Cristián Labbé Galilea
Si las conversaciones, al iniciar la tertulia, se centraron en los panoramas de este fin de semana, no necesito explicar que los comentarios de los más jóvenes se enfocaron en: “trekking, bike, gym y, ¿porque no, un asado piolita?”. Claramente para la mayoría había que aprovechar el “Finde”.
A riesgo de ser tildado de pechoño, beato o algo peor, orienté mis comentarios hacia el verdadero sentido de estas fiestas.
Mas allá de lo religioso, que no es mi tema, mis cavilaciones se concentraron en que esta era una buena oportunidad para hacer un alto en el tráfago cotidiano y reflexionar sobre la necesidad de analizar la contingencia desde una perspectiva un poco más profunda, especialmente en estos tiempos.
Dos sucesos acaecidos en los últimos días me ayudaron a dar fuerza a mis “evangelizadoras reflexiones”: por una parte, el asombro generado por los registros fotográficos del “Agujero Negro”, que dan cuenta de los insondables misterios del cosmos y, por otra, las dramáticas imágenes de Notre Dame en llamas.
El primero de los hechos, a pesar de lo ignoto que resulta para muchos, me permitió fortalecer la idea de que no hay que perder “la curiosidad” para mirar -al menos por el rabillo del ojo- el universo y su futuro. Apoyé mis cavilaciones en el best seller “Somos polvo de estrellas” (2017) del Premio Nacional de Ciencias (1999) José María Maza, donde se establece que la llave del conocimiento se encuentra en observar los misterios del cosmos.
Por otra parte, argumenté que: ver como el fuego devoraba 800 años de historia, nos volvía obligada y abruptamente la vista al pasado, al camino recorrido, a la religiosidad de la edad media, a la ilustración, a la revolución francesa, ¡a la historia!, pero fundamentalmente nos hacía ver la fragilidad de todo lo material.
Dos sucesos: pasado y futuro, que debieran estar siempre “presentes” en nuestras reflexiones y que, por obvios que parezcan, están cada vez más ausentes de nuestra contingencia.
Emplazado a pronunciarme sobre cuál sería entonces la posición de equilibrio entre pasado, futuro y presente, apelé -nada más ni nada menos- que a Dante Alighieri (el Dante) y a su obra “La Divina Comedia”, escrita en 1304, en los primeros tiempos de Notre Dame; en sus versos el poeta florentino nos señala que la vida hay que considerarla como un camino que se puede recorrer “sensata y cuerdamente”, o desviarse para llegar indefectiblemente a lo que él llama: “esa selva áspera y fuerte" (metáfora que usa para referirse al mal).
Recordé que el Dante, antes de pasearnos por el infierno, el purgatorio y el paraíso, donde ubica a los personajes más ilustres de la época, responde a nuestras inquietudes en el primer verso de la obra donde señala que siempre estamos: “Nel mezzo del cammin di nostra vita” (En el medio del camino de nuestra vida)…. ¡Tanta historia vivida como futuros por construir!
Al terminar nuestra tertulia de Semana Santa, y en “modo de reflexión”, mis parroquianos se retiraron sin hacer referencia a donde irían este fin de semana; estaban… “nel mezzo del cammin de sua vita”.
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