Gonzalo Ibáñez Santamaría


En recientes declaraciones, el senador Álvaro Elizalde, presidente del Partido Socialista, se queja por las divisiones que presentaría el bloque de los partidos de oposición que él, graciosamente, denomina “progresistas” y en los cuales incluye en primer lugar al suyo propio, el socialista*. Lo cual no pasaría de ser un chiste mediocre, si no se advierte cuán contrario ha sido el socialismo, en todas sus formas, al efectivo progreso de los países. Cuando eso se tiene a la vista, el chiste ya no es mediocre, sino que es un chiste cruel.

El paso de los partidos socialistas por los gobiernos no ha dejado detrás de ellos sino un reguero de miseria, de devastación y, aun de muertes. En 1989, cuando cayó el Muro de Berlín cayeron también los que entonces se denominaron los “socialismos reales”, esto es, los que efectivamente se aplicaron en Rusia, en la Europa del Este, en China y el sudeste asiático, etc. Entonces quedó a la vista la horrible miseria que esos regímenes habían causado y cómo habían subsistido sometiendo a sus respectivas poblaciones a un régimen de terror y de amedrentamiento. Ha sido también caso de Cuba hasta hoy día y lo es, sin duda, el de la Venezuela bajo el imperio de Maduro. ¿Es a eso a lo que el senador Elizalde denomina “progresista”?

Si es así, su afirmación es cierta: ser socialista es ser “progresista” y no puede ser de otro modo. Pero si, en cambio, nos atenemos al sentido natural y obvio de las palabras, una sola conclusión: el que es socialista no puede ser progresista; y el que es progresista no puede ser socialista.

Chile es un ejemplo: cuando el país se desembarazó, a partir de 1975, de las ataduras socialistas puso término a un régimen que lo único que creaba era una pobreza cada vez más profunda y extendida y comenzó, al revés, un régimen que, a poco andar ubicó a Chile a la cabeza de los países latinoamericanos. Y ello porque, sobre la base de la libertad de emprendimiento y la iniciativa privada, creó riquezas que, distribuidas en toda la población, le permitió reducir de manera drástica la pobreza y asegurar niveles de vida y acceso a bienes que antes se creían patrimonio de una minúscula minoría de privilegiados.

Es contra ese efectivo progreso que ha tenido nuestro país y del cual se han beneficiado amplias mayorías de su población, es que se rebela el socialismo. Para él, el país habrá “progresado” cuando, en cambio, retorne a la más abyecta miseria y toda su población entre a depender, para su subsistencia, de las dádivas estatales. Y que, para acceder a ellas, los chilenos hayamos renunciado a nuestra libertad y a nuestra dignidad de personas, convirtiéndonos en marionetas del poder de turno.

En la confrontación política a la cual Chile quiere ser arrastrado, es eso lo que está en juego.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/