Cristián Labbé Galilea


Son varias las mesas en las que participo como “número fijo”. Lo hago porque en todas ellas la conversación es muy enriquecedora, aunque a veces las posiciones tiendan a polarizarse. Esta semana pasó algo curioso: arreciaron las críticas a lo que estaba sucediendo en el país; había desazón, desencanto, pero en ningún caso pesimismo. Alguien describió la situación al mejor estilo chilensis: “las cosas no están del todo bien, pero tampoco estamos tan mal”.

Lo traduje como la tendencia a mantener una actitud de “positiva resignación o de negativo optimismo”, condición que en estos días dura hasta que se hace mención al “desastre de Rancagua”: Ministros de Corte acusados de prevaricación, de vínculos con el narcotráfico; el Ministerio Público cruzado por Fiscales que se acusan unos a otros de faltas a la probidad, de corrupción y de tráfico de influencias… Tal como dijo un asertivo parroquiano… ¡era lo único que nos faltaba!

A pesar de que el asunto da para “un batido y un fregado”, rápidamente se cambia el eje de la conversación porque salta al tapete otro tema candente, las iglesias: los evangélicos complicados con “los diezmos y las limosnas” del Obispo Durán; los católicos cruzados en acusaciones, por la asistencia del Cardenal Ezzati a la misa de Pascua de Resurrección, y por las declaraciones del Cardenal Errázuriz sobre la presencia de homosexuales entre los curas…

Poco demora en saltar a la palestra la Ministra Rutherford, a la que irónicamente se describe como “la ministra de las piernas largas y el criterio corto”. Para muchos resultaba impensable que se allanarían las oficinas del Ejercito y que se privaría de libertad un general en servicio activo sin que nadie, civil o militar, activo o en retiro, dijera… “esta boca es mía”. ¡Mal síntoma!

Los temas van variando en intensidad, gravedad y pasión; sin embargo se va configurando una sensación extraña: en un ambiente de supuesta normalidad, a través de la conversación se va dibujando el cuadro de una sociedad que paulatinamente se va desarticulando peligrosamente, sin que exista reacción alguna.

El ciudadano común y corriente no se siente representado por ningún grupo político, y los políticos se quejan de que son incomprendidos y vilipendiados…

Entonces, como nadie cree en nadie y en nada, lo único que queda es, como dijo un comensal campechano en tono de rodeo: “agarra Aguirre que se te van tres palitos, por la paleteá”.

Como las risas no se hicieron esperar este ladino comensal remató: “no se rían; estamos viviendo, en vez de un rodeo chileno, este “festín criollo” donde las colleras que se lucen son: ’jueces y fiscales‘, ’izquierdas y derechas‘, ’senadores y diputados‘, ’obispos y curas‘; y los pingos que montan son: el potrillo ’Cohecho‘, la yegua ’Prevaricación‘, la potranquita ’Corrupción‘ y otros ’ejemplares‘ por el estilo”.

Siguiendo la analogía campesina de nuestro campechano contertulio, advertí que el país real está “al aguaite” de que entre a esta medialuna virtual alguien que “ataje esta debacle” de jinetes apocalípticos que en lo único que piensan es en el: ¡Agarra Aguirre…!

 

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