Cristián Labbé Galilea


El escenario económico en estos días no ha dejado a nadie indiferente, menos aún a uno de nuestros contertulios que se caracteriza por su habitual pesimismo, al punto que cuando se le pregunta como está, contesta… “Bien… Pero no te preocupes, se me pasará”.


Sin mediar mucha introducción, este “sugestivo augur” hizo tenebrosos presagios que fundamentó apoyándose en los efectos que en nuestra débil economía tendrían: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la devaluación del Yen, el alza disparada del dólar, la caída de los mercados y de las bolsas a nivel mundial, la baja del precio del cobre, la reducción a 40 horas de la jornada de trabajo…

Sus lúgubres augurios fueron interrumpidos, en uno de sus cortos respiros, por un “habitué” algo más objetivo... “no seas tan pesimista, es cierto que la situación es difícil, pero no todo es tan negro; si bien el crecimiento ha estado por debajo de las expectativas, nuestra economía -en términos generales- sigue sólida y sana”.

Las opiniones se dividieron. Unos, los menos, apuntaron sus dardos al poco compromiso de algunos empresarios grandes, medianos y pequeños que, inescrupulosamente y carentes de la más mínima ética, se aprovechan de cualquier espacio que les genere el mercado para defraudar. Los ejemplos volaron: Multinacionales que, con bajos estándares de calidad, abusan de sus licencias y ponen en entredicho las políticas de concesiones; transportistas que burlan las revisiones técnicas, que clonan las patentes; pequeños comerciantes que ingresan y distribuyen juguetes altamente tóxicos….

Otros, los más, las emprendieron contra el “aparato público”, el tan manido Estado, que crece descontroladamente y que cada vez es más burocrático e ineficiente. Como dijo alguien: “Mientras este “monstruo de mil cabezas” no mejore su gestión y se desprenda de toda la grasa que las sucesivas administraciones le han generado, por pago de favores políticos, difícilmente será un buen gestor y un eficaz promotor del emprendimiento privado”.

Hasta aquí las responsabilidades iban y venían; la discusión se mantuvo más o menos equilibrada hasta que uno de los presentes comentó el fiasco cometido por el Ministerio de Obras Publicas de la administración anterior, en relación con la construcción del aeródromo de Peldehue, alternativa al terminal aéreo de Tobalaba, que costó 11.000 millones de pesos: a pesar de estar listo, no podrá operar porque no se contempló sacar una torre de alta tensión próxima al cabezal de la pista.

¡Para no creerlo…! El traslado que no se previó oportunamente, “transgrediendo los principios de eficacia, eficiencia, coordinación e idónea administración de los recursos públicos” (informe de la Contraloría) ahora costará otros 11.000 millones y tomará al menos hasta finales del 2020…

Cuesta creer, ante casos como el descrito, que sea fácil enfrentar el complejo escenario económico actual y generar confianza en el mundo del emprendimiento… 

Por más optimista que uno sea, es válido preguntarse: ¿Cuántas situaciones más habrán en las que sólo cabe decir:… ¡para no creerlo! o, simplemente ¡PLOP!...?

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