Cristián Labbé Galilea


Vivimos tiempos muy especiales; nadie quiere comprometerse con nadie, ni con nada. Fumamos cigarrillos sin nicotina, tomamos cerveza sin alcohol, los de izquierda viven “como príncipes”, los de derecha quieren parecer de izquierda… Nadie quiere asumir desafíos porque, si bien es cierto no es menos cierto… hay que ser “políticamente correcto”.

A primera vista, para mis alegres contertulios, esta situación puede parecer algo jocosa pero no lo es… Conductas como las señaladas son síntomas de la profunda crisis valórica en la que estamos inmersos, donde la falta de compromiso redunda, ni más ni menos, en un pavoroso temor a asumir desafíos y a cumplir con los deberes que se tienen como persona y como sociedad.

Divaga esta pluma sobre un tema tan profundo y sensible, movido por el impacto que le produjo enterarse, por la prensa, que el comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile, en un acto oficial presidido por el Presidente de la República, reintegró a las filas de esa institución a oficiales y suboficiales que el 73 se negaron a cumplir las órdenes de sus superiores.

Para nadie sensato, conocedor o no de los códigos que regulan el comportamiento de los hombres de armas, dicha ceremonia le puede resultar lógica o razonable; más bien debe haberles parecido un acto innecesario, inoportuno y más que nada humillante para aquellos que, en cumplimiento del juramento de “obedecer con prontitud y puntualidad las ordenes de sus superiores”, hoy se encuentran privados de libertad por haber cumplido con su deber.

Para los soldados de siempre, “el cumplimiento del deber es un dios que no consiente ateos”. Bajo esta sagrada premisa nuestro país ha tenido, a través de la historia, un exitoso camino de paz, estabilidad y progreso.

Distinguir a quienes han actuado en sentido contrario es un acto deleznable.

Son agravantes a lo dicho el que esta ceremonia, que fue calificada como un “Acto de restitución del honor militar”, haya sido presidida por quien ha hecho su vida política denostando a las Fuerzas Armadas, hasta llegar al extremo de querer “mear en el casco de un general” (sic).

En el convencimiento que “los hombres pasan, pero las instituciones permanecen”, esta pluma exime de toda responsabilidad a la Fuerza Aérea como institución, la que siempre ha dado muestras indubitables de su compromiso con sus compatriotas, a quienes ha asistido oportunamente ante innumerables emergencias y catástrofes.

Las instituciones armadas gozan del cariño y respeto de la sociedad civil y, por lo mismo, los soldados saben que en el cumplimiento del deber no caben vacilaciones… Para el honor de un militar, solo existe… ¡la gloria o la muerte!

Por último, dado que la ambigüedad y la falta de compromiso parecieran campear en la sociedad actual, adquiere mayor gravedad cualquier acto que agreda los pilares de la disciplina y la jerarquía militar. Sin esos valores y principios se produce un peligroso vacío que tiende a ser llenado, inexorablemente, por intereses personales.

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