Gonzalo Ibáñez Santamaría


Tal vez los más jóvenes no hayan oído hablar de ella, la Dictadura del Proletariado. Los pongo al día. La tesis fundamental de Carlos Marx era muy clara: la maldad en los hombres derivaba de su condición de propietarios, por lo que aboliendo la propiedad privada íbamos a entrar en un camino que nos iba a conducir a todos al reino de la plena bondad en el cual desaparecería el Estado como arma de opresión de las clases propietarias -la burguesía- sobre los que nada poseían, los proletarios. Pero, ese proceso no iba a ser instantáneo. Era preciso que, durante un tiempo más o menos largo, indeterminado, el poder político fuera ejercido por quienes estaban libres del pecado original de la propiedad, esto es, los proletarios. El paso a la sociedad sin clases y sin Estado requería entonces de este período en el que todo el poder se concentraba en los proletarios. Marx lo denominó la Dictadura del Proletariado.

Pero este proletariado no podía actuar sin organización; era menester que se dotara de alguna y así nacieron en los diferentes países, comenzando por Rusia, los partidos comunistas que se definían a sí mismos como la vanguardia organizada del pueblo y a los cuales, por lo tanto, les correspondía dirigir el levantamiento contra las estructuras que ellos llamaban de “opresión” representadas por el odiado derecho de propiedad privada.

Pero ¡oh sorpresa! Allá donde triunfaron esos partidos, siempre comenzando por Rusia en octubre de 1917, resultó que no instauraron una Dictadura del Proletariado sino una Dictadura contra el Proletariado. Entonces quedó en evidencia la verdad: esos partidos usaban el nombre de proletario para entusiasmar a la gente más modesta e inducirla a servir como carne de cañón en la guerra que libraban por la conquista del poder total en sus respectivos países; pero, una vez que este objetivo era alcanzado, el partido comunista se olvidaba de los proletarios reales y los condenaba a la peor de las explotaciones. Fue lo que sucedió en Rusia, en China, en los países de Europa Oriental.

Quedó entonces a la vista que el nombre de proletarios servía para esconder a los miembros del partido comunista y, en especial, a las directivas de estos que, precisamente, por la abolición de la propiedad privada, entraban a dominar de un modo total y sin contrapeso. Proletarios, entonces, no eran los obreros de chuzo y de pala ni los campesinos que empleaban arados, sino los miembros de los partidos comunistas, aunque estos no supieran distinguir entre un chuzo y una pala o cuál era la parte delantera y cuál, la trasera de un arado.

No demoraron nada los auténticos proletarios en sufrir las consecuencias. En Rusia, bajo Lenin y Stalin principalmente, en China, bajo Mao-tse-tung; en Cuba, bajo Fidel Castro y así en otros países. Arruinados por la ineptitud socialista en el manejo de la economía y amordazados por el aparato de poder estatal, ensayaron una y otra vez rebelarse. Pero ¡Ay de ellos! Por decenas de millones se cuentan las víctimas del experimento de la sociedad sin clases y sin propiedad.

En Chile, lo alcanzamos a ver cuando Salvador Allende conquistó en 1970 el poder político. Él ¿un proletario? Era, al contrario, un dandy, un pije que nunca se ensució las manos haciendo algún trabajo manual. Y, otro tanto, podemos decir de quienes lo acompañaban en su aventura. De proletarios, nada. Los verdaderos proletarios, usados aquí en Chile también como carne de cañón, fueron, al contrario, los que primero sufrieron las consecuencias de las políticas socialistas: el desabastecimiento, la hiperinflación, la destrucción de las fuentes de trabajo, la violencia, la servidumbre que significó hacer interminables colas para recibir productos de primera necesidad.

Es importante recordar estos hechos porque hoy nuestro país está enfrentado a un peligro similar. El comunismo ya no echa mano de los proletarios, pues quedó grabado a fuego su fracaso de entonces. Para los efectos de la lucha, hoy se utiliza a las mujeres, a los que participan de los colectivos LGTB’s, a los adolescentes, a los grupos indígenas. A todos insistiéndoles que son explotados ya sea por los hombres, por los heterosexuales, por los padres o apoderados, por los blancos y europeos etc. Pero, la táctica es la misma: producir enfrentamientos de los cuales se pueda obtener el poder. Después, como a los proletarios de antaño, los comunistas dirán a estos nuevos instrumentos: si te he visto, no me acuerdo.

La lectura del proyecto constitucional es muy instructiva al respecto. Por una parte, para entusiasmar, un listado sin fin de derechos y atribuciones personales: a la salud, a la vivienda digna, a la educación, a la pensión, etc. y, por otro, bajo el eufemismo de que Chile es un Estado social y democrático de derecho se procede a dotar a éste de un poder desmesurado, con la destrucción consiguiente de las sociedades intermedias entre la persona y el Estado, en especial de la familia fundada en el matrimonio de por vida entre un varón y una mujer. En manos de ese Estado quedarán entonces las personas y también el servicio de esos derechos que antes se les han prometido. Es el momento en que aparecerá, hoy como ayer, uno de los símbolos de la economía socialista, la “tarjeta de racionamiento” como máxima expresión del cumplimiento de los derechos humanos Así, aunque sea en la miseria, se alcanzará el ideal de la tan deseada igualdad. ¡Ay del que ose quejarse!

Queda claro ya que, de ser aprobado ese proyecto, la constitución que de ahí salga contendrá una nueva versión de la dictadura del proletariado para que -esta vez, sí- se abata sin piedad sobre nuestro país.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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