El término inglés gender apareció hace unos años en la literatura dedicada a las relaciones entre hombre y mujer. Traducido al español como género sería más fácilmente comprensible si se tradujese como “sexo”. El discurso sobre el género niega importancia a la diferencia genital entre hombre y mujer.
Si tuviéramos que resumir la ideología del género en una sola frase, convendría recoger de nuevo la famosa frase de Simone de Beauvoir: “La mujer no nace: se hace” [1].
Una nueva versión de la lucha de clases
Los textos dedicados al género analizan los papeles y responsabilidades atribuidas al hombre y la mujer en el contexto de nuestra sociedad, como si fueran expectativas de ciertas características, aptitudes y comportamientos probables de cada uno de ellos (la feminidad y la masculinidad). Estos papeles y expectativas serían distintos en el tiempo y según las organizaciones económicas y sociales.
La ideología del género recoge la interpretación de Friedrich Engels al concepto de lucha de clases. En su libro El origen de la familia, Engels relata la historia de la mujer: una historia que depende esencialmente de la de la técnica. La aparición de la propiedad privada convierte al hombre en propietario de la mujer. En la familia patriarcal fundada sobre la propiedad privada, la mujer se ve explotada y oprimida por el hombre. El proletariado y las mujeres se convierten, así, en dos clases oprimidas. La liberación de la mujer pasa, pues, por la destrucción de la familia y la entrada de todas las mujeres en el mundo del trabajo. Una vez “liberada” del yugo marital y de la carga de la maternidad, la mujer podrá ocupar su lugar en una sociedad de producción. Simone de Beauvoir nos da una visión de esto:
“Es fácil imaginar un mundo en que hombres y mujeres sean iguales, pues es exactamente lo que había prometido la revolución soviética: las mujeres, educadas y formadas exactamente como los hombres, trabajarían en las mismas condiciones y con los mismos salarios; la libertad erótica sería admitida por las costumbres, pero el acto sexual ya no sería considerado como un “servicio” que se remunera; la mujer estaría obligada a asegurarse otro modo de ganarse la vida; el matrimonio se fundaría en un libre compromiso al que los esposos podrían poner término cuando quisieran; la maternidad sería libre, es decir, se autorizaría el control de la natalidad y el aborto, que por su parte daría a todas las madres y sus hijos exactamente los mismos derechos, estén ellas casadas o no; las bajas por maternidad serían pagadas por la colectividad, que asumiría la carga de los niños, lo cual no significa que les serían retirados a sus padres, sino que no se les abandonaría”. [2]
Asimismo, inspirándose en el estructuralismo, la ideología del género considera que cada cultura produce sus propias normas de conducta y modela un tipo de mujer distinto. Según las sociedades, ciertas tareas serán tradicionalmente consideradas como “tareas femeninas” y otras como masculinas. Si se quiere “liberar” a la mujer de la imagen de madre en el hogar, educando a sus hijos y ocupándose de su marido, hay que proveerle de los medios necesarios: la anticoncepción y el aborto. Liberada de las responsabilidades del hogar y la familia, la mujer se podrá entregar a su papel de trabajadora, en igualdad con el hombre. Es así como afirman que las diferencias de papel entre hombre y mujer son de origen puramente histórico o cultural: el producto de una cultura en vías de extinción.
La mujer “desmaternizada”
En su libro dedicado al amor materno, Elisabeth Badinter defiende que el instinto materno es un mito. En cuanto al amor materno, en su opinión, no se puede dar por supuesto [3]. En algunas de sus páginas, la maternidad se presenta como el lugar de alienación y esclavitud femenina. Es tiempo, pues, de “desmaternizar” a la mujer, de abolir las diferencias de papel entre hombre y mujer, para llegar a una “cultura unisex”. La diferencia y la complementariedad se sustituyen por la semejanza entre los sexos. Aparece la androginia y se promueve la valoración de una supuesta bisexualidad original de todas las personas.
En esta nueva cultura, los papeles o funciones del hombre y la mujer serían perfectamente intercambiables [4]. A partir de entonces, la familia heterosexual y monógama, consecuencia natural del comportamiento heterosexual del hombre y la mujer, aparece como un caso de práctica sexual junto a muchos otros que se situarían en plano de igualdad con éste: la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad, el travestismo, las “familias” recompuestas”, las “familias” monoparentales masculinas o femeninas, y sólo quedarían las uniones pedofílicas o incluso incestuosas.
Como todas las uniones deben ponerse en plano de igualdad, la ley debería dar a todas ellas las mismas prerrogativas jurídicas que se reconocen a la familia tradicional.
La cultura anti-familia del género
La familia tradicional, heterosexual y monógama, se reduce a un modelo entre tantas otras uniones de carácter puramente contractual.
La familia tradicional comprende la institución del matrimonio: compromiso en el tiempo, deberes de fidelidad, convivencia, socorro y asistencia libremente consentidos. Del matrimonio surge naturalmente la filiación. El estado de filiación no se inventa; se instituye socialmente como origen o proveniencia de toda persona, de la que no se puede disponer: ni el sujeto tiene poder para decidir que deja de ser hijo o hija de sus padres, ni éstos son dueños del vínculo que, sin embargo, procede de su acto procreador. La institución familiar tradicional es, pues, el lugar donde las personas se comprometen a construir juntos una nueva comunidad, estable y abierta a la vida. La familia es lugar de solidaridad, interdependencia consentida y fidelidad.
La cultura anti-familia del género llama “familia” y equipara diferentes formas de unión que se fundan en contratos acordados entre individuos. Los vínculos que uno contrae con otro individuo serían entonces rescindibles en cualquier momento, si los términos dejan de convenirle, en el momento en que la supuesta bisexualidad original evolucione en uno u otro sentido. En cuanto a los hijos, si los hay, perderán esa familia –precaria desde su mismo origen- cuando las partes contratantes estimen tener interés en poner fin a ese contrato.
NOTAS[1].“Le deuxième sexe II. L’expérience vécue”, NRF, Ed. Gallimard 1949, pág.13[2]. Idem, pág.569[3]. Simone de Beauvoir ya había escrito: “(...) el amor materno no tiene nada de natural” (idem, pág. 339). Ver “L’amour en plus. Histoire de l’amour maternel (XVIIe-Xxe siècle), Elisabeth Badinter, Ed. Flammarion, Paris, 1980. [4]. Ver Safe Motherhood Initiatives: Critical issues, editado por Marge Berer y TK Sundari Ravindran, colección Reproductive Health Matters, Blackwell Science Ltd., Oxford 1999.
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