Cristián Labbé Galilea


En este torbellino político que estamos viviendo es muy difícil ser optimistas; por más esfuerzo que se haga por buscar alguna brisa positiva, cada vez son más frecuentes las rachas de vientos negativos y más claras las señales revelándonos que “nuestra embarcación” ha perdido el rumbo y que está haciendo agua por todos los costados… El naufragio parece inminente.

Con todo, el capitán sigue convencido que, con tal de llegar a puerto -aunque sea en una tabla de náufrago-, todo vale… al punto de creer que, para que las cosas anden mejor, hay que “hacerle más hoyos al buque”, no perdiendo la oportunidad para… hacer que las cosas empeoren.

Últimamente la situación ha sido desastrosa, perforando las pocas “placas de confianza” que le quedan entre sus escasos adherentes, y colmando la paciencia de quienes en algún momento lo fueron: inexplicablemente ha cedido en todo cuanto sus adversarios le han exigido… y eso a cambio de nada.

Uno tendería a pensar que se trata de una secreta y hábil estrategia para salvar la situación y evitar el siniestro, pero nada hace suponer que las cosas vayan por ese carril. Más parece que sigue la lógica de todo naufrago: “en la desesperación toda tabla sirve”.

El desconcierto parece ser evidente; como no consigue nada a cambio de “ceder y ceder”, el capitán se fortalece, se anima, se estimula, con la peregrina idea de que lo suyo son “gestos” que sus detractores, de uno y otro lado, le reconocerán en algún momento y, por lo tanto, no lo acosarán ni lo hostigarán, ni mucho menos lo perseguirán una vez que termine este borrascoso viaje… Ingenuamente cree estar “invirtiendo” (cosa que él cree saber hacer) en su paz futura.

Por ahora, su única preocupación es que nada lo haga zozobrar a pocas millas del puerto, y para asegurarse está dispuesto a todo… aunque eso le signifique el rechazo de los suyos y una demostración de su extrema debilidad ante sus opositores.

Han sido tantos los desvaríos del capitán, especialmente en el último tiempo, que, aun llegando a puerto sin zozobrar, nada le asegura la tranquilidad que creyó estar comprando; muy por el contrario, en la bitácora de este viaje quedará registro del amargo sabor que dejaron tantas promesas incumplidas, tantas desilusiones sufridas, y quedará constancia de la dolorosa cicatriz dando cuenta de una gran traición a los uniformados… que encuentra su máxima expresión en estos días. 

Lo más seguro es que la nave se mantendrá a flote, aguantará las últimas malas maniobras del timonel y, aunque averiada, llegará a puerto.

Hay que ser optimistas y positivos: no habrá naufragio. De todas maneras, estas líneas son virtualmente “una botella de náufrago” con la esperanza que se guarde en “el arca de la historia” y, en el futuro, la lean las nuevas generaciones para que ellas aprendan que, en un naufragio, las únicas tablas que salvan son: la consecuencia, la lealtad y la verdad.

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