Gonzalo Ibáñez Santamaría


No con otras palabras puede calificarse la petición hecha por algunas parlamentarias de oposición, con Maite Orsini, presidenta de la Comisión de la Mujer en la Cámara de Diputados a la cabeza, relativa al proyecto que legaliza el aborto a cualquier evento hasta las catorce semanas de embarazo: “A las señoras parlamentarias -les pido, dijo Orsini- que podamos tener cuidado en el lenguaje y evitar llamar al cigoto niño o guagua”. Ese ser “. . .es niño desde que nace hasta los dieciocho años. Antes es un feto, embrión o cigoto”. Y ¿por qué esta advertencia?: “Solicito un uso responsable del lenguaje porque alguien podría pensar que estamos legislando para matar niños o guaguas y nuestra legislación es clara que en lo que hay antes del nacimiento no es una persona”*.

Nótese la expresión “en lo que hay antes del nacimiento”. Está claro que para esta diputada los distintos nombres no están ahí por una cuestión meramente semántica, sino porque lo que se desarrolla en el vientre materno sería esencialmente distinto a lo que se produce con el nacimiento y que, por eso, no pueden ser denominados con el mismo nombre. Qué una mujer adulta como esta diputada pueda afirmar eso sólo demuestra que ella clausura su inteligencia y, para dar paso a la ideología, rechaza la evidencia más palmaria, que hasta la más simple de las ecografías confirma. La legislación chilena reconoce que es persona todo individuo de la especie humana, y si la señora Orsini quiere negar la condición humana de quien se está desarrollando en el vientre materno, no puede ser sino para despejar un escrúpulo antes de autorizar su asesinato.

Pero, la realidad es más fuerte que la ideología. Sean cuales fueren los nombres con que uno pueda referirse al fruto de la concepción humana en las distintas etapas de la vida, desde que es concebido hasta que fallece, una cosa es clara e inconmovible: todos esos nombres se refieren al mismo ser humano o persona. Si nosotros, los mayores, no fuéramos los mismos desde que fuimos concebidos hasta ahora, simplemente no seríamos nada. Pero, que nadie piense “que estamos legislando para matar niños o guaguas”; por eso, cambiemos los nombres.

Hay la decisión de convertir a Chile en un campo de exterminio. Desde luego la hubo cuando fue aprobado el proyecto que legalizó el aborto en tres causales por la cuales una persona podía ser ultimada si se la veía enferma o si no era querida. Ahora, se avanza otro paso: puede ser ultimada sin expresión de causa hasta las catorce semanas de desarrollo, mientras se prepara el paso final que permitirá su muerte hasta el mismo momento de nacer. Mientras tanto, en el otro extremo y para restablecer “los equilibrios” se autoriza la muerte de ancianos y enfermos terminales que carecen de los hijos que los cuiden y se obliga a médicos y funcionarios de la Salud (vaya paradoja) a practicarla.

Al cinismo de querer ocultar la realidad usando nombres de fantasía se une el sadismo extremo que goza con el espectáculo de esta muerte masiva de inocentes. Y todo bajo el manto de la más refinada hipocresía que alega para este crimen la cualidad de ser una acabada expresión de los “derechos humanos”.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm

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