Cristián Labbé Galilea
Si ver la guerra en vivo y en directo es horroroso, ver sus efectos en tiempo real resulta apocalíptico. Comprobar que esos avances tecnológicos desarrollados por la humanidad con el andar del tiempo, se ponen al servicio de la muerte y la destrucción -no al servicio de la persona humana, su vida y su felicidad-, resulta incomprensible para cualquier ser normal.
La guerra es el mal de los males, sus efectos son irreparables; sus consecuencias persisten en el tiempo, transformándose en cicatrices -físicas y psicológicas- permanentes para los millones de personas que han vivido conflagraciones cargadas de violencia, muerte, hambre y desolación, y también para el mundo entero.
Hoy cualquier guerra genera “miedo social universal” porque, producto de fanatismos, sectarismos e ideologismos, ninguna nación está libre de conflictos de proporciones similares. Vivimos bajo persistente amenaza de violencia, terrorismo, inseguridad y desintegración, que en cualquier momento se puede convertir en incontrolable.
Crudas reflexiones las anteriores; ellas buscan iluminar el camino elegido por esta pluma para destacar en sus inquietos parroquianos… el valor de la paz. Esa paz es algo más que la ausencia de guerra y de conflicto: es la presencia armónica de libertad, orden, justicia, desarrollo y bienestar social… Esa paz genera las circunstancias para que una persona se realice plenamente y goce del derecho a una supervivencia digna y feliz.
Cuando en estos confines del mundo la izquierda y el gobierno, de la mano de una sociedad política “desmemoriada”, intentan reescribir la historia de hace 50 años, por el fácil expediente de fomentar odio, división y revanchismo, cobra especial importancia recordar las veces que el Gobierno Militar y el Presidente Pinochet, evitaron guerras que parecían inminentes.
Recordarán mis ilustrados contertulios que nuestros vecinos del norte alimentaron durante décadas las ansias de revancha por la Guerra del Pacifico (1879), tanto así que en Perú juraban “Recuperar la provincia cautiva antes de los 100 años”, y en Bolivia gritaban “¡Viva Bolivia hacia el mar…!”. Por esos años (1974 - 1975), la cuenta regresiva para el ataque estaba en marcha, pero “el Abrazo de Charaña” promovido por el Presidente Pinochet con el Presidente Hugo Banzer de Bolivia… trajo la paz.
Tres años más tarde (1978), el desconocimiento por parte de Argentina del fallo británico, y su decisión de tomar el estrecho de Beagle, agitaron los tambores de guerra. La junta militar argentina había dado la orden de ataque en la madrugada del 22 de diciembre; sin embargo, oportunas gestiones del Gobierno del Presidente Pinochet consiguieron la mediación de Juan Pablo II... y se impuso la paz.
Nada de esto se menciona en las crónicas de los 50 años del 73. Ni políticos, ni académicos, ni opinólogos -la verdad nadie-, ha tenido la grandeza de reconocer que el Gobierno Militar y el Presidente Pinochet evitaron dos guerras; además, en el frente interno, pacificaron realmente la Araucanía y anularon todo vestigio de terrorismo, delincuencia y violencia urbana…. El país vivió una paz que, ante las guerras que padece el mundo, hoy se añora.
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