Cristián Labbé Galilea
Difícilmente un ciudadano más o menos enterado de lo que ocurre en el mundo y su entorno, no siente una razonable preocupación por la situación internacional y nacional que se vive en estos tiempos.
A nivel internacional, la guerra en Europa y la forma en que se han ido involucrando las principales potencias, advierten que se está en el umbral de una tercera Guerra Mundial; así lo sostiene, entre otros, Paul Poast, politólogo de la U. de Chicago, quien argumenta que: “la participación (activa) en la guerra va mucho más allá de enviar tropas al campo de batalla”.
A nivel nacional, la situación no es tan aterradora pero, analizada en profundidad, da cuenta de un cuadro preocupante que no se agota en los comidillos políticos. El país, sin exagerar, enfrenta una coyuntura institucional alarmante, de la cual pareciera que no todos -intelectuales, analistas, comentaristas-…están conscientes.
En los últimos días hemos sido testigos de señales sorprendentes y preocupantes: un gobierno que da muestras de no tener capacidad para gobernar; improvisaciones políticas; descoordinaciones entre autoridades; designaciones desafiantes (Min. Defensa...) y cuestionables (Embajador en Argentina…); retos explícitos al Estado de Derecho en la Araucanía; violencia desatada…
Si eso no es suficiente para alertar a los incautos, la Convención Constitucional debería prenderles la alarma. Lo que allí se está fraguando es, ni más ni menos, la destrucción del ordenamiento institucional vigente, para luego instaurar un régimen político absolutamente ajeno a nuestra idiosincrasia y contrario a lo que ha sido nuestra historia republicana.
La mezcla de autoridades inexpertas, de un gobierno que pareciera no tener rumbo, y de una constituyente integrada por “colectivos” estamentales e ignorantes, unidos ellos por un factor común… refundar el ordenamiento politico institucional y económico… es, a todas luces, una “bomba de tiempo”… que es necesario desactivar a tiempo.
Los otrora jóvenes revolucionarios, hoy en el poder, y los jerarcas de la izquierda dura, siempre “tras bambalinas”, están convencidos que llegó “la hora de la revolución” y que ellos son los protagonistas… ¡ahora sí! … ¡la revolución es para siempre!
Con esa pérfida convicción intentan anular, política y comunicacionalmente, a quien se alce como una eventual competencia y, para ello, lo primero que hay que lograr es echar abajo la institucionalidad existente, que dicho sea… fue la que los llevó al poder; desbaratar el sistema de justicia; desarticular el concepto de país unitario y los valores republicanos tradicionales, para instalar un sistema socialista corporativista.
Por lo mismo, quienes creen en la Sociedad de la Libertad, sus valores y principios, deben advertir, que todas las revoluciones de izquierda, en su intento por transformar “al hombre viejo en un hombre nuevo” indefectiblemente se transforman en regímenes dictatoriales (Cuba, Venezuela, Nicaragua…).
Seamos positivos… no perdamos la esperanza; recordemos lo sentenciado por el jacobino Danton en la Revolución Francesa cuando lo llevaban a la guillotina, “La revolución es como Saturno, se come a sus propios hijos” condición que se ha cumplido a lo largo de la historia.
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