Cristián Labbé Galilea
Nadie sensato puede desear que a un gobierno le vaya mal, sea cual sea su posición política; si eso ocurriera incluso un enconado detractor debiera pensar que él, como todos sin excepción, se verá afectado.
Obvio, cuando el barco se hunde “a todos les toca…”. Luego, por más bronca que los pasajeros le tengan al capitán, éstos no debieran desear, en ninguna circunstancia, un naufragio. Lo anterior no quiere decir que quienes van a bordo se sientan inhibidos para expresar su preocupación por el derrotero que se está siguiendo, ni por “las maniobras” que a su amaño ejecuta el timonel.
Pensando en nuestra realidad se puede decir que, si bien es cierto nada indica que exista algún riesgo de zozobra, no se puede negar que el confort, el bienestar y la calidad de vida de los pasajeros, han caído notoriamente.
Hacia donde se mire, se ven nubarrones que zarandean nuestro andar: la economía estancada, las inversiones no llegan, la competitividad en fuerte caída, la agitación social es pan de cada día, la inseguridad y la violencia golpea en todas direcciones, las instituciones están peligrosamente debilitadas… En suma, se percibe una notoria caída en las expectativas, que se refleja en que “el Capitán” está en su más bajo nivel de aprobación.
Cualquier sensato pasajero se preguntará el porqué de esta paradoja: si al Capitán se le ve todos los días anunciando “desde el puesto de mando” algún “nuevo y curioso” proyecto, ¿por qué la sensación de bienestar y las expectativas de la gente no mejoran…?
La respuesta a esta aparente incongruencia me la dió un viejo y retirado “lobo de mar” quien, como un antiguo oráculo, me dijo: “profesor, no se le olvide que… las flores pintadas no huelen a nada”.
Requerido a que me explicara tan curiosa expresión, mi interlocutor me llevó latamente por sus recuerdos a la vieja práctica política de colocar “primeras piedras” donde fuera: “primera piedra de un puente, no hay río, haremos el río; primera piedra de un consultorio, habrá que ver de donde salen los enfermos; caminos, escuelas, caletas… etcétera; hoy han cambiado las primeras piedras por iniciativas legales, proyectos y anuncios conceptuales, pero en definitiva… promesas, puras promesas…”.
Sin que mediara pregunta alguna, cual “augur de presente”, insinuó que el gobierno debía dejar la tentación de poner este tipo de “primeras piedras” y abocarse, en esta segunda mitad de su travesía, a “cortar cintas”, haciendo alusión a esa vieja práctica política que poco se ve en estos tiempos…
Después de un silencio agregó: “profesor, recuerde que la credibilidad es la diferencia entre el decir y el hacer y que la mejor forma de convencer es hacer, no prometer… cumplir y no eludir”.
Al final me quedé pensando cuan cierto es que: “las flores pintadas no huelen a nada”. Así como los proyectos y las ideas, por interesantes que sean, la gente los olvida… son los hechos los que se valoran… porque las puras promesas disminuyen la confianza y no huelen a nada.
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