Cristián Labbé Galilea
El incidente en el aeropuerto, con un grupo de quinientos Rapanui que buscaban volver a la isla, le recordó a muchos compatriotas que en el país hay varias etnias -no sólo la mapuche-, y que la relación de unas y otras con el Estado es muy diferente.
De la Araucanía, ni hablar… ausencia absoluta de Estado, de Derechos, de Seguridad… Anarquía total. Muy distinta la relación con el pueblo Rapanui... Un incidente, una lamentable descoordinación… no pasó más allá de que autoridades nacionales y locales… “se dijeron un par de palabras”.
Cómo no, si con la Isla hay un trato de mutuo respeto desde el “Acuerdo de Voluntades” de 1888, entre su rey Atemu Tekena y el marino chileno Policarpo Toro.
Desde entonces ha habido una relación, no siempre cordial, pero más buena que mala, que ha permitido a la isla el desarrollo y crecimiento que hoy tiene, conservando su cultura milenaria y respetando sus ancestros.
Convencidos de que estaban solos en el mundo, absolutamente lejos de todo, a 3700 kilómetros de la costa chilena, símbolo geográfico de la soledad, los antiguos isleños desarrollaron conocimientos de astronomía, navegación y agricultura; incluso crearon una escritura que otras culturas no desarrollaron.
Por lo mismo, el chileno continental quiere a Rapanui, a su gente, a su cultura, y le reconoce su magia, sus costumbre, sus tradiciones, el apego a la familia y a las generaciones mayores, a las “Nuas” y a los “Koros” (abuelas y abuelos). Por su parte, los isleños, a pesar de que luchan por su “condición de territorio especial”, reconocen la jurisdicción del Estado chileno.
Dada la relación distinta que el Estado mantiene con otros pueblos originarios, la autoridad nacional debería reaccionar ante la emergencia que vive el pueblo Rapanui. El turismo y sus servicios asociados, principal fuente de ingresos de la isla, hoy se encuentra absolutamente paralizado… Situación que no debiera dejar a nadie indiferente (y menos a esta pluma).
Lo cierto es que en pocas ocasiones nos detenemos a pensar en algo que no sea contingente o atractivo para el morbo del común de los cristianos. Pero en esta ocasión estamos frente a una situación que afecta a una cultura ancestral de nuestro país, y que constituye el museo al aire libre más grande del mundo en el medio de la nada misma… “Te Pito Te Henua” que puede traducirse como "el ombligo del mundo”.
El incidente con los isleños que no pudieron volver a su tierra y los actos de violencia de la Araucanía no debieran hacernos olvidar la muy especial relación que mantenemos con Rapanui.
Habrá muchos que, creyéndose el ombligo del mundo, olvidan que, después que nacemos, nuestro ombligo, “la mitad de uno”, no sirve para nada... excepto para recordarnos con humildad que es “nuestra más antigua cicatriz” y nuestro principal nexo con la vida… humildad que claramente le falta a muchos y que sólo corresponde a los verdaderos habitantes de “Te Pito Te Henua”.
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