnitud que obtuvo esa opción. Pero, eso no puede hacer olvidar que casi todos los que ahora integran el grupo de los Amarillos adhirieron, en un primer momento, a los motivos que se proclamaron como los que habrían provocado la crisis que afloró el 18 de octubre de 2019 y que dio lugar al proceso que intentó el cambio de constitución. Esto es que, si bien Chile había crecido mucho durante los últimos treinta años, ese crecimiento había tocado de manera muy desigual a los distintos grupos de nuestros connacionales. De ahí, el lema: “No son treinta pesos, son treinta años”. Por eso, además, se calificó al estallido que comenzó ese día como “social”, aunque él derivó de inmediato en una violencia tan extrema que casi no reconoce parangón en nuestra historia, apuntando con toda franqueza a subvertir el orden político chileno. En definitiva, lo que entró a apaciguar los ánimos y a reducir la violencia no fue tanto el acuerdo para una nueva constitución sino la pandemia del Covid 19 y fue el tiempo que ella nos proporcionó, el que nos permitió como país reflexionar sobre esa argumentación y demostrar cómo, al contrario, ese período ha sido, para el país, el de mayor crecimiento de nuestra historia y el que más beneficios ha traído a toda la población, comenzando por los más pobres cuyo número, desde luego, se redujo de manera muy significativa.
El amplio triunfo del Rechazo así lo confirmó y dio respaldo a este grupo de “amarillos” en la decisión de que no podían renunciar a los éxitos que Chile había logrado en el período anterior, sobre todo cuando muchos de ellos habían formado parte de los gobiernos que entonces se sucedieron. Y, por eso, ahora no vacilan en proclamarse sus herederos: “no somos un partido sin historia, nos consideramos continuador, ante los nuevos desafíos históricos, de lo realizado por la Concertación de Partidos por la Democracia, que condujo de forma exitosa la salida de la dictadura y dirigió al país durante los veinte años de mayor avance económico, social de la historia de Chile. . .” (Declaración de Principios).
Los amarillos nos piden coraje para encarar el futuro y para detener la caída libre en que va el país de la mano de quienes ahora detentan el poder político. Pero ¿por qué esta caída? Volvamos al texto recién citado, porque en él hay algo que desorienta. En él se dice que la Concertación, por una parte, condujo de forma exitosa la salida de la “dictadura” (gobierno militar) y, por otra, que dirigió (después) al país durante los veinte años de mayor avance económico y social de la historia de Chile. Pero ¿sobre qué se fundamentó ese mayor avance si no fue sobre la política económica instaurada por el gobierno militar? Es decir, por una parte, se dice que se salió de la “dictadura”, pero por otra se reconoce que se permaneció en ella. Esta contradicción ha tratado de ser explicada sosteniendo que la política económica de la Concertación no fue la del gobierno militar y que el éxito de aquella no tuvo nada que ver con este último.
Es, sin embargo, una explicación que no resiste análisis. Desde luego, quienes la atacaron no más ella apareció, fueron los que andando el tiempo crearían el Frente Amplio y sus partidos afines. Si el gobierno militar había sido malo desde sus orígenes, esa maldad debía incluir su política económica la cual, no por ser aplicada después por la Concertación, dejaba de ser mala. De tanto machacar esta idea, sin que nadie en el mundo político osara en serio contradecirla- porque eso hubiera significado encontrar algún mérito al gobierno militar-, al final ella ganó la mente de muchos. Es lo que explica la cantidad de personas que en un primer momento del estallido salió a la calle y proclamó la necesidad de los cambios, hasta el punto de aprobar la idea de redactar una nueva constitución y elegir como presidente de la República a un miembro de ese Frente Amplio.
Entendámonos: si se afirma, como lo han hecho tantos, que la democracia en Chile sucumbió el 11 de septiembre de 1973, parece lógico entonces, si se trata de retornar a la democracia, que ella se encuentre sólo en un regreso al día 10 de septiembre y en una continuación de la política de Salvador Allende. Es lo que de algún modo representa el triunfo de Boric. ¿Podemos quejarnos ahora por lo que está pasando?
Más allá del juicio que merezca el gobierno militar como un todo, no se puede dejar de reconocer que el progreso que Chile ha tenido durante estos últimos decenios se debe también a políticas originadas en el período de ese gobierno y a la prudencia de los que vinieron después de no modificarlas. Y tampoco que la finalidad para asumir el poder no era la de interrumpir la democracia sino evitar la dictadura que intentaba imponer el régimen comunista de Allende. Así, por lo menos, lo reconocieron y proclamaron entre muchos Frei Montalva y Patricio Aylwin.
Precisar entonces el sentido que damos al término democracia y referirlo a nuestra historia de las últimas décadas, parece constituir así un paso importante para entrar en el camino del entendimiento y del acuerdo. Es el desafío que afrontamos todos y, por cierto, los amarillos.
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