Gonzalo Ibáñez Santamaría


La convocatoria para proceder a la redacción de una nueva constitución concede al poder constituyente -comisión constituyente y plebiscito de salida- un poder omnímodo. Sucede que, en la teoría, la nueva constitución se redactará en una hoja en blanco hasta el punto de que todo su llenado va a depender de la voluntad de quienes componen ese poder. Este, aparentemente, no cuenta con ningún límite para el cumplimiento de su tarea. Nos enfrentamos así, como chilenos, a una total incertidumbre acerca de nuestro futuro.

Por eso, es muy importante, desde luego, afirmar que ningún poder constituyente goza de autonomía total para dar a un país la organización que se le ocurra. Hay realidades que están más allá de la voluntad de las personas y que deben ser respetadas si se quiere que la tarea de redactar una constitución se traduzca en un beneficio para la comunidad. En primer lugar, corresponde insistir en el hecho de que las personas estamos organizadas y constituidas en comunidades ciudadanas mucho antes de que llegaran las constituciones escritas. Y que esa constitución responde a requerimientos objetivos de nuestra naturaleza humana. En esta ocasión, quiero concentrarme en el que me parece ser el principal de esos requerimientos. Es la vida en familia.

Ella responde al hecho de que las personas somos algunos varones, otras, mujeres. Y que estamos hechos para vivir en conjunto una con otro, para procrear entre ambos, para ayudarnos mutuamente durante la vida y para proyectar nuestra misión en los hijos que de esa unión vayan naciendo, en su educación y en su formación. Esa es la familia. Ella, de hecho, y no por ninguna disposición legal o constitucional escrita, es la base de la sociedad que se forma precisamente con otras familias. El respeto por esta realidad, el cuidado y la colaboración que deben a las familias tanto la sociedad política como sus otros componentes, están inscritos en la constitución real de la sociedad y deben traducirse en los textos escritos que la recojan.

Contra esta realidad, somos testigos de cómo en nuestro país hay quienes afirman que la libertad de que estamos dotados nos permite organizar el uso de nuestra sexualidad de la manera que se nos dé la gana. Por ejemplo, que da lo mismo acostarse con un varón que con una mujer; que da lo mismo entablar una relación sexual abierta a la procreación como cerrada a ella; que, da lo mismo proyectarla para toda la vida o de manera pasajera; que el uso de preservativos o de contraceptivos para evitar la concepción de nuevos seres humanos es algo completamente inocuo para quienes los emplean, etc.

Todo eso no es más que demagogia barata empleada como medio para arrastrar sobre todo a la juventud a un tobogán de corrupción sin fin y, de esa manera, mediante su acostumbramiento al vicio, quebrar su voluntad y su personalidad. Y así convertirla en instrumento dócil empleable en cualquier aventura ideológica. Es lo que, por lo demás, estamos viendo hoy día en Chile.

Una constitución que se va por ese lado, digámoslo de frente, es una constitución ilegítima, al margen de cuántos hayan sido los votos que le fueron favorables. La única actitud digna ante ella, es la de resistencia.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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