Cristián Labbé Galilea


Salir de la desazón y del estupor causado estos días por la destrucción, la violencia y el odio, no es fácil. Más difícil aún resulta reflexionar con mis contertulios sobre lo sucedido, fundamentalmente porque todavía no se disipa “la tormenta” y es muy complicado visualizar lo por venir, pero en lo principal, porque pienso que en estas circunstancias hay que ser muy objetivo y cuidadoso a la hora de opinar.

Sin embargo, después de escuchar a políticos, comentaristas, opinologos y personajes variopintos tratando de explicar e incluso justificar lo ocurrido, diciendo que se trata de “un estallido social previsible”, o de “una expresión espontánea de descontento” o patrañas de ese estilo, y luego de comprobar, una vez más, el sesgo y el morbo de la prensa, siento el deber de decir -clara y derechamente- que esto ha sido: “una Borrachera incontrolable de odio, de tirria, de rencor y de anarquía”.

Además de una borrachera que, como toda ebriedad, va enajenando de menos a más, me pareció estar viendo una versión actualizada de los antiguos “malones indígenas”.

Los malones fueron una táctica empleada en la frontera sur de nuestro país por los indios durante la Colonia, que consistía en el ataque sorpresivo de una horda de alterados “revoltosos” cuyo único objetivo era destruir y saquear todo lo que pillaran a su paso, no dando tiempo para la defensa, dejando tras de sí todo devastado… ¿Alguna similitud con lo visto en estos días?

Ninguna, si todos comprobamos cómo hordas de enajenados, que parecían poseídos por extraños demonios, destruyeron y saquearon lo que pillaron, echando por tierra lo que costó tanto construir y conseguir. En unos pocos días, se han tirado por la borda al menos cincuenta años de progreso, no sólo material -público y privado- sino especialmente en lo referido a desarrollar una sociedad basada en el valor de las oportunidades y del bienestar, la amistad cívica y la paz.

La borrachera fue total, al punto que no se contentaron con destruir lo ajeno sino que lo hicieron con sus propios bienes y “los de sus vecinos”, además de haber afectado seriamente las expectativas, oportunidades y aspiraciones de quienes más necesidad tienen.

Descontrolada la situación, sobrepasada la autoridad, la ley y el derecho, fue necesario llamar a los soldados -los mismos que hasta entonces eran vilipendiados, humillados y mañosamente enjuiciados- para que restablecieran el orden institucional y, como ha sido siempre la costumbre…. ¡los soldados estuvieron ahí! con su país, con su historia y con su tradición de honor.

Ahora viene lo difícil, ahora vienen “los dolores de cabeza”: todos tendremos que pagar la cuenta de “la borrachera y el malón” de unos pocos. Lo grave es que serán los más humildes, los más necesitados, los que pagarán más caro, serán ellos los más afectados, serán ellos los que perderán horas de familia para llegar a sus lugares de trabajo -si es que no lo pierden-, serán ellos -los que habían emprendido con sacrificio- quienes tendrán que partir de cero… ¡que caro salen los malones emborrachados!

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