Gonzalo Ibáñez Santamaría
Esa sería la última definición que de sí mismo estaría dando Joaquín Lavín, alcalde de Las Condes y candidato tapado a presidente de la república. Digo la última, porque hubo varias antes. Recordemos cómo comenzó su carrera política al alero del gobierno militar y cómo en 1988 fue el rostro visible de la campaña por el general Pinochet. Pero, a poco andar después del término de su gobierno, comenzó una curiosa evolución. Fue así como, cuando compitió con Ricardo Lagos por la presidencia de la república, escondió su pasado y se presentó como el candidato de los problemas “reales” de la gente para dejar de lado toda discusión de ideas más de fondo. Más adelante, se declaró aliancista-bacheletista y abjuró abiertamente de su pasado pinochetista. Sin embargo, ha continuado militando en la UDI que todavía proclama como uno de sus principios la defensa del gobierno militar y de su obra. Ahora se ha declarado partidario de votar el apruebo en el próximo plebiscito a pesar de que la UDI se inclina oficialmente por el rechazo. Encuentra que, de todas maneras, es menester cambiar la constitución, aunque antes del 18 de octubre pasado nunca se le oyó nada al respecto. Y se declara “social demócrata” porque le habría brotado de manera súbita una conciencia social de la cual antes habría carecido.
Así, toma distancia del estado “subsidiario” y se aproxima al estado “solidario” de la izquierda, asumiendo la crítica que este sector dirige al primero acusándolo de ser egoísta y clasista. Asimismo, asume la idea de que la educación y la salud vendrían a ser “derechos sociales” y que deberían garantizarse gratuitamente a todos. Pero lo que el socialismo esconde es que esos derechos deben ser entregados por el mismo estado. Ese socialismo usa bellos nombres para esconder su propósito de controlar a la gente por necesidades tan delicadas y urgentes como son la salud y la educación.
De hecho, el estado subsidiario es mucho más solidario, sin menoscabo de la libertad de cada uno. Es así como, llegado el caso, prefiere subvencionar a las personas para que ellas elijan la educación de sus hijos y el sistema de salud que les parezca el más apropiado. Por el contrario, el mal servicio educacional y de salud que presta el estado “solidario” no se debe a una falta de recursos sino a una muy mala gestión de ellos y, por eso, quiere disponer del monopolio de esos servicios para evitarse toda competencia. Eso, antes era denunciado por Lavín. Hoy, “le hace ojitos”.
¿Le resultara esta vez la maniobra? ¿Ganará por fin una elección que no sea la de alcalde de Las Condes? Entretanto, el país se queda sin ideas que lo defiendan como lo demostró el estallido del 18 de octubre. En este escenario, queda la impresión de que Joaquín Lavín se transforma en un flautista de Hamelin chileno. Toca una música que busca encantar a todos, pero que puede terminar con todos en el despeñadero.
Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/
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