Sábado, 17 de noviembre de 2018

 

Cristián Labbé Galilea

 
Es difícil que alguien razonablemente cuerdo pueda quedar indiferente ante las imágenes que dan cuenta sobre la violencia desatada en la Araucanía: quema de fundos, escuelas e iglesias, ataque a cuarteles policiales, corte de carretera, agresión a periodistas, amén de las violentas movilizaciones en Temuco, Santiago y otras ciudades con sus ya consabidos destrozos… todas operaciones rigurosamente coordinadas.
¿Qué motivó en esta oportunidad la acción terrorista? Nadie lo ha podido explicar bien… Lo cierto es que en un confuso incidente murió un comunero mapuche y ese hecho fue usado como… la chispa de este nuevo infierno.
Unos, los más incautos, sostienen que fue una acción de las fuerzas policiales ante un “simple” acto delictual; otros, los más perspicaces, sostienen que fue un enfrentamiento con carabineros; incluso -los más osados- sostienen que fue una “bala loca” de los mismos insurgentes… ¡Nadie sabe, todos opinan!
Sea cual sea la conclusión a la que lleguen las investigaciones cabe preguntarse… ¿Es aceptable que en un estado de derecho, donde las instituciones deberían funcionar, la respuesta a un hecho tan lamentable sean actos terroristas y violentistas descontrolados? ¡Por supuesto que no!
Por lo mismo, la atención hay que ponerla sobre lo que realmente está sucediendo y sobre quienes están al frente y detrás de estas acciones. Claramente los protagonistas no son meros delincuentes: estamos en presencia de actos planificados, dirigidos y ejecutados por sujetos altamente adiestrados e ideologizados, ni más ni menos que… verdaderos terroristas.
Las cosas hay que decirlas por su nombre: este no es un problema del “pueblo mapuche” en su totalidad, como lo presentan algunos a través de una visión simplista de la historia de la Araucanía (por no decir ignorante y politizada), la que no resiste mayor análisis dado que el problema lo han reducido -intencional y mañosamente- sólo a una confrontación de dos mundos opuestos… los mapuches y los chilenos.
Como respaldo de lo anterior les sugiero a mis incrédulos lectores que lean a Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia 1992, quien recomienda… "la necesidad de revisar la verdad histórica tal como fue para desvirtuar afirmaciones, mitos y falsedades utilizadas corrientemente para apoyar posiciones ideológicas… ". (La Araucanía: Historia y falsedades)
Aumenta la gravedad de lo que está sucediendo en la Araucanía el ver a personeros de la oposición tratar de sacar mezquinas ventajas políticas con lo sucedido… como el senador Huenchumilla quien, con todo desparpajo, manifestó: “¿Por qué tengo que creerle a Carabineros?”; o cuando la ex candidata presidencial Beatriz Sánchez, con una irresponsabilidad infinita, exige que se retiren las fuerzas policiales de la zona; o cuando Consuelo Contreras, directora del Instituto de Derechos Humanos (INDH) funcionaria de gobierno, anuncia que se querellará por torturas, en favor de un detenido en los incidentes…
Por último, mientras me preguntaba… ¿Hasta dónde vamos a llegar con esta situación?, y pensaba en lo incoherente de lo que estaba pidiendo la oposición, me acordé del cuento de don Otto -que no lo voy a contar por ser archi conocido-, pero en realidad asocié que lo propuesto por los gurúes de izquierda era… “vender el sillón”, con lo cual los terroristas estarían felices porque eso sería un estímulo para aumentar su acciones violentistas. Bastaría que empujen un poco más y “se venderá el sillón” (retirarán el Comando Jungla) con lo cual la región quedará en la absoluta indefensión… Me pregunté una vez más… ¿hasta dónde vamos a llegar?
 
 
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