17 mayo, 2025 

 

 

 

 

 

por Pilar Molina


 ¿Cómo hemos convertido la construcción, que era el motor de la economía, en un problema? Eso es lo que debieran responder los candidatos presidenciales para no seguir reiterando los errores.


¿Te acuerdas cuando había una época en que construían viviendas como locos? Los jóvenes profesionales ponían sus ahorros en inmobiliarias que administraban edificios nuevos para renta y pagaban el dividendo con el arriendo mensual. Como eran DFL 2, tenían una serie de ventajas tributarias y de herencia. Entonces, las familias de clase media baja compraban departamentos nuevos en barrios periféricos que bien habrían podido estar en Vitacura; tener una casa propia había dejado de ser un sueño y por eso el déficit de viviendas era manejable.

¿Cómo pasamos de esa actividad bullente de la construcción, con fondos de inversión haciendo proyectos por doquier que activaban la economía a una situación que el presidente de la Cámara Chilena de la Construcción califica como “su peor crisis desde que hay registro”? Y tenemos para largo porque salvo el sector minero, que empuja el carro, hay problemas con la vivienda subsidiada y con la inversión en OO.PP., porque han recortado presupuestos que estaban destinados a ser contra cíclicos. De la vivienda privada, ¡ni hablar! Los permisos de edificación del año pasado son los más bajos de los últimos 32 años, 80 mil permisos de ellos no se inician esperando que se venda el stock de 105 mil viviendas.

Hace muy poco, en realidad, cuando crecíamos, la construcción era el motor de la economía, ya que inyectaba inversión y empleo, multiplicaba la oferta y bajaba los precios. Pero nos hemos encargado de echar abajo todos los incentivos para que ello siga ocurriendo. Cada gobierno carga nuevos impuestos y elimina beneficios, porque claro, hay que redistribuir y los ricos pueden pagar más, pero al final no son los ricos los que están viviendo en los casi 1.300 campamentos, de los cuales el 66% se formó después de 2010.

No se trata sólo de la reforma tributaria de Bachelet, la que puso un impuesto al mayor valor de los inmuebles adquiridos después de 2004 y gravó con el IVA la venta habitual de viviendas nuevas o usadas a partir de 2016. También encareció la compra de una vivienda duplicando la tasa máxima del impuesto de Timbres y Estampillas (de 0,4 a 0,8%) y restringiendo el crédito fiscal IVA especial a la construcción (65%). Por el lado de las empresas, como supuestamente son siempre malas, las castigó eliminado el FUT, que les permitía construir con sus utilidades y no depender sólo del crédito bancario, y les subió el impuesto a las utilidades desde el 20 al 27% (en 2010 era del 17%). Esa alza nos puso a la cabeza de los países con mayor tributación de la OCDE.

También el Presidente Piñera hizo su parte. Había que reconstruir el país después del terremoto. Entonces, vamos poniendo una sobretasa a las contribuciones, en 2010, pero 10 años después, en medio de la crisis social que generó el 18 de octubre de 2019, vamos poniendo otra sobretasa a los bienes raíces que tengan, sumados, un valor superior a los $681 millones. Y en 2021 había que financiar la PGU. Qué mejor que restringiendo a dos unidades habitacionales los beneficios a los DFL2, acusando “uso especulativo” e injusticia por aquellos que tenían “múltiples propiedades”, aunque movieran la industria comprando y abarataran precios de los arriendos al aumentar la oferta.

Para no latearlos, hay una chorrera más de leyes aprobadas para trancar la rueda de la construcción, amén del constante aumento de las contribuciones que suben como espuma fresca y convierten a los propietarios en arrendatarios del Estado. Pero la permisología, de moda con nuestros gobernantes, ha puesto su buena cuota para encarecer precios: la ley de aportes al espacio público, en 2016, fue una de ellas. Además, había que incorporar obligaciones de diseño urbano para los animales que han venido a reemplazar a los niños: vamos con otra norma al año siguiente de Bachelet (ley 21.020 de 2017). Y como seguíamos bajo el espíritu redistributivo del “chancho está mal pelado”, en mayo de 2022 se promulgó la ley de integración social y urbana. 

Todo justo y necesario, porque hay que mejorar los espacios urbanos y la integración social, todo lo cual sube los costos, aleja la vivienda propia y acerca los campamentos que, gracias al impulso migrante, albergaban el año 2023 a 114 mil familias según el catastro de Techo, a las cuales hay que sumar a las que viven en alrededor de 1.400 tomas.

Pero con ese mismo espíritu ñuñoíno de integración y mejorar el espacio público (que ignora las necesidades primarias), es que las municipalidades han comenzado a hacer todo tipo de exigencias de “obras adicionales” y a la constructora que se atreve a desafiar a las Direcciones de Obras en los tribunales, no les dan la recepción de las obras. Tan fácil.

Pero la historia es larga y multifactorial (pero siempre en un mismo sentido, el de la izquierda), porque es imposible no sumar al trancazo la reducción de jornada a las 40 horas y el alza en un 20% del salario mínimo (a cambio de cero por ciento de aumento de productividad) bajo este gobierno. La Moneda ahora ofrece negociación ramal. Tampoco se puede ignorar el proceso constituyente que puso en vilo las inversiones necesarias para construir, pero también para comprar. O que después de todo este listado, recordar que hemos convertido a Chile en un país que no crece.

Y lo último, quizá lo más importante para desactivar la construcción como motor de la economía, fue la brutalidad. Una parte, a cargo de las fuerzas de la naturaleza y la otra, del hombre. La primera fue la pandemia, que gatilló una fuerte alza de los materiales de construcción y de la mano de obra como no la habíamos visto. La segunda brutalidad fue la de los políticos, quienes dispusieron de los ahorros para las pensiones para licuarlos en consumo, lo cual, sumado a las ayudas exigidas al Estado, generó una inflación en niveles que ya no recordábamos. La consecuente alza de las tasas de interés borró de un plumazo la disponibilidad de los créditos hipotecarios.

Y no hemos terminado, porque yo iba a escribir esta columna sobre el encuentro de los seis candidatos presidenciales en un foro organizado por la Cámara Chilena de la Construcción y cuando me puse a reportear pensé que, en vez de oír promesas de candidatos continuistas y opositores, lo mejor era mirar algo de todo lo que hemos hecho para desactivar el efecto multiplicador de la construcción y convertir la industria en un problema. Nada es casualidad.

Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/nada-es-casualidad/

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