Cristián Labbé Galilea
Al terminar mi primera “tele-tertulia”, pienso que todo tiene de dulce y agraz; estoy pensando en la tecnología, a la que hemos denostado por “embobar y aislar” a niños, jóvenes y adultos. Valoro que, en estos días, ella haya servido para “unir a los solitarios” que cumplimos cuarentena, producto de la emergencia sanitaria, dándonos la oportunidad de mantener contacto con mucha gente y “ver más” (literalmente) a los nietos porque, como “eres de riesgo”, te llaman por alguna de las aplicaciones disponibles. Recapacito: “la tecnología une… lo que el virus ha separado”.
En un abrir y cerrar de ojos, ese maligno virus nos ha recordado cuan frágiles somos los seres humanos, y nos ha “despertado” de la arrogancia de creernos “semi dioses” que podíamos cambiar y dominar todo… incluso los principios y valores de nuestra sociedad… sueño que terminó siendo una trampa.
En el caso nacional la pandemia nos pegó fuerte, debilitados por una economía que venía en franca caída, afectados por una sequía pocas veces vista, sacudidos por incendios incontrolables y viviendo momentos de máxima convulsión; la clase política del momento, ya moribunda y prácticamente desahuciada, busca en su último estertor arrasar con todo… la institucionalidad, el derecho, la seguridad, la paz social… El escenario nacional es dantesco.
De pronto… “como en un santiamén” todo cambia. Renace el Sentido Común, el respeto, la autoridad, la disciplina, la solidaridad, el sentido social… Los niños, los ancianos y los más vulnerables son, nuevamente, la prioridad… El país es uno solo.
No son los violentistas de la “primera línea”, no son las seguidoras de “las tesis”, no son las feministas ni los machistas, los de izquierda ni los de derecha, los que se hacen cargo de la situación: es la autoridad la que vuelve a gobernar… ¿y a quién recurre?... A los militares.
Una vez más, como ha sido históricamente, los soldados son requeridos para hacer frente a la emergencia; junto a otros servidores públicos, anteponen el bien superior de la nación a los intereses personales y familiares… Vuelve el orden, la paz social, la seguridad, vuelve la confianza y la unidad nacional…. Se esfuman los “dioses” de la política.
Es cierto, la pandemia está empezando, nadie puede saber hasta dónde llegará, ni los efectos que tendrá en el futuro, pero hay algunas lecciones aprendidas: la convulsión que vivía el país era artificialmente agitada por mezquinos intereses políticos, porque lo que todo el mundo quiere es: vivir como Dios manda… en paz y armonía.
Por último, también ha quedado meridianamente claro que en nuestra realidad ha ocurrido algo asombroso, y paradójico ante lo planteado por el escritor israelí Noah Harari en su libro “Sapiens, de animales a dioses” (2011) porque, en el caso nuestro, el virus nos está recordando que ese “animal” que poco a poco se fue creyendo dios, como plantea Harari, hoy… al comprobar su inmensa fragilidad, deja de creerse dios y vuelve a asumir con humildad su condición de “Homo Sapiens”… ¡Gran lección!
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