Cristián Labbé Galilea


Si bien durante los días pasados se esperaban protestas y desmanes a raíz del llamado a evocar el estallido de violencia del 2019, a todos nos sorprendió la virulencia con que estos actos se desarrollaron. Ver esas hordas de “barbaros” daba cuenta de la gravedad del momento.

Lo que esos “salvajes” incendiaron durante la revuelta no fueron paraderos, buses, locales comerciales, ni nada que se le parezca. Lo que se quiso quemar fue la esperanza de restablecer en el país un futuro de progreso y bienestar como el que se había tenido hasta que estalló, sin control, la insurrección, la delincuencia y la sublevación.

En esas manifestaciones no sólo ardieron los anhelos de tiempos mejores, sino que además se vandalizó la convivencia social y se actuó en contra de la identidad nacional, su patrimonio histórico y cultural.

Después de ver achicharradas las expectativas futuras y vandalizada nuestra nacionalidad, la prospectiva parece poco halagüeña; y, si a ello se agrega una clase política a la que dicha realidad pareciera no inquietarle, y una autoridad ausente… el escenario es dantesco.

Desconcertados mis contertulios con este diagnóstico, repiten lo que escuchan… “la situación política está muy ´líquida´ (sic), hay total incertidumbre”. Sólo se les ocurre preguntar… ¿Qué va a pasar? ¿En qué va a terminar esto? Toda intervención empieza y termina con… ¡Qué espanto!

Lo que predominó en la tertulia de esta semana -más allá de la incertidumbre que es normal- fue la angustia y el desencanto. Muchos parroquianos confesaron (honestamente) haber perdido el hechizo que los poseyó para el plebiscito y la elección de constituyentes, y que los indujo a votar “apruebo” porque los gurús (Longueira entre ellos) sostenían que era importante “ser parte de los cambios”.

Son muchos los arrepentidos de haber creído que todo sería para mejor; son muchos los que disimuladamente manifiestan: desolación por lo que se está viviendo, desconfianza en la Asamblea Constitucional, preocupación por la Acusación al Presidente, aprensiones sobre las elecciones presidenciales y parlamentarias, reparos a la actuación de algunos empresarios (Ibáñez, por ejemplo), observaciones sobre el devenir económico…

Al comprobar que el arrepentimiento de muchos parroquianos además de ostensible es concluyente, esta religiosa pluma se pregunta ¿Será de los arrepentidos… el gobierno de esta tierra?

Todo indica que, al estar la situación muy volátil, las proyecciones electorales cambian por día, pero “contrario sensu” ha quedado claro que, si se quiere un país, en barbarie y vandalismo, el camino es sencillo: hay que destruir sus valores… el valor de la familia, la libertad, el orden, la propiedad, la justicia…

De allí surge la respuesta a la pregunta: ¿Qué se hace…?

El camino para al progreso político, económico y social, es mantener con firmeza nuestros principios y convicciones. Hemos comprobado en estos días que no puede haber fisura entre acción y pensamiento, entre vida y convicciones, y que siempre las convicciones tienen que ser más fuertes que las dudas porque, cuando el hombre enfrenta “almas débiles”, vuelve a la barbarie.

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