A propósito de Elisa Loncón y Yasna Provoste
Gonzalo Ibáñez Santamaría
Hace unos días la Convención Constituyente aprobó una moción en virtud de la cual ella se negará a recibir a quienes sean acusados de lo que se ha dado en llamar “el negacionismo” esto es, a los que no reconocerían que durante los años del régimen militar hubo violaciones a los derechos humanos, incluyendo al parecer también a aquellos que defienden la legitimidad del pronunciamiento de 1973 que dio origen a ese régimen.
Podrá pensarse lo que se quiera acerca de esta decisión, pero lo que no puede dejar de llamar la atención es cómo muchos de los que la aprobaron son pertinaces “negacionistas” en otros ámbitos de la vida humana, abriendo en ellos espacio a groseras violaciones de los derechos humanos. Por ejemplo, la presidenta de la Convención, la sra. Elisa Loncón, preguntada acerca de si es partidaria del aborto libre, sin causales, respondió que “sí, tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos”*. Lo cual permite concluir que esta señora niega pertinazmente el carácter humano del niño que se desarrolla en el vientre de su madre. Al igual que la diputada Maite Orsina, con seguridad ella llama a esa criatura como “cigoto”, para que no exista duda acerca de su condición no-humana. ¿Y para qué lo hace? Para dar visto bueno al crimen del aborto que, si ya es abominable con las limitaciones con que se practica en Chile, lo va a ser mucho más si se lo autoriza sin condiciones.
La señora Loncón y quienes la siguen en su posición frente al aborto son así perfectamente “negacionistas” y, a la vez, crueles en grado extremo, porque autorizan la masacre de los seres humanos más indefensos y más inocentes, como son esos niños todavía en el seno materno. Además, ella con su posición profiere un insulto a la cultura mapuche, de la cual se dice fiel representante, y que, sin embargo, jamás se ha caracterizado por defender y legalizar un crimen como el aborto.
Yasna Provoste, candidata del partido denominado “democracia cristiana”, preguntada, como católica y cuasimodista, si apoyará el aborto libre responde evasivamente: “Soy una persona católica, pero tampoco voy a imponer mis principios y valores”**. Ya sabemos lo que eso significa: que no va a luchar por sus principios y que va a aprobar el proyecto respectivo que ya avanza en el Congreso. Es decir, esta señora de católica no tiene nada, pues está dispuesta a meterse en el bolsillo sus principios y valores, entre los cuales está el del Quinto Mandamiento: No matarás. ¿Valdrá éste sólo para los católicos? Desde luego que no. Ante la evidencia del carácter humano de estos niños, todos, católicos y no católicos, estamos obligados a respetar sus vidas.
Si, a pesar de eso, la señora Provoste piensa que en este caso ella no va a luchar por sus principios y valores, ¿por qué, sin embargo, los impone en otros casos, por ejemplo a los condenados por actos cometidos durante el régimen militar? ¿No podrán ellos pensar distinto?
Es la tiranía que, bajo la solapa de democracia, avanza implacablemente en Chile y frente a la cual, aquella de la cual se acusa a Pinochet, va a quedar como un juego de niños.