Cristián Labbé Galilea
Con la pandemia se nos había olvidado algo tan real como la lluvia y sus efectos. Vivimos inmersos -más bien enclaustrados- en una realidad “virtual”, viendo, literalmente, pasar los días y la vida a través del televisor, enterándonos de lo que pasa por las redes sociales. De esta situación nadie se escapa… podrá faltarnos cualquier cosa, menos “la teve” y “el celu”.
Esta modernidad nos ha generado la capacidad y la oportunidad de que, si la información y el periodismo -que alimenta el chisme y el escándalo- no nos gusta… un clik y cambiamos mágicamente la realidad, teniendo incluso la posibilidad de evadirnos viendo una buena película.
Vargas Llosa describió esta situación en su novela “La civilización del espectáculo” (2012), donde establece que, para muchas personas, resulta legítimo que el ideal de vida sea escaparse de la realidad y de su rutina deprimente y embrutecedora. En la misma obra Vargas Llosa nos advierte que una conducta orientada a pasarlo bien termina generando la banalización de la cultura y el fervor por la superficialidad… lo que se traduce políticamente en indiferencia.
Se preguntará mi inquieto lector ¿Indiferencia a qué?… ¡A todo! A la polarización que estamos viviendo, a la intolerancia que campea en todos los frentes, al odio que se respira en cada manifestación por intrascendente que parezca; en definitiva, indiferencia, apatía e indolencia, a la intimidación y a la violencia, que se suceden a diario ante la mirada abúlica de la comunidad.
Ejemplos sobran, desde la Araucanía donde se acaba de desbaratar una banda narco terrorista dirigida por uno de los lideres de la CAM (Coordinadora Arauco Malleco), con más de 800 kilos de cocaína y con armas de grueso calibre, hasta las odiosas “funas” contra cualquiera persona que se le ocurra pensar diferente a los dictados de la izquierda (Peña, Warken, Rojas…), pasando por el sicariato en Concón… Todas son situaciones que se mueven en el eje de la polarización, el fanatismo, el odio y la violencia… al amparo de una vergonzosa indolencia y de un peligroso sectarismo.
Esa indiferencia permite que unos “viejos soldados” padezcan la brutal venganza de morir en la cárcel… Al respecto Borges sostenía que: “el olvido es la más cruel de las venganzas”… Olvidados después de haber cumplido con su deber, hoy “los soldados de ayer” sufren venganza al negárseles el indulto otorgado a las personas privadas de libertad mayores de 75 años, lo que permitió que más de 13.000 (sí, trece mil) delincuentes salieran de las cárceles mientras que a “esos batallones olvidados” …. se les ha condenado a morir inmisericordemente olvidados…
En definitiva, la pandemia y la modernidad nos lleva a pensar que: a pesar de la intolerancia de unos y la indiferencia de otros, no debemos caer en la tentación de abstraernos y evadirnos de la realidad, pensando que con un click podemos cambiar nuestra historia. Sin dudas… la pandemia pasará y la pluma de la historia hará su trabajo.
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