Gonzalo Ibáñez Santamaría


Un violento ataque a personal de Carabineros que se trasladaban en sus vehículos, toma de caminos y ocupaciones ilegales -todo reciente en la zona de Tirua- nos hicieron recordar cuán frágil es la paz que se ha alcanzado en La Araucanía. Es que esa paz, por lo demás, no se debe tanto a la acción del gobierno como, más bien, al temor que despierta el contagioso Covid-19.

Está claro que los grupos violentistas no esperan sino el momento para volver a la acción y de una manera aún más extrema. El gobierno tiene una vez más la palabra, pero tal vez esta sea la última. La violencia en La Araucanía fue un cáncer que se desarrolló por la pasividad de los sucesivos gobiernos; pero, especialmente por la de este último. Queda claro, por lo demás, que esa región fue el campo experimental de la violencia que a partir del 18 de octubre se extendió a todo el país. El Covid-19 le ha dado una inesperada nueva oportunidad al gobierno. Reconozcamos: el Covid-19, pero también Carabineros que, a pesar del poco respaldo oficial, se batió como un león en las calles del país para mantenerlo en paz y en orden.

Hoy, el gobierno debe tomar la iniciativa y cortar de raíz estos ensayos de violencia. Desde luego, corresponde que de una vez por todas comience por denunciar la verdadera naturaleza de ésta. Porque la violencia en La Araucanía no ha sido más que violencia subversiva disfrazada de reivindicaciones indígenas, así como el “estallido” del 18 de octubre disfraza su carácter subversivo bajo el apellido de “social”.

Si el gobierno permite nuevas manifestaciones de esa violencia y no se emplea a fondo para erradicarla, preparémonos para pagar la cuenta.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/

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