Gonzalo Ibáñez Santamaría


La violencia se ha ido apoderando del país hasta el punto de dominar casi sin contrapeso la vida cotidiana de quienes somos sus habitantes. Todos debemos estar preparados para vernos involucrados en algún episodio de violencia en cualquier momento y en cualquier lugar. Desde luego, la violencia delictual. Por ejemplo, a la salida de una ruta donde podemos ser víctimas de una encerrona; o al entrar un vehículo a nuestro hogar, víctimas de un “portonazo”. O al estar comprando en cualquier tienda, víctima de un asalto a ese comercio, o al caminar por la calle, víctima de un intento de robarnos el teléfono celular o una cartera, si se trata de una dama; en alguna población o barrio más periférico, víctima de una “bala loca” disparada en medio de un enfrentamiento entre bandas rivales de narcotráfico, y así sucesivamente.

Con la delincuencia siempre hay que contar en la vida de una sociedad y para enfrentarla y contenerla es que se organizan fuerzas policiales; pero, la frecuencia y la agresividad con que actúa entre nosotros superan todo lo previsible. Pero, eso no nos puede llamar la atención si se advierte la condescendencia con que nuestras autoridades observan, sin intervenir, la creciente violencia política que nos azota. ¿Cómo condenar a una persona que practica un robo “hormiga” en un supermercado si, por otra parte, una masa descontrolada asalta ese supermercado y lo saquea despiadadamente? Y, ¡Ay! del que quiera condenar ese hecho. Al contrario, si por casualidad alguno de los asaltantes fue detenido por la policía, de inmediato comienzan a intervenir fuerzas para procurarle un indulto. Y así hemos visto como ciudades enteras -Valparaíso, por ejemplo- han sido destruidas por este violentismo y terrorismo sin que, en serio, se adopte ninguna medida para evitarlo. ¡Para qué decir, la Araucanía! Si en una sociedad, estos “macrodelitos” quedan impunes ¿con qué derecho castigar los simples delitos de la delincuencia ordinaria? ¿Qué de raro tiene que ésta florezca y alcance dimensiones antes desconocidas?

Pero esta violencia política jamás habría podido alcanzar los niveles en que está si no hubiera sido precedida por otra violencia, mil veces peor y más cruel. Esa violencia es la que resulta de la destrucción de la familia. Se ha hecho en nuestro país la apología del “amor libre” que ve en la sexualidad un puro medio de entretenimiento sin que se enseñe cómo ella está orientada a la tarea más excelsa que nos puede caber como es la de procrear y formar nuevos seres humanos. ¿Qué de raro tiene que en este ambiente florezca la violencia intradoméstica? ¿Qué de extraño que los niños queden abandonados y sean así presa fácil de la delincuencia, del narcotráfico y del terrorismo? Eso, cuando pueden nacer, pues antes se trata de impedirlo por cualquier medio, incluso por el asesinato de aquellos que pudieron superar las prácticas anticonceptivas. Digámoslo con toda franqueza: al lado de la masacre de un niño por el aborto, la destrucción y saqueo de comercios, de iglesias, la destrucción de carreteras o el incendio de predios son casi irrelevantes.

Para tenerlo presente al condenar la violencia.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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