Cristián Labbé Galilea
Cada vez con más frecuencia somos sorprendidos por el Presidente: en su actuar público incurre en actitudes trasgresoras y reprochables, especialmente censurables cuando ocurren en actos que, por la categoría del evento o por su sola presencia, exigen ciertas formalidades…
Es probable que, para mis juveniles lectores y “mis ya curtidos parroquianos”, estas conductas sean algo nimio, de mera formalidad, propio de los tiempos -me lo han dicho, y me han recomendado “no darle más luz al gas”- porque, ante la imposibilidad de gobernar, lo que buscan estos “tartufos” es promover la chimuchina y actuar en función del rating, convencidos que están en un “reality político”.
Sin discutir cuanto de cierto hay en ello, esta tradicional pluma, por convicción y formación, se rebela a tales recomendaciones y marca resueltamente sus tintas en las cuestionadas conductas y comportamientos de la Primera Autoridad, primer responsable del respeto que se debe tener a las instituciones republicanas y a la nación que lo ha elegido.
Hemos dejado pasar muchas de estas situaciones, a pesar de haberlo visto en el extranjero haciendo el ridículo y siendo hazmerreír de la prensa: su desgarbada figura en la APEC con las manos en los bolsillos, abandonar subrepticiamente Paraguay porque el requisito de la comida oficial era con corbata… ¿Con qué nos irá a salir en Argentina cuando Milei asuma su cargo?
Aunque parezca increíble, el país se ha ido acostumbrando; ya nadie se impresiona, lo que a juicio de esta pluma es un grave peligro porque, al acostumbrarnos a estas conductas presidenciales, admitimos que se vaya degradando el respeto a las instituciones que dan forma al Estado, debilitándolo en su acción de velar por la seguridad, el orden, el bienestar, el progreso…
Claramente, no se trata de descuidos ni inexperiencias o su estilo “progre”, etc.. Se trata de una provocación, de desafiar la paciencia de una nación que ha tenido todo tipo de gobernantes, buenos y malos, de un lado y de otro, pero ninguno que haya transgredido en forma tan brutal y reiterada los ritos y las formalidades propias de una autoridad respetable.
Mucho se puede decir al respecto, pero lo que rebalsó el vaso fue ver al Presidente recibir los formales saludos de una alta jerarquía de Ejercito en forma despectiva y con las manos en los bolsillos. La excesiva desfachatez no fue un descuido, fue provocación… provocación y humillación a la Institución Ejercito de Chile.
Esta pluma se pregunta: ¿Cuánto falta para que que una desfachatez como la descrita sea respondida de igual forma por algún uniformado?... ¿A cuánto estamos que un grupo de parlamentarios haga una presentación formal por esta falta de respeto al orden institucional y republicano?... ¿A cuanto estamos que el Ejército “represente” al Ministerio de Defensa (P.C.) esta afrenta y los efectos que puede crear al interior de sus filas?
Por último, alguien debiera recordarle al Presidente, que… “quien busca inescrupulosamente la popularidad lo que pierde es la dignidad” y, que “el ´arrastrarles el poncho a los militares´… no es una buena idea”.
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