Gonzalo Ibáñez Santamaría


Se ha hecho ya costumbre que durante los días viernes por la tarde se descargue un golpe de violencia tanto en Santiago como en regiones. En la capital, los epicentros son la consabida Plaza Italia u otros lugares aledaños. Desde la misma Moneda, incluso, se ha podido ser testigo de estos actos de vandalismo. En Valparaíso ha sido la plaza Aníbal Pinto, como en Viña del Mar la plaza Sucre, los lugares más afectados. Incendios, saqueos, agresiones constituyen el menú habitual de estas jornadas.

Ellas vienen y se van: nunca más de una vez a la semana, nunca menos. ¿Curioso? Por cierto que no. No se necesita ser especialmente perspicaz para advertir cómo, detrás, hay una estrategia muy bien planificada. De hecho, son episodios que proveen de entrenamiento a bandas de jóvenes anarquistas, pero sin provocar gran alarma: “total, son sólo los viernes” “cosa de niños”. Es decir, estrategia para mantener en pie de guerra a las bandas de los jóvenes destinados a apoderarse de las calles cuando termine el rigor de la pandemia, o incluso antes. Pero, entretanto, sin provocar una alarma generalizada.

Tal como, por lo demás, fue la estrategia de violencia practicada en el Instituto Nacional en el período anterior al 18 de octubre de 2019. Nadie, afuera, entendía por qué tanta violencia al interior. Tuvo que venir el 18 de octubre para que advirtiéramos qué había detrás. De ahí salieron los que se saltaban los “torniquetes” y comenzaban los saqueos e incendios. Nadie puede hoy llamarse a engaño. Así como hay segundas y terceras olas de Covid-19, también las hay en la estrategia de violencia.

Hoy día, las circunstancias aconsejan a sus cultores la moderación; practicarla, pero a un nivel más bien mínimo. Pero, a la vez, aconsejan también estar listos para desencadenarla otra vez aun con mayor fuerza cuando esas circunstancias le sean de nuevo favorables. Y van avanzando. A pesar de estos brotes esporádicos de violencia en las urbes mayores y a pesar de que en la Araucanía ella sigue igualmente dura y terrible en sus consecuencias, el país parece dormirse en la ingenua creencia de que la violencia es un mal sueño del pasado y que, para el futuro, nada hemos de temer. Las fuerzas políticas operan como si estuviéramos en el mejor de los mundos, debaten sobre la nueva constitución y se enfrascan en mil rencillas internas como si ningún riesgo se cerniera sobre el país. El gobierno, envuelto en una rotativa ministerial que recuerda los peores momentos de la república, definitivamente se niega a abrir los ojos para ver la situación insostenible de la Araucanía y, cobarde, inclina toda su gestión a los juicios que puedan provenir de instancias internacionales indignas de toda confianza.

Alerta es la palabra de orden en los días que corren. La frágil paz de la que aún disfrutamos puede desmoronarse en segundos.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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